Elena Carter, una brillante y empoderada empresaria de Nueva York, ha construido su imperio tecnológico desde cero, enfrentándose a un mundo lleno de desafíos y competencia. Nada ni nadie ha logrado desviarla de su camino… hasta que aparece Damian Moretti. Rico, influyente y peligrosamente atractivo, Damian es un mafioso italiano con un oscuro pasado y un obsesivo interés por Elena.
Cuando Damian intenta infiltrarse en su vida a través de una tentadora propuesta de negocios, Elena se encuentra atrapada en una red de pasión y peligro. Su determinación por mantener el control choca con la implacable necesidad de Damian de poseerla, no solo en los negocios, sino en cada aspecto de su vida.
Entre celos, conspiraciones y una atracción que no pueden negar, ambos descubrirán que hay líneas que no pueden cruzarse sin consecuencias. ¿Podrá Elena resistir el encanto y el poder de un hombre que lo arriesgará todo por tenerla? ¿O terminará cayendo en la trampa de una obsesión peligrosa...?
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Capítulo 9: Una Noche Inesperada
El amanecer se coló por las ventanas del apartamento de Elena, iluminando el lugar con una calidez que no coincidía con la tensión que aún flotaba en el ambiente. Damian estaba sentado en un sillón, su postura relajada pero con los ojos alertas, como si cualquier ruido lo activara. Elena lo observó desde la cocina mientras preparaba café, preguntándose cómo alguien podía parecer tan peligroso y a la vez tan protector.
—No puedes quedarte aquí para siempre, Damian —dijo ella finalmente, rompiendo el silencio.
Él levantó la vista, sus ojos oscuros encontrándose con los de ella.
—No planeo quedarme más tiempo del necesario.
Elena arqueó una ceja mientras le extendía una taza de café.
—¿Y quién decide cuánto tiempo es necesario?
Damian tomó la taza con una ligera sonrisa, pero no respondió. Su silencio decía más de lo que cualquier palabra podría expresar.
—Esto no es sostenible, Damian —continuó Elena mientras se apoyaba en la encimera—. No puedes aparecer en mi vida, llenarla de caos y luego pretender que todo está bien.
—No pretendo que todo esté bien —respondió él, su voz grave y calmada—. Pretendo mantenerte con vida.
Elena bufó, tratando de no dejarse afectar por la seriedad en su tono.
—No soy una damisela en apuros, Damian.
—Lo sé —admitió él, con una leve inclinación de la cabeza—. Y es precisamente por eso que sé que aceptarás mi ayuda, aunque no quieras.
Elena lo miró fijamente, buscando alguna señal de manipulación en sus palabras, pero lo único que encontró fue determinación.
—Sigues siendo igual de irritante —murmuró, dándose la vuelta para evitar que él viera la sonrisa que luchaba por aparecer en su rostro.
Damian no respondió, pero la ligera curvatura en sus labios no pasó desapercibida para ella.
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Más tarde ese día, Elena intentó recuperar algo de normalidad, concentrándose en sus proyectos pendientes. Sin embargo, la sensación de ser vigilada no la abandonaba. Cada vez que levantaba la vista de su computadora, encontraba a Damian en algún rincón, observándola con una mezcla de atención y preocupación.
—¿No tienes algo mejor que hacer? —preguntó finalmente, dejando caer el bolígrafo sobre la mesa.
—Esto es lo más importante que tengo que hacer —respondió él sin inmutarse.
Elena lo fulminó con la mirada.
—¿Vas a seguir pegado a mí las veinticuatro horas del día?
Damian se encogió de hombros.
—Si es necesario.
Elena se levantó de su asiento, sintiendo cómo la frustración hervía en su interior.
—Necesito espacio, Damian. No puedo funcionar si siento que estás respirando en mi nuca todo el tiempo.
Damian se puso de pie, su postura imponente llenando la habitación.
—No se trata de lo que quieres, Elena. Se trata de lo que necesitas.
Ella cruzó los brazos, negándose a retroceder.
—¿Y tú crees saber qué es lo que necesito?
