Por Siempre Mío.

—¿No quieres entrar? —Preguntó Paola, antes de abrir la puerta del departamento. Carlo miró adentro y negó rápidamente.

—Hoy tuve un día muy complicado y quiero descansar un poco, será en otra ocasión.

Ella asintió y abrió la puerta—. Nos vemos luego.

Después de cerrar la puerta, Carlo regresó a su auto. Al ingresar, se quedó un tiempo inmóvil en el asiento. La mirada indiferente de Adrien le causaba molestia y enojo; tal vez porque se había acostumbrado a que siempre estaba detrás de él. Sin embargo, durante años había deseado que llegara alguien que lograra separarlos, lo cual contradecía mucho su manera de ver las cosas en ese momento.

—Mierda, todo es tu culpa —murmuró con rabia.

Encendió el auto y se puso en marcha; lo menos que quería era pensar en Adrien Gautier, la persona egoísta y orgullosa que lo mantuvo a su lado con chantajes.

Condujo hasta un bar que conocía. Por supuesto, era el lugar favorito de Adrien, pero las bebidas eran realmente buenas, así que nada tenía que ver Adrien con su decisión de ir ahí.

—Señor Mancini, ¿está aquí para encontrarse con el señor Gautier? —le preguntó amablemente el mesero que siempre los atendía.

—¿Está solo? —Carlo elevó sus cejas con sorpresa. Adrien solía visitar el bar unas cuantas veces en el mes, pero no le encantaba la idea de pasar sus fines de semana ahí, mucho menos solo.

—No, está con otra persona. Parece un extranjero, ambos fueron a la sala que ustedes suelen usar. —Respondió el mesero. No había límites en sus palabras; después de todo, eran bien conocidos como una pareja, aunque nunca hubieran confirmado nada. Sin embargo, al ver que el semblante de Carlo se había oscurecido, supo que había hablado de más. No obstante, antes de que pudiera decir algo más, Carlo ya estaba caminando hacia el segundo piso—. Ups, creo que la cagué —dijo entre dientes.

Carlo caminó hacia la sala que solían utilizar ellos. Quién sabe por qué, pero estaba irritado hasta la médula. La puerta estaba perfectamente cerrada y la habitación era insonorizada, así que por más que trató de escuchar, le fue imposible.

—Señor, ¿me da permiso? —el mismo mesero de antes le habló por la espalda. El chico traía una bandeja con una botella de vino y un par de copas.

—Trae otra copa, me uniré a ellos —ordenó mientras le quitaba la bandeja y golpeaba la puerta con la mano libre. Aunque el mesero dudaba un poco, terminó asintiendo.

Del otro lado de la puerta, Cedric y Adrien estaban manteniendo una buena conversación, recordando viejos tiempos y riendo con algunas anécdotas divertidas. La primera botella de alcohol se había terminado y la mayoría había sido bebida por Adrien. Aunque Cedric no estaba de acuerdo con su manera excesiva de beber en ese momento, sabía que lo necesitaba.

Aunque Adrien no solía beber mucho, recordar esa promesa que le había hecho a la persona que más amaba le removió viejas heridas sin sanar. De alguna manera, Cedric se sentía culpable por ello, pero, en el fondo, ambos sabían que Adrien debía enfrentarse a eso que lo hería y no lo había dejado dormir por años.

—Realmente no esperaba que tu abuelo nos viera en ese momento, por eso fue que me caí —dijo Cedric mientras comía un trozo de queso appenzeller.

—Mi abuelo no tiene nada que ver con tu poco equilibrio. Eras torpe con los pies —se burló Adrien. Justo cuando el pelinegro estaba poniendo un queso en su boca y sonriendo ampliamente con las mejillas rojas, la puerta fue abierta y vio a la persona que menos esperaba.

Ambos se quedaron en un punto muerto por unos segundos. Adrien no quería verlo porque estaba ebrio y era demasiado débil ante él. Después de todo, los sentimientos que había mantenido por años no se podían ignorar de un día a otro... o en algunos meses.

—¿Tú eres? —preguntó Cedric al ver a su mejor amigo girar el rostro. Él tampoco estaba feliz con la llegada de esa persona, pero si Adrien quería hablar con Carlo, no iba a impedirlo, no abiertamente ni en ese momento.

—Carlo Mancini, compañero de empleo… no, quiero decir, un subordinado de Adrien. —Aclaró, recordando lo que había ocurrido entre ellos. La frialdad en la voz de Adrien al referirse a su relación laboral les recordó a ambos la distancia que se había instaurado entre ellos, una barrera invisible pero palpable que les impedía conectarse como antes. Sus corazones se sintieron más pesados al enfrentar la realidad de su situación.

