Continuación de la historia "Una vida llena de misterios y fantasías".
Feng Bao-Liang una pequeña princesa fue bendecida por un misterioso ser sobrenatural que los hombres apodaron el "Gran Dios Fénix". Y así un pequeño pueblo se convirtió en un gran imperio, abasteciendo a los ciudadanos de toda la fertilidad de la tierra.
pero...¿Por qué? nadie lo sabía...
Cuando la princesa nació, el gran fénix se presentó y la nombró como tesoro imperial.
El tiempo pasó y la princesa creció junto a su hermano mayor.
Todo parecía ir de maravilla hasta que la guerra se desató; entonces las cosas cambiaron...la vida de la pequeña princesa cambió completamente.
Ahora ella debe proteger a su imperio, buscar el porqué ese fénix la cuida y le enseña a controlar su maná espiritual sin pedir nada a cambio...¿Logrará Bao-Liang encontrar respuestas antes de lo inevitable? Porque después de todo un destino cruel le espera..
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Capítulo 9:
— ¿Padre? —
— ¡Bao-Liang! —
— ¿Dónde te metiste? Estábamos muy preocupados por tí. —
— Yo, solo estuve en ese bosque y cuando salí me encontré aquí. —
— Estuvimos buscándote por todo el camino. —
— Pero estoy bien. —
— Han pasado tres días desde que desapareciste. —
— ¿tres días? —
— Tres días en el cual el general no paró de buscarla por todos lados. —
…
— ¿Y la pequeña Bao-Liang? —
Pregunta el general mientras ayuda a los soldados encender la fogata.
— Se quedó rastreando las huellas de un animal. —
Responde el emperador llegando con la madera, los soldados se reúnen para encender otras fogatas alrededor campamento ya levantado.
— ¿Será que la princesa nos traiga un conejo para asar? —
Bromea uno asando algunas ardillas que habían cazado, en la brasa.
— La princesa adora a los animales pequeños, quizás solo los deje ir si los ve. —
Comenta otro sentándose entre los demás.
Los soldados siguen charlando mientras el general y el emperador entran a su carpa a revisar el mensaje que les había llevado la paloma mensajera, olvidándose de la pequeña princesa.
Pronto el sol desapareció y la noche llegó con la luna asomándose en el cielo despejado.
Después de la cena algunos de los soldados se fueron a descansar hasta que llegara su turno de hacer vigilancia, mientras los otros en su turno revisaban todo alrededor con antorchas en la mano.
El general Wei y el emperador también se fueron a descansar pensando que Bao-Liang se había ido a dormir temprano.
La mañana siguiente cuando el campamento se levantó y prepararon los caballos para seguir el viaje no notaron nada extraño. Levantaron la carpa de la pequeña princesa y todo pareció ir como siempre. Hasta que, entre todos los caballos, uno iba y venía, ese era el corcel de Bao-Liang, los soldados pensando que ella había ido a dar un paseo antes de irse volvieron a su trabajo de preparar todo.
Después de un tiempo el caballo inquieto pasó frente a unos soldados trayendo entre los dientes la espada de la niña, lo dejó caer a sus pies, moviendo las orejas y rechinando los dientes como si de esa manera dijera que ella no estaba.
Entonces se percataron de que la princesa había desaparecido. Y la búsqueda comenzó.
Uno de los soldados corrió hacia el general y el emperador quienes estaban a punto de subir a sus caballos, este hombre se arrodilló y mostró la espada.
— Su alteza, la princesa no se encuentra por ningún lado. —
— ¡¿Qué?! ¡Imposible! —
Se acerca el general al hombre y le arrebata la espada, dándose cuenta que en efecto era la de su nieta. El caballo blanco con su montura aparece galopando hacia ellos y se detiene en seco al observar que no había rastros de su dueña ahí. Todo inquieto empieza a relinchar y golpear su casco contra el suelo de manera nerviosa.
— ¿Buscaron en su carpa? —
Pregunta el general con seriedad.
— Su carpa ya fue levantada y no había nada ahí. —
— Tal vez Xiao-bao decidió volver a casa y se fue en la madrugada. —
Comenta el emperador mirándolos.
— Mi nieta sería incapaz de retroceder. —
— Concuerdo con usted señor, su alteza parecía determinada a llegar a la frontera. —
Dice el capitán Ming el general Wei asiente cruzándose de brazos. Otro soldado llega con las pertenencias de la pequeña que consistía en un bolso donde había algo de sus prendas.
— ¡Reporte! Las pertenencias de la princesa siguen intactas. —
— ¿Ya Buscaron por todos lados? —
— Hemos inspeccionado todo el bosque y no hubo nada. —
Responde el soldado, el general aprieta la pequeña espada.
— ¿Cuándo fue la última vez que la vieron? —
— Ayer. —
— ¿Dónde? —
El soldado solo bajó la cabeza y no respondió.
— ¡¿Dónde?! —
Alza la voz el hombre mayor.
— Cuando...cuando entró juntos a su majestad al bosque a recoger madera para la fogata. —
El general Wei suelta un largo suspiro intentando mantenerse calmado.
— Movilicen el ejército y busquen al tesoro imperial, no importa si ya lo hicieron. No paren hasta encontrarla. —
Ordena con determinación el mayor. Los capitanes de los distintos escuadrones del ejército acatan la orden. Y así la búsqueda de la pequeña niña comienza nuevamente.
Las horas pronto transcurrieron y aun no había rastros de la princesa. El caballo blanco al final los guió al lugar donde había encontrado esa espada y otra vez buscaron a la redonda sin obtener ninguna pista que diera con el paradero de esa pequeña.
El corazón del general acelerado buscaba sin descanso, el temor de perder a su nieta era insoportable.
Durante todo el día entero la buscaron y nada. Entonces el emperador teniendo la responsabilidad de llegar a la frontera con su ejército tomó la decisión de seguir sin su hija.
— No me iré sin antes encontrar a mi preciada nieta. —
Exclama con determinación el general Wei.
— Ha pasado un día entero, quizás ella realmente volvió a casa. —
Trata de razonar el emperador, pero el hombre estaba decidido a encontrar a Bao-Liang sin importar los días que fuera a tomar.
— Puedes adelantarte y llegar a la frontera, yo me quedaré con el capitán Ming para seguir buscando. Cuando la encuentre iré. —
— Bien, le deseo suerte. —
Y así el gran ejército partió hacia la frontera sin el general Wei.
— A este paso llegaremos al amanecer. —
Comenta uno de los capitanes al lado del emperador.
Mientras tanto, El general y un pequeño escuadrón siguieron buscando a la princesa.
Tres días, tres días después no hubo ningún abistamiento de Bao-Liang y por fin el hombre se rindió.
Ahora se dirigieron también hacia la frontera para reunirse con el emperador.
El mundo se detuvo para el general Wei quien se culpaba al no haber encontrado a su nieta.