Gia es una hermosa mujer que se casó muy enamorada e ilusionada pero descubrió que su cuento de hadas no era más que un terrible infierno. Roberto quien pensó que era su principe azul resultó ser un marido obsesivo y brutal maltratador. Y un día se arma de valor y con la ayuda de su mejor amiga logra escapar.
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Capítulo 8 – Ecos del miedo
La noche en Ciudad Luz era silenciosa, interrumpida solo por el murmullo lejano del tráfico y alguna moto que pasaba de vez en cuando. En el departamento 5A, todo parecía en calma.
Pero en la habitación del fondo, Gia no encontraba paz.
Sudaba. Se removía entre las sábanas. Su respiración era rápida, entrecortada. Las lágrimas rodaban por sus mejillas dormidas, y sus labios susurraban algo que pronto se convirtió en un grito ahogado.
—¡No… por favor! ¡Ayuda! ¡Ayúdenme!
En su pesadilla, Roberto la había encontrado.
Estaba de pie en el umbral, con los ojos inyectados de rabia. La llamaba traidora, mentirosa. Mientras ella corría por un pasillo sin fin, sin puertas, sin salidas. Cuando al fin se daba la vuelta, él la alcanzaba y la golpeaba. Ella gritaba, pedía auxilio, pero nadie acudía. Nadie la escuchaba.
Y entonces…
—¡NO! —gritó con fuerza, sentándose de golpe en la cama, empapada en sudor.
Unos segundos antes, en el pasillo, Noa había escuchado los sonidos. Al principio pensó que tal vez hablaba por teléfono, o que estaba soñando. Pero al escuchar su grito, no lo dudó más. Salió corriendo y llego a la puerta de la habitación de Gia.
—¿Daniela? —tocó la puerta con fuerza, preocupado—. ¿Estás bien?
No hubo respuesta. Solo más sollozos.
—¿Daniela, me escuchas? ¡Voy a entrar!
Abrió la puerta rapidamente. La habitación estaba casi a oscuras, iluminada solo por la luz de la calle que se filtraba por las cortinas.
Gia estaba sentada en la cama, con las manos cubriéndose el rostro, los hombros temblando, y las sábanas retorcidas a su alrededor. El sudor le pegaba el cabello a la frente. Lloraba sin poder controlar el temblor.
Noa se acercó despacio, con el corazón en un puño.
—Ey… tranquila. Estoy aquí —dijo con suavidad, sin tocarla aún.
Ella al sentir su toque dio un brinco, él sentía como temblaba, el levantó la vista, aturdida.
Por un instante, sus ojos no parecían reconocerlo. Pero entonces, como si volviera en sí, lo miró con desesperación… y se abrazó a él, buscando refugio, calor, algo que la anclara a la realidad.
Él la sostuvo con cuidado, como si fuera de cristal. No preguntó. No presionó. Solo la sostuvo, y acarició su espalda con una ternura casi inaudita.
—Respira… estás bien. Solo fue una pesadilla —susurró—. Estás a salvo, Daniela. Nadie va a hacerte daño.
Gia escondió el rostro en su pecho y lloró en silencio, hasta que su respiración comenzó a calmarse, poco a poco.
—Gracias —murmuró, apenas audible.
—No tienes que agradecerme —respondió él, sin moverse.
Permanecieron así unos minutos. El tiempo dejó de importar. La oscuridad no pesaba tanto.
Por primera vez en mucho tiempo, Gia no tuvo que cargar sola con su miedo. Y Noa, sin saber nada aún de su pasado, entendía lo suficiente, alguien le había roto el alma.
Y él no iba a permitir que volviera a pasar.
Ella logro tranquilizarse después de un rato.
—¿Te sientes mejor? —le pregunto Noa
—Si ya estoy mejor, gracias, no quise hacer un espectáculo, discúlpame de verdad.
—¿Te pasa mucho? Lo de las pesadillas
Gia lo miro con algo de vergüenza
—Últimamente si, Pero pronto pasará.
—Entiendo, no te preocupes, acuéstate y duerme tranquila, yo me sentaré aquí en este sillón y esperaré hasta que te duermas.
Gia asintió, y se acostó, cerro los ojos y sintió una calma reconfortante, que le permitió dormir profunda y plácidamente como hacía mucho que no le pasaba.