𝖤𝗌𝗉𝖾𝗋𝗈 𝗊𝗎𝖾 le 𝗀𝗎𝗌𝗍𝖾
𝖸 𝗊𝗎𝖾 𝗆𝖾 𝖺𝗉𝗈𝗒𝖾𝗇 𝖼𝗈𝗆𝗈 𝗅𝖾 𝖺𝗉𝗈𝗒𝗈 𝖺 𝗎𝗌𝗍𝖾𝖽𝖾𝗌
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9
El médico retrocedió un paso, visiblemente perturbado por las palabras de Elica. Su confianza profesional se estaba desmoronando frente a la evidencia de una locura que iba más allá de lo que había visto en su carrera.
—Esto... esto es demasiado. Necesito hablar con los otros médicos y con los padres. —dijo, dirigiéndose a la puerta. —Necesitamos evaluar mejor su estado y tomar decisiones urgentes.
Mientras el médico salía de la habitación, Elica siguió riendo y hablando para sí misma, como si estuviera manteniendo una conversación con entidades invisibles. Sus palabras eran incoherentes y fragmentadas, pero contenían una sabiduría oscura y perturbadora que hacía que los médicos presentes se estremecieran.
—Los árboles están listos. La bruja está cerca. Puedo sentir su presencia en el aire. —murmuraba entre carcajadas. —El sacrificio será pronto. La sangre llamará a la sangre, y el bosque se alimentará de nuevo.
Rafael observó a su hermana con lágrimas en los ojos, sintiendo una mezcla de horror y compasión. Sus manos temblaban ligeramente mientras la miraba, incapaz de reconocer a la pequeña niña que había sido.
—Elica... —susurró con voz quebrada. —¿Qué te ha pasado? ¿Cómo has llegado a esto?
Su pregunta quedó flotando en el aire mientras las palabras de Elica continuaban resonando en la habitación, como un eco de un mundo oscuro y terrible que él nunca había imaginado.
Los días pasaron y llegó el día del cumpleaños de Rafael. Él tenía 17 años y Elica cumplía 7. Los médicos aún no habían podido estabilizar el estado de Elica, y ella seguía atrapada en su mundo de locura y fantasmas. La familia había decidido pasar el día juntos en casa, para intentar distraerse de la situación.
Mientras preparaban la fiesta sorpresa para Rafael, el ambiente estaba cargado de tensión y tristeza. Nadie mencionó el cumpleaños de Elica, que caía el mismo día.
A pesar de los sedantes, Elica no se quedaba completamente inconsciente. Su cuerpo estaba agotado, pero su mente continuaba activa, llena de visiones y voces que la mantenían despierta. Cada vez que intentaba dormir, se despertaba con gritos y sollozos, aterrorizada por lo que veía en sus pesadillas.
Los médicos aumentaron las dosis de sedantes, pero parecía que nada funcionaba. Elica se volvía más y más inquieta, retorciéndose en la cama y murmurando nombres de personas y lugares que nadie más conocía. Su estado era cada vez más preocupante.
Los padres entraron a la habitación con un pastel de cumpleaños y una bolsa llena de regalos para Rafael. Intentaron mantener las apariencias, sonriendo y felicitando a su hijo mayor mientras colocaban el pastel en la mesa. Pero era evidente que estaban preocupados por Elica, quien yacía inmóvil en la cama, con los ojos medio abiertos y la respiración agitada.
Maria se acercó a su hija y le acarició el pelo con ternura, suspirando tristemente. Sabía que Elica no podría disfrutar de la fiesta ni recibir ningún regalo.
De repente, Elica abrió los ojos y dejó de reír. Su mirada estaba vacía y distante, pero había un destello de claridad en ella que no había tenido en días. Parecía estar luchando por mantenerse despierta, como si estuviera luchando contra algo dentro de su mente. Los médicos notaron el cambio y se acercaron rápidamente a ella, sorprendidos por este repentino momento de lucidez.
Carlo miró a su hija con una mezcla de esperanza y tristeza. Él había visto cómo la enfermedad había cambiado a Elica, cómo había consumido su inocencia y su alegría. Pero en ese momento, por un breve instante, pudo ver a la niña de sus ojos, a la pequeña que había sido antes de que todo esto empezara. Su corazón se rompió un poco más al darse cuenta de cuánto había perdido.
Rafael observó a Elica con los ojos llenos de lágrimas. Ver a su hermana pequeña, tan frágil y pálida en esa cama de hospital, le dolía profundamente. Él también la había visto crecer, reír y jugar, y ahora apenas la reconocía. El recuerdo de su hermana antes de la enfermedad se mezclaba con la imagen actual, creando un contraste que lo hacía sentir impotente y devastado.
Se acercó lentamente a la cama, sin saber qué decir ni qué hacer para aliviar el sufrimiento de su hermana.
Maria no pudo contener las lágrimas mientras miraba a Elica. Su corazón de madre se rompía en mil pedazos al ver a su bebé así, tan vulnerable y débil. Ella había sido la que había cargado a Elica en sus brazos, la que había cantado canciones de cuna para ella, la que había secado sus lágrimas y limpiado sus heridas. Y ahora, no podía hacer nada para curar esta enfermedad que la estaba consumiendo.
Se sentó al lado de la cama y tomó la mano de Elica entre las suyas, apretándola suavemente mientras susurraba palabras de amor y consuelo.
Elica habló con voz débil y entrecortada, como si cada palabra le costara un esfuerzo enorme. Su mirada se posó en su madre, quien la miraba con ojos llenos de esperanza y preocupación.
—Mamá... —murmuró. —No quiero seguir aquí. Estoy cansada... tan cansada.
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