Contraataque de la esposa

Isaac me arrastró a un restaurante nuevo que estaba en el mismo edificio que su oficina, donde me dí el gusto de comer todo lo que pude. Cuando terminamos, me sentí mucho mejor y, al ver que me había recuperado un poco, él anunció:

—Esa es mi chica. Subamos y hablemos de negocios. —Me puse de pie y subimos las escaleras. La oficina de Isaac era diferente a las de otros abogados. Por lo general, permanecía cerrada y solo abría cuando él, en persona, tomaba un caso. A su vez, la decoración era una especie de híbrido acogedor entre un departamento y un despacho, por lo que era un lugar perfecto para descansar después del trabajo. Apenas entramos, me invitó a sentarme en un sofá cómodo de cuero blanco, abrió la caja fuerte y sacó una pila de documentos, que colocó frente a mí—. Toda esta información es importante, así que prepárate mentalmente para cuando la leas. Si quieres divorciarte, no podemos estar desprevenidos.

Empecé a hojear los papeles y, de repente, sentí mucho resentimiento hacia Isaac. Él era tan profesional que había puesto cada cosa en orden cronológico: figuraba cuándo mi esposo y Morley habían dormido juntos por primera vez y adónde habían ido a pasar la llamada «luna de miel». También estaba el último informe de la prueba de embarazo y debajo había una fotografía de Ivan abrazando a la joven en un hospital de maternidad de alta complejidad ubicado en Goldcester. Me empezaron a arder los ojos tan pronto como recordé cómo había sido mi propia experiencia: cuando estaba embarazada de Jesse, la empresa estaba dando sus primeros pasos e Ivan tenía muchas actividades sociales y reuniones todos los días, por lo que solo me había acompañado al hospital una vez. Sin embargo, con el embarazo de Morley, siempre podía estar cerca de ella y del niño en su vientre.

—¿Cómo te sientes, Reina? —Isaac caminó hacia mí con un vaso de agua en la mano, me lo entregó y agregó—: Divórciate cuanto antes; ojos que no ven, corazón que no siente.

Terminé de leer los documentos en silencio y luego levanté la vista hacia él.

—No me quiero divorciar, no quiero darles el gusto. Pero esta información es muy útil: al menos ahora sé qué lugar ocupo en el corazón de Ivan. —Una sonrisa amarga se dibujó en mi rostro.

—¿Eres tonta? ¿Por qué quieres tirar tu vida a la basura? —repuso él enojado.

—No soy tonta, simplemente no quiero darme por vencida. —Lo miré—. Tú eres joven y eres varón, no pretendo que lo entiendas.

—¿Hablas en serio? ¿Vas a seguir tolerándolo? —reprochó él poniéndose de pie. Acto seguido, hizo volar el cesto de basura de una patada y comenzó a caminar en círculos por la habitación.

—¿Puedo llevarme esto? —pregunté yo, secándome las lágrimas. Él me miró como si fuera una boba.

—Llévatelo.

Cuando estaba guardando los papeles en la cartera con una sonrisa, él se acercó y me dio un abrazo intenso. Yo me quedé inmóvil, sorprendida, sin atreverme a hacer nada. Sabía que siempre le había gustado, pero como estaba con Ivan y él era mucho más joven que yo, solo aceptaba su cariño y su veneración y no le daba mayor importancia. Nunca me hubiera imaginado que se iba a atrever a dar semejante paso.

—Divórciate y estemos juntos, ya no quiero verte sufrir —me dijo en el oído en una voz suave y dulce, casi hechicera. Luego, llevó mi cabeza a su pecho y la apoyó allí para que pudiera sentir cómo le latía el corazón. El niño había crecido de repente y era muy bueno en el arte de seducir, pero yo lo aparté y le pellizqué la mejilla.

—No digas pavadas, soy mucho más grande que tú. —Con esas palabras destruí la atmósfera que él había creado. Estaba tan enojado que hizo una mueca y respondió con fastidio:

—Con el porte que tengo y lo bien que me visto, además de mi excelente rendimiento en la cama, muchas chicas se abalanzan sobre mí. ¿Por qué tú sigues viéndome como un niño?