Una luna perdida. Un alfa maldito. Una marca que arde más fuerte que la sangre.
Cuando el reino de Nyra Veyra cae ante la brutal invasión de los clanes lobo, ella se convierte en botín de guerra. Sin títulos, atrapada en un templo de piedra, solo le queda su cuerpo… y un fuego desconocido que empieza a despertar bajo su piel.
Pero hay algo que ni ella ni su captor esperaban:una Marca antigua arde en su vientre. Una conexión salvaje la une a Varkhan, el alfa más temido del norte.
Y él está dispuesto a reclamar lo que el destino le ha entregado. Con placer. Con sangre. Con colmillo.
Entre rituales, deseo y magia dormida, El Alfa y su Presa es una novela de romance oscuro, brujería ancestral y erotismo salvaje, donde el mayor enemigo no siempre es el que te encierra… sino el que arde dentro de ti.
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Capítulo 9 – Sombras de ceniza
La noche olía a presagio.
Las llamas del templo danzaban más altas de lo habitual, como si intentaran advertir de algo que aún no se dejaba ver. En el aire flotaba un murmullo antiguo, un roce en la piel que no era viento. Nyra lo sintió apenas cruzó el umbral del corredor oeste. No estaba sola. Y lo que se acercaba no venía a suplicar perdón.
Esa certeza se confirmó al llegar al patio de entrenamiento.
Allí estaba ella.
Alta, esbelta, vestida con una túnica negra ceñida al cuerpo como una segunda piel. El cabello oscuro caía en una cascada impecable, los labios curvados en una sonrisa que no llegaba a los ojos. Ojos que brillaban con una inteligencia antigua… y con algo más.
Serelis.
La bruja desterrada. La traidora. Y la única otra mujer, hasta ahora, que había conocido el corazón de Varkhan.
Nyra se detuvo en seco. La sangre le rugía en los oídos.
—Así que tú eres la nueva luna —dijo Serelis, sin volverse—. Esperaba más… brillo. Más presencia. Más... control.
Nyra apretó los dientes.
—No estoy aquí para impresionar a nadie.
—Una pena —replicó la otra, girando lentamente hacia ella—. Porque impresionar… es lo único que puede salvarte.
Antes de que Nyra pudiera responder, Varkhan apareció.
Su sola presencia hizo que la tensión se disparara. Caminaba con el ceño fruncido, los pasos duros, como si ya supiera que algo iba mal. Pero al ver a Serelis, su gesto cambió: se endureció, sí, pero también se tiñó de algo más complicado. Algo que a Nyra le dolió reconocer.
Recuerdo.
—Serelis —gruñó—. Deberías estar muerta.
—Lo estaría, si fueras tan letal como presumes.
Nyra sintió una punzada de rabia. Serelis no solo se atrevía a volver… lo hacía con elegancia, con arrogancia. Y lo peor: con conocimiento. Sabía cómo tocar a Varkhan. No físicamente, aún. Pero sus palabras eran caricias venenosas.
La bruja se acercó un paso más a él.
—Has cambiado —dijo, con voz sedosa—. Pero no tanto. Sigues escogiendo a mujeres salvajes y rotas.
Nyra dio un paso al frente, la magia palpitándole bajo la piel.
—Y tú sigues respirando gracias a que nadie te ha cortado la lengua.
Varkhan alzó una mano.
—Nyra, no.
—¿No? —replicó ella, sin apartar la vista de Serelis—. ¿Te molesta que no me quede callada mientras ella se pavonea por el templo que casi destruyó?
—No —respondió él, con la mandíbula tensa—. Me preocupa que te hagas daño por alguien que ya no significa nada.
Serelis rió, un sonido afilado y dulce como veneno.
—¿Nada, Varkhan? ¿Incluso después de todo lo que compartimos?
Nyra no lo pensó. Levantó una mano, y un círculo de llamas surgió a sus pies. La tierra crujió. El poder brotó como un rugido.
—No vuelvas a pronunciar su nombre con esa boca —dijo Nyra con voz firme—. No estás aquí por él. Estás aquí por mí. Y si me buscas, me vas a encontrar.
Serelis alzó una ceja.
—Interesante. Sabes jugar. Veremos si sabes resistir.
Y entonces atacó.
Sin aviso, sin palabras. Un proyectil de energía oscura salió disparado de sus manos. Nyra lo bloqueó con una barrera de fuego que explotó en el aire con una luz incandescente. Las dos brujas giraban una en torno a la otra, como orbitando un destino inevitable.
—No me conoces —gritó Nyra, lanzando una onda de impacto que partió el suelo entre ellas.
—No necesito conocerte —respondió Serelis—. Solo necesito demostrar que no eres digna.
Nyra sintió que las palabras la herían más que la magia. Pero no cayó. No esta vez. Se irguió, con los ojos encendidos.
—Y tú no eres nada más que un eco. Una sombra.
El fuego se acumuló en sus palmas. Lo lanzó. Serelis lo esquivó por poco. El patio retumbó.
Varkhan, en el centro, no intervino. No podía. Era un duelo de sangre. De linaje. Y si lo interrumpía, se rompería el pacto entre manada y luna.
Al final, Serelis retrocedió. Su pecho subía y bajaba con fuerza. Había sangre en sus labios.
—Interesante —dijo—. Puede que aún no seas digna… pero vas camino de serlo.
Y desapareció en un remolino de humo negro.
Más tarde, en la habitación, Nyra no hablaba. Solo caminaba de un lado a otro, la rabia atrapada entre las costillas.
Varkhan la observaba, sin acercarse aún.
—No me dijiste que… que ella…
—Porque no importa —dijo él—. Porque tú eres la única que me importa ahora.
—¿Y antes?
Varkhan se acercó. La tomó por la muñeca, obligándola a mirarlo.
—No la amé. No como te amo a ti.
Nyra cerró los ojos, la respiración entrecortada. Él la abrazó por la espalda, y su voz se deslizó en su oído:
—Cuando la vi, no pensé en lo que fue. Pensé en lo que habría perdido… si tú no hubieras estado a mi lado.
Ella giró. Lo besó. No con rabia esta vez. Con necesidad. Con una entrega nueva. Con la promesa de que Serelis podía tener el pasado.
Pero el presente… y el futuro… eran suyos.