"Ash, cometí un error y ahora estoy pagando el precio. Guiar a esa alma era una tarea insignificante, pero la llevé al lugar equivocado. Ahora estoy atrapada en este patético cuerpo humano, cumpliendo la misión de Satanás. Pero no me preocupa; una vez que termine, regresaré al infierno para continuar con mi grandiosa existencia de demonio.Tarea fácil para alguien como yo. Aquí no hay espacio para sentimientos, solo estrategias. Así es como opera Dahna." Inspirada en un kdrama. (la jueza del infierno)
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¿Un mes?
Dahna salió de la Universidad Iris con la cabeza bien alta y una sonrisa apenas perceptible de autosuficiencia. Se ajustó las gafas de sol, disfrutando del calor que le acariciaba el rostro. No había sido un día fácil, pero había cumplido con lo que se había propuesto: dejar claro que no sería pisoteada ni por Cassandra ni por sus secuaces. Al cruzar las puertas del campus, una idea rondaba su mente. Era hora de recuperar el control de su vida y eso incluía el fideicomiso que le pertenecía.
Pidió un taxi y, tras un corto trayecto, llegó frente a un elegante edificio de oficinas, el nuevo bufete de abogados al que había decidido recurrir. El lugar destilaba seriedad y profesionalismo. Al llegar a la recepción, una secretaria la dirigió a la oficina de uno de los abogados más experimentados del bufete.
El hombre, de mediana edad, la recibió con una sonrisa cordial, sin sospechar la tormenta que se avecinaba. Dahna se sentó frente a él, aún con las gafas de sol puestas, y le explicó con voz firme su situación: su abuela le había dejado un fideicomiso, pero su padre había bloqueado su acceso, impidiendo que pudiera disponer del dinero.
—Quiero que eso cambie y lo quiero rápido —declaró Dahna, con un tono que no admitía objeciones.
El abogado asintió, intentando mantener la calma ante la actitud imponente de la joven.
—Eso es posible, señorita —respondió mientras revisaba algunos documentos—. Si su padre bloqueó el acceso de manera ilegal, podemos recurrir a un juez. Sin embargo, el proceso podría tomar alrededor de un mes. Hay mucho papeleo de por medio...
Dahna se quitó las gafas de un movimiento brusco, revelando una expresión de impaciencia que parecía hacer temblar al abogado.
—¿Un mes? —repitió, entrecerrando los ojos—. ¿No puede ser antes? ¿Dos días?
El abogado carraspeó, notando la furia en los ojos de la joven, pero tratando de mantener la compostura.
—Señorita, el sistema judicial a veces puede ser un poco... lento. Pero haremos todo lo posible para agilizarlo.
Dahna resopló, frustrada, pero aceptó la respuesta con un movimiento de cabeza.
—Más le vale —soltó, guardando los documentos en su bolso y poniéndose de pie—. Si no tengo noticias pronto, no dudaré en buscar a alguien más.
El abogado la despidió con una sonrisa nerviosa, aliviado de verla marcharse.
Ya fuera del edificio, Dahna cruzó la calle sin mirar. Un auto negro frenó a solo centímetros de ella, haciendo rechinar las llantas contra el pavimento. Dahna ni se inmutó, pero el conductor salió del coche, visiblemente alterado.
—¡Señorita, casi la atropello! —exclamó.
—Estoy bien —respondió Dahna con desdén, sin molestarse en quitarse las gafas de sol para mirarlo. Siguió caminando sin detenerse, mientras el hombre la observaba con incredulidad, rascándose la cabeza.
Desde el asiento trasero del auto, un hombre elegante observaba la escena, levantando una ceja al ver la indiferencia de la joven que se alejaba con paso decidido.
—¿Todo bien, Roberto? —preguntó el chofer al volver al vehículo.
—Sí, solo una niña rica imprudente —contestó el hombre, mientras echaba un último vistazo a la silueta de Dahna que se alejaba.
Dahna llegó a casa y, para su sorpresa, encontró a Emma esperándola en la entrada. La niña la saludó con una sonrisa tan amplia que a Dahna le resultó difícil no poner los ojos en blanco. Emma, con sus trenzas bien hechas y ese vestido color pastel, contrastaba con la oscuridad y el aura distante de su hermana.
—¡Hola, Amara! —canturreó Emma, corriendo hacia Dahna con los brazos abiertos, como si esperara un abrazo. Dahna, en respuesta, solo retrocedió un paso y levantó una ceja.
—¿Y tú qué haces aquí? —preguntó Dahna, cruzando los brazos.
—Papá y mamá salieron, así que pensé que sería divertido esperarte —dijo Emma, ignorando por completo la frialdad en la voz de su hermana—. ¿Podemos pasar la tarde juntas? Podemos ver una película o... ¡o jugar a algo!
Dahna la miró como si le hubiera propuesto algo totalmente ridículo, pero Emma seguía sonriendo, como si no notara el evidente desagrado de su hermana.
—Yo no juego, Emma —respondió Dahna con voz seca, haciendo énfasis en cada palabra—. Y las películas... no son lo mío.
La pequeña no se desanimó. Agarró la mano de Dahna con entusiasmo, haciendo que la mayor retrocediera sorprendida.
—¡Entonces, podríamos simplemente charlar! —sugirió Emma, como si fuera lo más normal del mundo—. Me gustaría que me contaras sobre la universidad. Seguro que haces cosas muy interesantes.
Dahna soltó un suspiro de fastidio, apartando la mano de la niña con un movimiento suave pero decidido.
—Escucha, mocosa, no soy de esas personas que disfrutan de las charlas. Y definitivamente no soy una niñera —dijo Dahna, mirando a Emma de reojo—. Así que si quieres seguir jugando a la hermanita feliz, hazlo con alguien más.
Emma parpadeó, claramente desorientada por la respuesta de Dahna, pero en lugar de desanimarse, le regaló una sonrisa aún más amplia.
—¡Entiendo! —dijo la niña, balanceando los brazos de un lado a otro—. ¡Voy a contarte un chiste! ¿Sabes cuál es el colmo de un pez?
Dahna la miró con los labios apretados, luchando por no rodar los ojos. Pero antes de que pudiera contestar, Emma soltó la respuesta con entusiasmo.
—¡Que le saquen del agua para que no se moje!
Dahna mantuvo su expresión fría e imperturbable, observando cómo la sonrisa de Emma se desvanecía lentamente. La pequeña hizo un puchero al notar que su chiste no había causado el efecto que esperaba, mirando a Dahna con una mezcla de decepción y ternura.
—Tu chiste es un asco —sentenció Dahna sin ningún rastro de compasión en su voz.
Emma miró el suelo, rascando la punta de su zapato contra el piso, pero pronto recuperó su sonrisa.
—Lo intentaré de nuevo otro día —murmuró, más para sí misma que para Dahna.
Dahna simplemente negó con la cabeza, dirigiéndose hacia las escaleras sin mirar atrás, mientras Emma la seguía con la mirada, como si aún guardara la esperanza de que algún día lograría arrancarle una sonrisa.