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Ecos De Un Tiempo Perdido

Ecos De Un Tiempo Perdido

Status: Terminada
Genre:Completas / Elección equivocada
Popularitas:2.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Litio

En un pequeño pueblo donde los ecos del pasado aún resuenan en cada rincón, la vida de sus habitantes transcurre en un delicado equilibrio entre la esperanza y la desesperanza. A través de los ojos de aquellos que cargan con cicatrices invisibles, se desvela una trama donde las decisiones equivocadas y las oportunidades perdidas son inevitables. En esta historia, cada capítulo se convierte en un espejo de la impotencia humana, reflejando la lucha interna de personajes atrapados en sus propios laberintos de tristeza y desilusión. Lo que comienza como una serie de eventos triviales se transforma en un desgarrador relato de cómo la vida puede ser cruelmente injusta y, al final, nos deja con una amarga lección que pocos querrían enfrentar.

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Capítulo 9: El Límite del Sacrificio

El amanecer llegó con una claridad abrumadora. A través de las ventanas de la pensión, los rayos de luz inundaban la habitación de Clara, pero lejos de traer consuelo, solo parecían acentuar la inquietud que sentía. Después de descubrir el oscuro pacto que sus padres habían hecho, Clara sabía que no podía quedarse sentada, esperando que el destino llegara a reclamarla. Su vida había sido marcada desde su nacimiento, y ahora, todo apuntaba a que el precio estaba a punto de ser cobrado.

Decidió que era hora de enfrentarse a la única persona que tal vez pudiera darle respuestas: Doña Rosa. Había algo en esa anciana que parecía conocer más de lo que había dejado ver, y Clara estaba decidida a que no se le escapara ningún detalle esta vez. Así que, con el diario en la mano y el corazón pesado, salió de la pensión y se dirigió a la casa de la mujer.

Al llegar, Doña Rosa la recibió como si ya supiera lo que Clara venía a preguntar. Su mirada penetrante la observó en silencio mientras la joven cruzaba la puerta, como si pudiera leerle el alma.

—Sabes lo que encontraron tus padres —dijo Doña Rosa sin rodeos, mientras la invitaba a sentarse—. El pacto que hicieron no era una leyenda. Era la única forma de salvar al pueblo en su momento más oscuro.

Clara apretó el diario contra su pecho, sintiendo cómo la desesperación se apoderaba de ella.

—¿Por qué yo? —preguntó, su voz quebrada—. ¿Por qué debían pagar con la vida de su propio hijo?

Doña Rosa suspiró profundamente, como si llevara años esperando esa pregunta.

—Ellos no tenían elección. Era una cuestión de supervivencia. El pueblo estaba condenado. Se moría lentamente. Las cosechas fallaban, la gente caía enferma… Era cuestión de tiempo antes de que San Gregorio dejara de existir.

Clara se inclinó hacia adelante, la angustia crepitando en su piel.

—Entonces hicieron un pacto. ¿Con quién?

La anciana permaneció en silencio por un momento, mirando a la joven con una mezcla de compasión y resignación.

—Con la oscuridad —respondió finalmente—. El precio siempre es alto cuando haces tratos con lo que no entiendes. Ellos no sabían en ese momento el costo total. Solo querían salvar a San Gregorio. No fue hasta después que se dieron cuenta de que el sacrificio sería su propio hijo.

Clara sintió como si el mundo se estuviera desmoronando a su alrededor. Todo lo que creía sobre su vida estaba siendo destruido.

—Pero… soy su hija, no su hijo —replicó, su voz temblorosa, buscando un resquicio de esperanza.

Doña Rosa sacudió la cabeza.

—No era literal. El pacto decía ‘el primogénito’, y eso eras tú, Clara. Ellos trataron de protegerte, de ocultarte. Pero la oscuridad siempre encuentra lo que le pertenece.

Clara cerró los ojos por un momento, respirando profundamente, intentando asimilar todo lo que había oído. Sus padres, quienes la habían amado, la habían condenado sin saberlo. La habían sacrificado para salvar a un pueblo que ahora era poco más que una sombra de lo que una vez fue.

—¿Y qué puedo hacer yo? —preguntó, con la voz entrecortada—. ¿Estoy condenada?

Doña Rosa se inclinó hacia ella, sus ojos oscuros brillando con una intensidad extraña.

—Puedes huir. Dejar San Gregorio antes de que el pacto se complete. Pero la oscuridad no olvida, Clara. Siempre te seguirá.

La desesperanza que Clara sentía parecía un abismo sin fin. La idea de escapar, de vivir en la sombra de un destino sellado desde su nacimiento, era aterradora. Pero al mismo tiempo, la idea de quedarse y enfrentar el pacto la llenaba de un miedo aún más profundo.

—¿Hay alguna manera de romperlo? —preguntó en un último intento por aferrarse a algo, cualquier cosa.

La anciana la miró fijamente.

—No. No sin pagar otro precio. Y ese precio es aún más alto.

Clara sintió cómo una ola de angustia la arrastraba. La vida que había conocido estaba destrozada, y ahora se encontraba frente a una elección imposible: huir, sabiendo que nunca estaría a salvo, o enfrentar el destino que sus padres habían sellado para ella.

Cuando se despidió de Doña Rosa, el sol ya comenzaba a ocultarse tras las colinas, tiñendo el cielo de un tono rojizo. Clara caminó lentamente de regreso a la pensión, cada paso más pesado que el anterior. Se sentía como si estuviera atrapada en un ciclo interminable de sufrimiento, sin salida posible.

Al llegar a su habitación, se sentó en la cama y observó el diario que había traído consigo. No podía evitar sentir un profundo rencor hacia esos papeles que contenían el secreto que había destruido su vida. La historia de su familia, de su sacrificio, estaba ahí, escrita con una tinta que parecía haber manchado su destino.

Esa noche, Clara no pudo dormir. Cada vez que cerraba los ojos, veía sombras moviéndose en la oscuridad, escuchaba susurros que la llamaban por su nombre. Se sentía observada, como si algo en el aire estuviera esperando el momento oportuno para atraparla.

El reloj en la pared marcaba las tres de la mañana cuando finalmente se levantó, incapaz de soportar más la presión. Decidió que no podía quedarse más tiempo en San Gregorio. Su destino estaba aquí, enraizado en las sombras de ese pueblo, pero ella no podía seguir siendo prisionera de un pacto que no había hecho.

Empacó lo poco que tenía y salió de la pensión antes del amanecer. La neblina, como una vieja amiga, la envolvía mientras caminaba hacia la estación de autobuses. El silencio del pueblo era casi ensordecedor, como si todo estuviera detenido, esperando su partida.

Clara sabía que, al dejar San Gregorio, también dejaba atrás los ecos de su infancia, de sus padres, de todo lo que alguna vez había sido importante para ella. Pero no había otra opción. Su vida dependía de escapar, aunque supiera que las sombras siempre la seguirían.

Cuando el autobús finalmente llegó, Clara subió con una última mirada hacia el pueblo. La neblina había comenzado a levantarse, revelando la silueta de San Gregorio en la distancia, un lugar que alguna vez fue su hogar y que ahora solo era una tumba para sus recuerdos.

Se sentó junto a la ventana y cerró los ojos mientras el vehículo se alejaba, con la certeza de que, aunque se alejara, nunca podría escapar del todo de la oscuridad que la perseguía.

1
Raquel Aboyte
muy buena historia inspira a yebarla acabo
Raquel Aboyte
esta lectura esta triste
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