LA REINA ELARIA

Entramos en un pequeño edificio que olía a madera y cuero, un lugar tan diferente a lo que yo estaba acostumbrada. El joven se acercó al mostrador y comenzó a negociar rápidamente con el dueño del lugar. Mientras observaba, noté que el intercambio de la corona por dinero fue ágil y sin rodeos. El dueño no parecía sorprenderse por el valor de las joyas, como si estuviera acostumbrado a recibir objetos tan valiosos.

Poco después, el joven tomó un bulto lleno de billetes y monedas, el sonido del dinero chocando entre sí era una música extraña en mis oídos, algo tan distante de la vida que había tenido. Salimos del establecimiento, y él me miró de arriba a abajo, deteniéndose en mi vestido con una expresión que no supe interpretar al principio.

—Oye, deberíamos buscarte ropa adecuada —dijo, con tono casi desaprobador. —Ese vestido parece que le regalaras tela a todo el pueblo.

Me sentí incómoda, como si algo en mí hubiera sido expuesto sin querer. Miré mi vestido largo, fino y adornado con hilos de oro, algo que nunca había imaginado sería motivo de burla en otro lugar. De repente, me sentí como si fuera una extraña, fuera de lugar. Mi padre siempre había insistido en que se viera bien, pero ahí, en ese pueblo, ese vestido solo destacaba por su exceso.

—¿Cómo que... un vestido adecuado? —pregunté, confundida. No entendía qué tan diferente podía ser la ropa de este lugar.

Me hizo una señal con la mano y comenzó a caminar, indicándome que lo siguiera. El pueblo era un mundo completamente diferente. Las mujeres, a pesar de su belleza, vestían con sencillez, casi como si la tela de sus vestidos no tuviera importancia. Los vestidos llegaban hasta las rodillas, sin adornos, sin complicaciones, y me di cuenta de que todo parecía mucho más funcional que lo que yo conocía.

Llegamos a una pequeña tienda, un local oscuro y acogedor. El dueño no tenía la misma actitud que los de las tiendas de lujo a las que estaba acostumbrada. Aquí todo era más directo, sin miramientos. El joven comenzó a elegir algunos vestidos, de tela liviana, sin demasiados detalles, sin los adornos y volantes a los que yo estaba acostumbrada.

Al principio, me sentí escéptica, como si estuviera tomando una decisión irreversible. Elegí varios modelos que me parecían simples pero prácticos, sin entender del todo el propósito de cambiar mi ropa. Cuando me los probé, el sentirme sin las complicaciones de la realeza fue desconcertante. No había corsets, ni telas voluminosas, ni mangas largas que me cubrieran. Me sentía más libre, sí, pero también expuesta. Sin la protección de los adornos, me sentía como si estuviera revelando algo de mí misma que antes había mantenido oculto.

Cuando salí del probador, él me miró detenidamente, de pies a cabeza, y me sentí vulnerable bajo su mirada, como si estuviera siendo observada con ojos que ya no eran los de un sirviente, sino los de alguien que me veía de una manera completamente diferente.

—Oye, Reina... —empezó, pero lo interrumpí antes de que terminara la frase.

—No me digas "Reina" —le corregí, sintiendo que esas palabras ya no me correspondían. —Soy Elaria.

Él arqueó una ceja, sorprendido por mi respuesta, pero pronto sonrió con una mezcla de diversión y respeto.

—Ok, Elaria —dijo, como si se estuviera acostumbrando a llamarme por mi nombre. —Te ves diferente... toma los otros vestidos y vámonos. Ya pagué.

Me sentí extraña, como si estuviera perdiendo una parte de mí misma al aceptar este nuevo rol. Pero, a la vez, era algo liberador. A medida que tomaba los vestidos y los metía en la bolsa, una pequeña chispa de emoción se encendió dentro de mí. El mundo, por fin, parecía ser algo más que lo que había conocido antes. Podía ser Elaria, por primera vez, y no la hija de un rey obligada a vivir según las reglas.

Caminé hacia él con los vestidos en las manos. A pesar de lo que había hecho, de lo que habíamos hecho, había algo en él que me intrigaba más de lo que quería admitir. Su mirada, su actitud… incluso el modo en que se movía, con una confianza que no parecía natural en alguien de su condición.

Me detuve frente a él, mirándolo con una mezcla de curiosidad y algo más que no podía identificar.

—Oye... —empecé, dándome cuenta de que hasta ese momento no había pensado en lo más obvio—. No sé tu nombre.

Él me miró como si la pregunta le hubiera sorprendido, pero luego sus ojos se suavizaron y una sonrisa pequeña se dibujó en su rostro, como si al fin me estuviera permitiendo ver una parte de él que normalmente no dejaba ver.

—¿No lo sabes? —preguntó, su tono juguetón pero con algo de seriedad detrás—. Bueno, supongo que eso tiene sentido. Soy Kael.

Kael. El sonido de su nombre resonó en mis oídos como algo exótico, casi misterioso. En un momento tan caótico y extraño, me pareció que ese nombre encajaba perfectamente con él. No era un nombre de príncipe ni de nobleza, sino algo más... crudo, directo. Algo que encajaba con su actitud desafiante y con esa habilidad que tenía para moverse entre las sombras sin ser atrapado.

Lo miré a los ojos por un momento, intentando leer algo en su expresión, pero él, como siempre, no me ofreció una pista de lo que pensaba. Solo esa sonrisa en sus labios, que ahora parecía más una mueca de complicidad.

—Kael… —repetí, casi saboreando el nombre en mi boca.

Él asintió, con esa misma sonrisa.

—Sí, Elaria —dijo, pronunciando mi nombre con un tono que, aunque curioso, tenía un toque de respeto. No lo había esperado. Su forma de decir mi nombre me hizo sentir como si, por un breve segundo, estuviera fuera de mi propio mundo.

Puse una mano en mi cintura, ahora con una leve sonrisa en el rostro.

—Así que Kael, ¿tienes familia? —pregunté, con tono juguetón, mientras me aseguraba de que los vestidos estuvieran bien guardados en la bolsa.

Kael soltó una pequeña risa, pero sus ojos se oscurecieron por un segundo. No dijo nada más, solo miró hacia adelante, como si hubiera hecho un recuento mental de todo lo que estaba ocurriendo. No me contestó, pero había algo en su mirada que me decía que, por muy abierto que fuera, había mucho más bajo esa capa de dureza. Algo que no estaba dispuesto a compartir aún.

Entonces, sin más, tomé la decisión de seguir el flujo de la noche. Había dejado atrás una vida de normas y expectativas. Ya no quería preocuparme por lo que me esperaba, sino más bien por lo que vendría al seguir a Kael, ese desconocido con un nombre tan sencillo.

—Vamos, Elaria —dijo Kael, rompiendo el silencio, y me tendió la mano de manera casual—. Tenemos mucho por hacer.

Tomé su mano sin dudarlo, sintiendo cómo su toque me transmitía algo que no podía entender del todo.