—Sí. Necesitas que alguien se asegure de que no termines en el punto de mira de personas que no dudarán en destruirte para llegar a mí.
Elena lo miró, su respiración acelerada por la intensidad del momento. Quería discutir, gritarle que no tenía derecho a tomar decisiones por ella, pero algo en sus ojos la detuvo. Era una mezcla de preocupación genuina y algo más… algo que no podía identificar pero que la hacía sentir extrañamente segura.
Finalmente, suspiró y se dejó caer de nuevo en su asiento.
—Haz lo que quieras, Damian. Pero si me haces perder un cliente porque piensan que estoy loca por tener a un hombre merodeando por mi oficina, no te lo perdonaré.
Damian sonrió ligeramente, aunque su expresión seguía siendo seria.
—Lo tendré en cuenta.
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Esa noche, Elena decidió salir a despejarse. Había un pequeño bar cerca de su apartamento que solía frecuentar cuando necesitaba relajarse, y esa parecía ser una de esas ocasiones.
—No puedes ir sola —dijo Damian cuando ella mencionó sus planes.
Elena lo miró con incredulidad.
—¿Ahora también vas a decidir adónde puedo o no puedo ir?
—No es una decisión, Elena. Es sentido común.
—Bien, entonces quédate aquí. No necesito una niñera.
Damian no respondió, pero cuando Elena llegó al bar, no se sorprendió al verlo entrar unos minutos después.
—¿De verdad? —preguntó mientras él se acomodaba en una mesa cerca de la barra.
—Estoy aquí para asegurarme de que no te pase nada.
Elena rodó los ojos y se dirigió a la barra, decidida a ignorarlo. Pidió un cóctel y se dispuso a disfrutar de su tiempo a solas, pero no pasó mucho antes de que un hombre se le acercara.
—Hola, ¿puedo invitarte una copa? —preguntó el extraño con una sonrisa encantadora.
—Gracias, pero ya tengo una —respondió Elena con cortesía, levantando su vaso.
El hombre no pareció desanimarse.
—¿Y qué hay de compañía?
Antes de que Elena pudiera responder, Damian apareció a su lado, su presencia dominante haciendo que el extraño retrocediera instintivamente.
—Ella ya tiene compañía —dijo Damian, su tono frío como el hielo.
El extraño levantó las manos en señal de rendición.
—Lo siento, no quería causar problemas.
Damian no respondió, y el hombre se alejó rápidamente.
—¿Era necesario? —preguntó Elena, fulminándolo con la mirada.
—¿Quieres que te deje sola con tipos como ese?
—Era inofensivo, Damian.
—Eso es lo que tú crees.
Elena bufó, pero no pudo evitar notar cómo su corazón latía un poco más rápido al verlo tan protector.
—Eres imposible —murmuró, llevándose el vaso a los labios.
Damian se inclinó ligeramente hacia ella, su voz baja pero cargada de intensidad.
—Y tú eres testaruda.
Elena lo miró, sintiendo cómo la tensión entre ellos se intensificaba. Por un momento, el ruido del bar desapareció y lo único que existía era la cercanía entre ellos, la forma en que sus miradas se entrelazaban como si nadie más estuviera allí.
—Deberíamos irnos —dijo Damian finalmente, rompiendo el momento.
Elena asintió, incapaz de encontrar las palabras para responder.
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El camino de regreso al apartamento estuvo cargado de silencio, pero no era incómodo. Había algo en la quietud que hablaba más que cualquier conversación. Cuando llegaron, Damian la acompañó hasta la puerta.
—Gracias por arruinar mi noche —dijo Elena con una leve sonrisa mientras buscaba sus llaves.
Damian sonrió también, aunque su mirada seguía siendo seria.
—Solo estoy haciendo mi trabajo.
Elena lo miró, sintiendo un extraño calor en el pecho.
—Buenas noches, Damian.
—Buenas noches, Elena.
Mientras ella cerraba la puerta, no pudo evitar preguntarse qué tan profunda sería la conexión que estaba empezando a formarse entre ellos.
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