Salem escapó de la oscuridad para refugiarse con una bruja Pero la oscuridad la mato . Durante años esperó en silencio a la niña de ojos ámbar que la bruja le había mencionado.
Y un día, Clarisse llegó.
El destino, sin embargo, pronto la apartó: fue enviada a la Academia de Brujas, un lugar antiguo donde las jóvenes aprendían a dominar sus dones. Cinco años después, vuelve convertida en una hechicera que apenas comienza a descubrir la magnitud de su poder.
No estará sola. Un cuervo sarcástico, tan fiel como insoportable; un tigre y un puma que ella misma rescató y que ahora la reconocen como su reina ; y Salem, el misterioso gato que nunca la abandonó, serán sus guardianes en la batalla contra las sombrasen la oscuridad.
Entre secretos familiares, pactos rotos y un linaje perdido. Clarisse deberá descubrir hasta dónde llega su poder… y qué precio está dispuesta a pagar por él.
¿Estás listo para entrar en un mundo donde nada es lo que parece, y hasta la magia tiene un precio?
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pero ,madre
—No me puedes hacer quedar en vergüenza cuando te toque la ceremonia en el Consejo —dijo su madre, con voz firme y cortante.
La niña apretó el libro contra su pecho, y por un instante, pude ver cómo el brillo de sus ojos se apagaba un poco.
—Pero, madre… yo no quiero ir. —Clarisse bajó la mirada, su voz impregnada de tristeza—. Yo quiero quedarme aquí para siempre.
—Entiende que no puedes. Por favor, practica —pidió casi rogando, aunque sus palabras se tiñeron de impaciencia.
—Está bien, lo intentaré, mamá… aunque todavía no puedo hacer magia —confesó la niña con sinceridad, casi como un lamento.
El gesto de la mujer se endureció al instante.
—Siempre es lo mismo contigo. ¡¿Hasta cuándo, Clarisse?! —su tono se elevó como un látigo en la habitación.
Buscando apaciguar la furia de su madre, la pequeña apenas pudo susurrar:
—Mami, por favor… lo intentaré. Solo que aunque quiero a Vexa me da un poquito de miedo .
Aquello pareció ser la gota que derramó el vaso.
—¿Cómo es posible? —explotó su madre, la ira en sus ojos—. Y si tu familiar resulta ser una serpiente, ¿también le tendrás miedo?
Clarisse alzó la mirada. Sus ojos brillaban, llenos de lágrimas contenidas que se negaban a caer. Algo dentro de ella parecía romperse y, al mismo tiempo, nacer. Entonces habló, con una voz firme y segura que contrastaba con su fragilidad aquellas palabras hicieron mi pobre corazón gatuno estremecer :
—Mi familiar no será una serpiente… será un cuervo negro.
El sonido de sus palabras estremeció el aire. Su madre se tensó, como si un escalofrío hubiera recorrido su espalda. Pero no estaba dispuesta a ceder.
—Alimentarás a Vexa por cinco días, y no está en discusión. —La sentencia cayó como un martillo antes de que cerrara la puerta de golpe, con más fuerza de la necesaria.
El cuarto quedó en silencio. Cuando ambas figuras se alejaron, Clarisse se encogió sobre su pequeña cama, haciéndose un ovillo, dejando que por fin las lágrimas escaparan de sus ojos.
Yo permanecí en lo alto, observándola. No sabía por qué, pero mientras la veía llorar, un dolor extraño me atravesaba el pecho, como si aquella tristeza no fuera solo suya, sino también mía.
Al día siguiente, Clarisse se levantó temprano, alimento a Vexa, pero ella la mordió, ese día si mamá le puso un medicamento que evitaba que el veneno de Vexa la matara, ya que era muy potente.
Al día siguiente también paso lo mismo.
Pero el tercer día Clarisse se levantó con el estómago apretado por la ansiedad que le retorcía como un nudo imposible de desatar ,ella no quería ser mordida nuevamente y está vez no lo iba a permitir .
Desayunó en silencio, masticando más su angustia que el pan, y sin pronunciar palabra se dirigió al cuarto donde vivía Vexa, la serpiente de su madre.
En los pasillos de esa casa, el miedo caminaba en puntillas, rozando las paredes como un fantasma.
—Aquí tienes a Vexa. La cuidas —ordenó su madre, dejándola sola con la criatura—. Y por favor, deja de hacer que te muerda. Ya van dos veces que pasa.
—pero si yo no le hago nada .
—Déjate de excusas, Clarisse.
Y se fue, dejando la advertencia suspendida en el aire, pesada como una amenaza.
Clarisse se quedó sola. Frente a la caja de madera donde Vexa dormía enroscada, con los ojos como piedras muertas y frías.
La niña respiró hondo y se acercó despacio, sujetando con manos temblorosas el platito de carne.
—Tranquila, Vexa… no te haré nada. Solo vine a darte de comer… ¿sí? Sé buena niña… —musitó, aunque su voz se quebraba como cristal bajo presión.
Yo la observaba, escondido sobre el tejado, sin hacer ruido.
Desde ahí vi cómo la serpiente comenzaba a desenrollarse, estirando su cuerpo con una calma inquietante, siseando con un sonido que parecía un secreto susurrado en el idioma del miedo.
Sus ojos no se apartaban de ella, hipnóticos, juzgándola.
Y entonces… habló.
Con un siseo lento, cargado de algo más que veneno: culpa, resentimiento, dolor.
Y yo la entendí.
—¿Por qué me temes si nunca te he hecho daño? —susurró la serpiente, con un dejo de tristeza en su voz cavernosa—. ¿Cómo es posible que Seraphine te obligue a alimentarme solo porque tienes miedo? ¡Es una humillación! Ni siquiera has desarrollado tus poderes…
Clarisse no respondía al principio. Sus labios se movían apenas, murmurando dulzuras torpes, como si las palabras fueran un talismán para no quebrarse.
Pero entonces algo cambió.
Sus ojos se abrieron, fijos en Vexa, y yo percibí el temblor diferente en su voz cuando murmuró:
—Yo… yo sí te entiendo…
Se hizo un silencio extraño, cargado de electricidad, como si hasta las paredes contuvieran la respiración.
Clarisse la estaba escuchando!
¡Entendía a los animales!
Ese don… no era común.
Ese don era de linaje antiguo.
Vexa ladeó la cabeza, sorprendida. Sus pupilas estrechas se dilataron, y siseó con un tono distinto, casi emocionado:
—¿De verdad me escuchas? Entonces mi veneno activo antes tus poderes, que maravilla... expreso eufórica Vexa ...Acaso ella había planeado eso .
Clarisse asintió con un hilo de voz, sin saber bien cómo estaba ocurriendo.
—Sí… escucho lo que dices…
Un escalofrío me recorrió la espalda. Mis garras se clavaron en el tejado para no resbalar.
Yo era el único, siempre había sido el único que comprendía esa lengua oscura de las serpientes.
Pero ahora… Clarisse también.
Eso no era normal.
Mientras la niña se acercaba un paso más, con la bandeja en alto, todavía temblando, yo no aparté la mirada de ella.
Algo dentro de mí.
---¡Clarisse la estaba escuchando!
¡Entendía a los animales!
Ese don… no era común.
Ese don era de linaje antiguo.
La serpiente se estiró, se alzó con lentitud, con la intención clara de lanzarse sobre ella otra vez.
No lo iba a permitir.
No esta vez
Salté desde el tejado y entré por la ventana abierta con la gracia de los gatos antiguos.
Caí en silencio, firme, a centímetros del suelo.
Mi mirada se cruzó con la de Vexa.
Y ella retrocedió.