**Sinopsis**
En un mundo donde la biología define roles y los instintos son incontrolables, dos hombres de mundos opuestos se ven atrapados en una ardiente atracción. Leon, un alfa dominante y poderoso empresario, ha rechazado el amor… hasta que Oliver, un omega dulce y sensible, entra en su vida como asistente. Lo que comienza como un deseo prohibido pronto se convierte en una intensa relación marcada por celos y secretos. Cuando verdades devastadoras amenazan con separarlos, deberán enfrentarse a su pasado y decidir si su amor es lo suficientemente fuerte para desafiar las estructuras que los mantienen apartados. ¿Están dispuestos a arriesgarlo todo por un futuro juntos?
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Capítulo 9: Desvelos de Desesperación
Eran tres semanas después de aquella mágica noche en el balcón, y los ecos de las confesiones aún resonaban en las mentes de Leon y Oliver. La tensión y la pasión que habían navegado juntos había sido intensa, como una corriente eléctrica pulsando entre ellos, pero también les había hecho conscientes de los límites que les imponía su entorno laboral. La oficina, neutral y formal, se había vuelto un terreno complicado rodeado de matices y emociones.
Leon se sentó en su escritorio, el suave zumbido de las computadoras y el murmullo de la conversación de sus compañeros de trabajo llenaban el aire. Enfrente, Oliver estaba en su propio cubículo, revisando unas presentaciones. A pesar de que se veían casi todos los días, cada vez que sus miradas se cruzaban, era un tira y afloja de deseo y responsabilidad. Por debajo de la superficie, había una tensión palpable: cada sonrisa fugaz, cada breve roce de sus manos al pasar documentos, estaba cargada de una emoción que amenazaba con estallar.
Era un día de mucho trabajo. La presión de un proyecto inminente había mantenido a todos en un estado de alerta constante. Leon trató de concentrarse, pero la manera en que el cabello de Oliver caía sobre su frente y la forma en que se mordía el labio mientras pensaba lo distraía irresistiblemente. Un suspiro escapó de sus labios de manera involuntaria.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Sofía, su colega de al lado, levantando la vista de su computadora.
—Sí, solo... un poco cansado —respondió Leon con una sonrisa forzada, sin poder quitarle los ojos de encima a Oliver, que, en ese momento, miraba su pantalla con una intensidad que casi parecía responder a una llamada interna.
El reloj marcaba las tres de la tarde cuando todo se intensificó. La jefa de proyectos, Marta, llamó a todos a una reunión inoportuna. Leon y Oliver intercambiaron miradas de complicidad, y en ese instante, Leon sintió que el tiempo se ralentizaba entre ellos. Una chispa de emoción atravesó la sala, y, aunque podría parecer un momento banal, la cercanía de sus cuerpos en aquellas sillas alineadas hacía que Leon se sintiera más electrificado que nunca.
Después de la reunión, Leon decidió que no podía mantenerse alejado de Oliver por más tiempo. La atracción lo consumía, esa mezcla de deseo y culpabilidad que lo empujaba a encontrar un momento para estar a solas con él.
—Oye, ¿quieres un café? —le preguntó Leon, acercándose al cubículo de Oliver, esperando que no sonara demasiado casual.
—Claro —dijo Oliver, su voz era un suave eco que llenaba el aire. Claramente, había algo más en el tono.
Mientras caminaban hacia la máquina de café, la tensión se volvía más densa. En la quimera de la rutina diaria, cada paso que daban era una declaración silenciosa de su conexión. Leon se detuvo un momento, viendo cómo Oliver miraba con curiosidad hacia él.
—¿Te parece que este lugar se siente cada vez más sobrecargado? —preguntó el joven, frunciendo el ceño mientras presionaba el botón de la máquina.
—Felices los que pueden ignorarlo —respondió Leon, sintiendo que el instante se tornaba más intoxicante. —Siento que entre más tiempo paso aquí, más ganas tengo de… dejar todo atrás.
Oliver lo miró, sus ojos brillaban con entendimiento y deseo. —¿Dejarlo todo atrás o dejar que algo más empiece?
Sin poder resistir la posibilidad que ofrecía la conversación, Leon se inclinó hacia él, sus rostros tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de su piel. —Ambas cosas —confesó, su voz casi un susurro—. Hay veces que lo que siento por ti hace que me olvide de este lugar y me dan ganas de correr contigo hacia cualquier otro sitio.
El corazón de Oliver latía rápido, como si también la idea de huir fuera un anhelo compartido. Pero una sombra de temor cruzó por su expresión. —No creo que podamos ser tan impulsivos, Leon. Esto es complicado.
—Lo sé —se apresuró a decir Leon, su voz tradingas de desesperación—. Pero no puedo evitarlo. Me siento atrapado.