Adrien abrió los ojos, pero permaneció en silencio. Había una tristeza profunda en su mirada, una tristeza que reflejaba la carga emocional que llevaba consigo. Hacía tiempo le había asegurado a Carlo que eran compañeros, que no había diferencias de jerarquía que los separaran, pero sus palabras anteriores ahora resonaban como un eco de decepción en su mente. La manera en que había tratado a Carlo, llamándolo subordinado de manera tan cortante y distante, le generó un sentimiento de culpa que no podía sacudirse.

Cedric se quedó en silencio un momento para ver la reacción de Adrien, pero él se mantuvo al margen de cualquier palabra, sumido en un mar de pensamientos tumultuosos. ¿Cómo habían llegado a este punto? ¿Qué había pasado con la complicidad y el afecto que solían compartir?, pero, de hecho, fue el único que veía su relación como algo más que un simple contrato de cinco años.

—¿Y qué hace un subordinado molestando tan tarde a su jefe? —cuestionó Cedric ante el silencio incómodo que se había apoderado del ambiente. Carlo levantó una de sus cejas, irritado por la manera tan despectiva en que lo miraba Cedric.

—Solamente pasaba a saludarlo, pero veo que está indispuesto —respondió Carlo, tratando de mantener la calma a pesar de la tensión en el aire.

—Ya lo viste, puedes irte ahora —añadió Cedric, intentando poner fin a la situación incómoda que se estaba desarrollando. Sin embargo, un tirón en su mano hizo que volteara la mirada, desconcertado por la acción de Adrien.

—Aléjate de él —murmuró Adrien, sus ojos reflejando una mezcla de dolor y frustración. Cedric dio un paso atrás, sintiendo la intensidad de la mirada de Adrien como un peso sobre sus hombros.

Adrien agarró la mano de Carlo y caminó tirando de él hacia afuera. A pesar de su tambaleo por efecto del alcohol, no soltó la mano de Carlo, aferrándose a él como si fuera su única tabla de salvación en medio de la tormenta emocional que lo envolvía. Sus pasos eran inestables, pero Carlo fue más rápido y logró sostenerlo, aunque en su mirada había una preocupación evidente.

—Sabes que no puedes tomar mucho —le recordó Carlo, con una nota de empatía en su voz que no pasó desapercibida para Adrien. Aquellas palabras eran como una daga que perforaba su corazón, recordándole sus propias debilidades y sus luchas internas.

"No puedes tomar, ¿acaso no te amas o simplemente eres tonto?", resonaron las palabras en la mente de Adrien como un eco de autocrítica y autorreproche, pero no eran más que un recuerdo de lo que un día Carlo le había dicho. La tristeza que sentía se mezclaba con la frustración de no poder escapar de sus propios demonios, de no encontrar consuelo ni en el alcohol ni en la compañía de otros.

La risa descontrolada de Adrien desconcertó por completo a Carlo, quien no pudo evitar sentir un nudo en la garganta al ver el sufrimiento en los ojos de su compañero. Pasaron unos minutos antes de que Adrien lograra recuperar algo de compostura, pero la tristeza seguía latente bajo la superficie.

—Llévame a mi casa —murmuró Adrien, abrazándolo por el cuello con desesperación, como si buscara refugio en sus brazos. Pero la ilusión de paz se desvaneció cuando sintió el aroma de la enfermera en la piel de Carlo, un recordatorio doloroso de lo que nunca podrían ser.

—Bien, vamos —respondió Carlo, tratando de mantener la calma a pesar del torbellino de emociones que lo embargaba.

—Gracias —dijo Adrien repentinamente, su mirada encontrándose con la de Carlo. Sabía que debían poner fin a esa situación, a esa relación que solo les causaba más dolor que felicidad. Los ojos oscuros de este brillaban con intensidad, reflejando una mezcla de sentimientos difíciles de descifrar.

—¿Por qué me agradeces? —murmuró Carlo, sus palabras cargadas de anhelo y tristeza. Adrien se quedó en silencio por un momento, afirmando el agarre en el cuello de Carlo como si necesitara esa cercanía para sentirse vivo.

—Por todo y por nada —susurró Adrien, sus palabras resonando en el silencio de la noche como un lamento ahogado. La confusión y la melancolía se reflejaban en el rostro de Carlo, quien sintió un fuerte golpe en el pecho. Adrien sonrió con un nudo en la garganta al comprender que, tal vez, nunca podrían ser más que dos almas perdidas buscando consuelo en la oscuridad de sus propias vidas.