Nueva
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Capitulo 9:
—Estamos a mano —
repitió él con voz firme, y luego se acomodó en su silla—.
Bueno, ahora sí, comencemos con la razón por la que te pedí que vinieras. Dame tus apuntes y necesito que me resumas brevemente lo que han visto del área.
Sentí cómo mi estómago se contraía, pero obedecí.
Le entregué el cuaderno y comencé a hablar, repasando cada tema, cada proyecto que habíamos trabajado.
Mientras tanto, Leonardo hojeaba mis apuntes con un cuidado casi obsesivo, deteniéndose en cada anotación como si leyera entre líneas.
Cada tanto levantaba la vista, me observaba en silencio, y luego volvía a sumergirse en mis páginas.
¿Por qué me mira así?
Me incomodaba la intensidad de sus ojos, como si tratara de descifrar algo más que mis palabras.
Finalmente terminé.
—Y… eso es todo, señor.
Él levantó una ceja y cerró el cuaderno con calma.
—Están bastante atrasados. Pero lo que me dices no coincide del todo con los apuntes que tienes. —
Levantó el cuaderno y lo agitó suavemente—.
Aquí hay información muy relevante.
—Sí, señor —
respondí con honestidad—.
Es que esos son mis apuntes, pero la información la he ido recopilando de investigación propia. El Decano Guadalupe carecía de muchos conocimientos.
Un destello curioso brilló en sus ojos.
Sus labios se curvaron apenas, casi imperceptibles.
—Ok. Entonces ya sé por dónde empezar. —
Hizo una pausa, bajó la mirada de nuevo al cuaderno y luego me la devolvió con un aire que no supe leer—.
Gracias por tu tiempo.
Me incliné para tomar mi cuaderno.
—Gracias, señor, con permiso.
En el momento en que mis dedos rozaron los suyos, un corrientazo recorrió mi piel.
Fue tan inesperado que solté el cuaderno de inmediato, y este cayó de nuevo sobre el escritorio con un golpe seco.
El silencio que siguió fue pesado.
Mis ojos se alzaron por reflejo y me encontré con los suyos, que ya no tenían la misma neutralidad.
Había algo más…
algo peligroso y fascinante a la vez, como si él también hubiera sentido ese contacto.
Me mordí el labio, nerviosa.
No, Valería, no pienses tonterías…
Él, en cambio, no apartó la mirada.
Solo apoyó las manos sobre el escritorio, muy despacio, como si midiera cada movimiento.
—¿Todo bien? —
preguntó con voz baja, casi grave.
Asentí demasiado rápido.
—Sí, señor. Solo fue un… accidente. —
Tomé el cuaderno con ambas manos, esta vez cuidando de no volver a rozarlo.
Pero mientras salía del despacho, podía sentir en mi espalda el peso de sus ojos siguiéndome hasta la puerta.
Las clases por fin concluyeron.
Como de costumbre, esperé a que todos salieran antes de mí; la aglomeración en la puerta me sofoca, me hace sentir atrapada, como si me faltara el aire.
Prefiero ese silencio incómodo que queda cuando el aula se vacía por completo.
Encendí mi laptop y comencé a subir mis apuntes a la nube.
Había recopilado demasiada información valiosa y no pensaba arriesgarme a perderla.
El sonido de las teclas, el zumbido leve del proyector apagado, la luz tenue entrando por las ventanas…
por un instante sentí paz.
Pero esa calma se desmoronó en segundos.
Una notificación parpadeó en la esquina de la pantalla: nuevo correo.
Remitente: Pablo.
Tragué saliva con dificultad.
Dudé en abrirlo, pero mis dedos se movieron solos.
"No estás en posición de ignorarme. Tengo unas cuantas fotos y videos que pueden caer en manos de tus padres si no aceptas verme. No me hagas usarlas..."
El mundo se me vino encima.
Sentí el corazón golpearme contra las costillas, tan fuerte que temí que cualquiera pudiera escucharlo.
La respiración se me entrecortó.
Quise gritar, llorar, romper la computadora en mil pedazos…
pero me forcé a mantener la calma.
No le daré ese poder.
No otra vez.
Tomé mi celular, capturé la pantalla y envié la imagen a Samuel.
Él debía saberlo.
Le había prometido no ocultarle nada y no pensaba romper esa promesa.
Guardé el teléfono en el bolso, cerré la laptop con un golpe seco y recogí mis cosas con manos temblorosas.
El aula ya estaba completamente en silencio, pero yo escuchaba el eco de mis propios pensamientos:
¿Qué fotos? ¿Qué videos? ¿Hasta dónde llegó Pablo? ¿Qué más me ocultó?
Me obligué a caminar con paso firme hasta el parqueadero.
El campus estaba medio vacío, las sombras se alargaban con el atardecer.
Subí a mi auto, encendí el motor y me dejé llevar por la rutina de manejar…
hasta que tuve que frenar de golpe.
Un Maserati negro cruzó frente a mí a toda velocidad.
—¡Pero qué demonios…! —
grité, golpeando el volante—.
¿Dónde habrá sacado su licencia?...
Idiota.
Al mirar con más atención reconocí el auto.
El Decano.
Otra vez él.
Siempre aparecía en los momentos menos indicados.
Sacudí la cabeza, apreté los dientes y continué manejando más despacio, como si cada kilómetro fuera un recordatorio de que la vida me estaba poniendo a prueba.
Al llegar a casa, el silencio me recibió primero.
Mis padres no estaban, pero no necesité buscarlos.
Fue suficiente con ver a Samuel sentado en la sala, inclinado hacia adelante, con las manos entrelazadas y el ceño fruncido.
Apenas crucé la puerta, levantó la vista.
Sus ojos estaban encendidos, no de miedo, sino de rabia contenida.
—¿Otra vez? —
preguntó con voz baja, grave, como si las palabras le quemaran en la boca.
Tragué saliva, cerré la puerta detrás de mí y apreté el bolso contra mi pecho.
—Sí… y esta vez es peor.