No era necesario que ocultaran todo. Yo, Bianca Chevalier, primera princesa de este imperio y heredera del archiducado Chevalier, rompo mi compromiso contigo, duque Paul Mesellanas. — Bianca habló con tanta fuerza en su voz que todos escucharon con claridad.
Bianca se dio la vuelta, ignorando el torrente de lágrimas que caían por las mejillas de la novia. Los presentes la miraban con desaprobación, considerando que había arruinado un momento tan especial y que había ofendido a la novia.
Pero, ¿quién era la verdadera ofendida? ¿La mujer que lloraba desconsolada porque su matrimonio había sido opacado, o la mujer que había sido traicionada por su prometido y decidió enfrentarlo ante todos?
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¿Es por el gran general, verdad?
— Madre, imploro tu consejo; mi mente está en un abismo sin fin — lamentaba Bianca Lucía. Las huellas de su tormento estaban plasmadas en su demacrado rostro: grandes manchas oscuras se cernían sobre sus párpados, su cabello estaba todo desordenado y no había rastro de la princesa orgullosa y altiva.
— ¿Es por el gran general, verdad? — Bianca se sorprendió de lo bien que la conocía su madre.
— Sí — musitó con vergüenza.
Sus mejillas se tiñeron de carmesí; era la primera vez que Margaret veía a su hija tan avergonzada, lo que le demostraba que no todo estaba perdido.
Desde que Bianca asumió sus responsabilidades como princesa, se volvió una jovencita distante y calculadora, como si el peso de la corona le hubiera robado la chispa de su niñez. Sin embargo, la cercanía del gran general sacaba a relucir la naturaleza tierna y compasiva de Bianca, lo que calentaba el corazón de Margaret.
— Hija, conozco a Nikolai desde que era un niño; siempre ha sido tu guardián. Él era tu mejor aliado, te cubría en todas tus travesuras — Bianca se sorprendió por las palabras de su madre; ella no tenía recuerdos de Nikolai.
— Era adorable verte aferrada a su pierna mientras él te protegía con tanto cariño, pero eso cambió cuando Paul llegó. Nikolai comenzó a distanciarse, aunque su instinto protector nunca desapareció; él prefería estar en las sombras como un pequeño villano. Al principio, era gracioso captar esas miradas furtivas que lanzaba hacia ti, pero con el pasar del tiempo, la preocupación se volvió inminente. Él se alejó y no volvió a acercarse hasta ahora. Adanis lloraba a mares por el corazón roto de su hijo, y tú te dormías llorando sin explicación alguna. Fue frustrante toda esa situación, hasta que de la noche a la mañana tu atención se fijó en Paul, y ya no volviste a llorar. — Para Margaret, era amargo recordar toda esa situación, pero Bianca estaba aún más confundida que antes.
— Bianca, cariño, ¿qué es lo que atormenta y consume tu alma? — Este momento era un tesoro invaluable para Margaret, quien nunca conoció el consuelo de una madre que la escuchara. Aunque no estuvo completamente sola, sus doncellas se convirtieron en sus más fieles consejeras; sin embargo, nada se comparaba a la conexión entre madre e hija.
— Todo, madre, yo tenía una vida planeada. Lloré como nunca cuando me enteré del engaño de Paul. Salí destrozada después de enfrentarlo; sentí mi corazón romperse, pero luego él llegó como un bálsamo a mi alma herida. Él es como la calma en medio de mi tormenta, pero curiosamente también es la tormenta en medio de mi calma. Su presencia me envuelve cual serenidad arrulladora, pero su aroma me inquieta, y no de una forma maligna; es una inquietud que no puedo explicar. Mi corazón quiere salirse de mi pecho cuando tengo su respiración cerca. Mi mente lucha contra su influencia, resistiéndose a sus palabras, pero mi ser lo reconoce y se rinde ante él.— Bianca suspiro pesadamente.
— Soy vulnerable ante su mirada y odio sentir eso, pero mis ansias de verlo crecen con cada segundo que paso lejos de él. No tolero la idea de verlo con alguien más, pero me aterra tenerlo cerca. Estoy tan confundida; no sé qué es lo que siento por él, pero no quiero perderlo.
Bianca tenía los ojos llorosos; tantos sentimientos juntos la tenían al borde del precipicio.
— Ven aquí, cariño. — Bianca se hundió en el cálido abrazo de su madre, buscando consuelo como una pequeña que encuentra refugio en la seguridad de su hogar.
— Es entendible que tengas dudas, y tú misma tienes que descubrir qué sientes por el gran general, pero si no estás segura de que quieres pasar toda la vida a su lado, no lo ilusiones, ¿de acuerdo? — Bianca asintió ante las palabras de su madre; no era correcto avivar las llamas del amor en alguien sin tener la firme intención de amarlo.
Bianca pasó la tarde acurrucada en los brazos reconfortantes de su madre, mientras una chispa de ilusión danzaba en su mirada.
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