En medio de las palabras, el aire entre ellos se volvió denso y cargado, y como si las fuerzas que siempre les mantenían inmovilizados hubiesen quedado suspendidas, impulsivamente, Leon se inclinó hacia frente, besando a Oliver sin pensarlo. La presión de sus labios provocó un estallido de emociones contenidas, un movimiento que hizo que el mundo exterior desapareciera.
Oliver respondió con intensidad, y ambos se sumergieron en un torbellino de deseo. El beso era cálido y desesperado, como si cada segundo robado conllevase un riesgo inherente. A su alrededor, el ruido de la oficina se desvaneció hasta convertirse en un murmullo lejano, el tiempo en el que se encontraban se congeló, y cada roce llenaba de vibraciones su piel.
—¿Qué hemos hecho? —preguntó Oliver, separándose brevemente, sus ojos dilatados por la mezcla de emoción y alarma.
—No lo sé. Quizás destinada a ser un error, pero no puedo dejar de sentir esto por ti. —Las palabras de Leon sabían a verdad, aunque cargadas de culpa.
Oliver trajo sus dedos a sus labios, como si todavía pudiera sentir el calor de aquel beso. —Cuando estamos juntos, todo se siente tan bien, pero aquí, en la oficina… —titubeó, buscando su mirada—. No deberíamos estar haciendo esto.
—Lo sé —replicó Leon con firmeza, sabiendo que el conflicto interno de Oliver era el mismo que el suyo. —Pero no quiero seguir pretendiendo que no hay nada.
La puerta del departamento de Recursos Humanos se abrió y una compañera de trabajo, Paula, apareció en el umbral. Su mirada se topó con ellos y la tensión se cortó como un hilo.
—Oh, perdón, no sabía que estaban en medio de algo, —dijo ella, con un tono despreocupado, pero también lleno de curiosidad. —¡Sólo pasaba para preguntar qué hora podría programar una reunión.
Estrangulando sus miradas entre la mezcla de horror y vergüenza, Oliver y Leon supieron que habían cruzado una línea que no podrían deshacer. Con un gesto nervioso, Oliver despejó su garganta y se puso de pie, enderezándose al instante.
—Solo… solo estábamos hablando de los puntos de la reunión, —dijo Oliver, su voz traicionando una inquietud que Leon podía percibir.
Paula sonrió, aunque notó que la chispa entre ellos era un secreto tal que había servido de comprobación a la innegable conexión. —seguiré en la oficina, tal vez en 15 minutos. Ustedes son siempre los más rápidos para las presentaciones.
La presión en el aire continuó, aún después de que Paula se alejó. La euforia del beso se había transformado en algo más sombrío, una mezcla de pasión y culpa que opacaba lo que antes había sido un momento de pureza.
—Esto no puede seguir así, —susurró Oliver, su voz frágil y quebrada. —Quizás, tal vez, debería… deberíamos mantener una distancia.
Leon sintió que el nudo en su estómago se apretaba. —No quiero, Oliver. Estoy cansado de desearte en silencio y tener que silenciar lo que siento.
—Pero si nos atrapan, si alguien se entera, eso podría arruinar nuestras carreras, —respondió Oliver, su mirada llena de una angustia que resonaba entre ellos.
—También podría arruinar lo que tenemos. Alguien tiene que ser fuerte en esto —dijo Leon, sintiendo que una parte de sus emociones se fragmentaba en mil pedazos. —¿No ves que no puedo dejar de pensar en ti?
Mientras sus corazones latían con fuerza, el deseo seguía alzando la voz, como un canto silenzioso que amenazaba con devorar el sentido de lo que habían construido. Pero la realidad era pesada, y Leon sintió que la culpa se acumulaba en sus hombros.
—Lo sé, —susurró Oliver, finalmente mirando hacia el suelo, luchando con las decisiones que debían enfrentar. —Y temo que si seguimos así, terminaré dañándote.
El silencio se hizo eterno, los dos sintiéndose atrapados en un juego de emociones contradictorias, con la pasión y culpabilidad luchando por el control. Sin embargo, solo había un deseo común entre ellos: encontrar una manera de abordar el reto que presentaba el mundo real y buscar un espacio para el amor que estaba floreciendo.
—Ahora mismo, solo sé que quiero que esto funcione —dijo Leon, su voz temblando de emoción—. Pero tenemos que ser honestos y enfrentar esto juntos.
Finalmente, esa promesa de ser honestos resonó entre ellos, un hilo de esperanza que tintaba el aire cargado de angustia. Tenían que lidiar con las sombras de sus deseos, pero también debían atesorar la luz que habrían creado, el destello de amor en medio de la desesperación. Así, el camino se tornó incierto, pero ambos sabían que la sinceridad y el coraje serían sus mejores aliados al enfrentar lo que vendría.