Permitir acceso.
Un juego perdido. Una leyenda urbana.
Pero cuando Franco - o Leo, para los amigos - logra iniciarlo, las reglas cambian.
Cada nivel exige más: micrófono, cámara, control.
Y cuanto más real se vuelve el juego...
más difícil es salir.
NovelToon tiene autorización de Ezequiel Gil para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 8: Mentiras.
—¿No tenías que ir a la facu hoy?
La voz de mamá llegó amortiguada, traspasando la puerta apenas entornada.
Me desperté con esa sensación turbia que deja el sueño interrumpido. Tardé un segundo en entender dónde estaba, en qué día vivía. Apreté los ojos y respondí, medio dormido:
—Me sentía mal… me quedo.
Hubo un silencio breve. Después, pasos que se alejaban.
Me quedé en la cama, tapado hasta la nariz, sabiendo que no me sentía mal… pero tampoco bien. Era algo más profundo. Como si el cuerpo todavía no hubiese salido del juego. Como si algo allá adentro se hubiese quedado esperando.
Dormí otra vez. Pesadamente. Como si la noche se hubiera estirado más de lo permitido.
—¿Te duele algo? —volvió a preguntarme mamá, metiendo la cabeza por la puerta—. ¿Querés un ibuprofeno?
—No, ya… —intenté sentarme—. Gracias, igual.
Ella me miró con esa mezcla de ternura y preocupación, luego cerró la puerta con cuidado.
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Cuando desperté, el sol ya empapaba toda la habitación. Me ardían los ojos y la espalda. El celular marcaba las doce y pico. El estómago rugía, pero no tenía hambre.
Miré alrededor: ni rastro de mi padre.
“Mejor —pensé—, se pone odioso cuando duermo mucho.”
Miré la notebook sobre el escritorio. Y sin pensarlo, la tomé.
No abrí la partida compartida. No abrí ningún otro archivo.
Fui directo a la copia.
El nivel cinco cargó en silencio. Sin música, sin introducción. El personaje aparecía de pie en una especie de limbo irregular, un collage extraño de texturas mal pegadas, caminos flotantes y plataformas que aparecían y desaparecían. Como si el juego estuviese desarmado por dentro.
Todo parecía mal armado, pero no al azar.
Era como entrar a una habitación desordenada por alguien que conoce cada centímetro del caos.
A los pocos pasos, algo se me heló en el estómago. Un sprite. Uno de los enemigos tenía una forma familiar.
Era una especie de criatura antropomorfa con cuernos torcidos y capa roja.
Recordé haberlo dibujado años atrás, con Esteban, en Paint. Un diseño para un “juego que algún día haríamos”.
No tenía sentido que estuviera ahí.
Avancé más.
Otro sprite. Esta vez una figura armada con una lanza rota y media cara pixelada. También lo había diseñado con Esteban, mezclando partes de varios personajes en aquella carpeta de recursos olvidada.
“¿Estoy paranoico?” pensé.
Pero no lo estaba.
Eran los mismos.
Me detuve en un borde. Observé al personaje.
Su postura, su caminar, incluso la animación de espera…
Había algo mío ahí. No en la forma técnica. En el pulso.
Y de pronto, lo sentí.
Una voz.
Tenía los auriculares puestos muy despacio; dudé si era real o solo el sueño mezclándose con el zumbido del ventilador.
“No… debe ser el cansancio.”
Aún así, sonó de nuevo.
Parecía… mi madre.
O eso creí.
Luego otra, más aguda, que sonó como Lucas.
Y una tercera. Esa sí, lo juro: era la mía.
Apagué el sonido. Cerré los ojos. Apoyé los dedos sobre el teclado.
—Estoy cansado —pensé.
Pero no dejé de jugar.
El nivel no tenía lógica. Cada sección parecía burlarse del sentido común. Plataformas que rotaban sin aviso, puertas que eran espejismos, NPCs que hablaban en binario.
Pero lo pasé.
No sé cómo.
No lo disfruté, tampoco lo sufrí.
Lo pasé.
Como si estuviera limpiando una herida, o recorriendo un recuerdo.
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El nivel seis cargó distinto.
No era una sección. Era un mundo. Un mapa enorme, lleno de ubicaciones dispersas, caminos secretos y estructuras que parecían sacadas de varios juegos a la vez.
Parecía un homenaje a los RPG de mundo abierto, como si Super Mario World 3 se hubiera cruzado con Golden Sun y Earthbound.
Ya no había una aldea. Había montañas, puertos, ruinas, desiertos, templos, todos conectados por rutas que se iluminaban una vez completadas.
Me quedé en silencio. El personaje se movía por el mapa con una agilidad nueva. Ya no era ese torpe sprite de principio de juego. Parecía… más pulido. Más preciso.
Empecé por las ruinas. Allí, un puzzle que recordaba haber visto en una demo técnica de 2012. Lo resolví en segundos.
En el templo subterráneo, había un acertijo con estatuas. No me salía. Después de varios intentos, me rendí.
Busqué en Reddit, con mi cuenta secundaria, para evitar que Lucas viera mi historial.
Encontré un usuario llamado Raid_00 que compartía una teoría compleja sobre las estatuas. La probé. Funcionó.
—Gracias, Raid —murmuré sin saber a quién se lo decía.
Pasé una por una todas las ubicaciones. Algunas eran pura estética, otras tenían enemigos únicos. Una en particular me detuvo: una réplica pixelada del patio de mi secundaria, con el viejo banco de madera y el portón oxidado. El lugar donde Esteban y yo habíamos pasado tantas horas. El impacto me golpeó el pecho con nostalgia y desasosiego. No quise pensarlo.
Completé el mapa.
Y el nivel terminó.
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Sonó un mensaje.
Era Nico.
> —Bro, a la tarde vamos con los pibes a tomar algo. ¿Te sumás?
Tardé un rato en responder.
> —No puedo, estoy con cosas de la facu.
Mentí.
Volví al escritorio, cerré la copia, abrí la partida compartida.
Minutos después, Lucas entró con una gaseosa en la mano.
—¿Jugamos?
—Dale —respondí, como si no llevase horas de ventaja.
Le ofrecí jugar primero.
Se sorprendió. Generalmente empezaba yo.
Él tomó el control, contento.
Yo lo guié. Pero no directo.
Le ofrecía pistas sutiles, apenas disimuladas.
—Capaz tenés que empujar esa piedra…
—¿No te parece raro ese muro?
Las soluciones parecían venir de su mente. Él sonreía orgulloso cada vez que lo resolvía.
Pero yo ya lo había visto todo.
Pasamos rápido todo el nivel cinco. En el nivel seis, fingí sorpresa. Me hice el emocionado por el mapa gigante. Lo dejé tomar decisiones. Lo ayudé solo cuando se trababa.
Al llegar al templo subterráneo, se frustró. Me pidió ayuda.
—¿Querés que lo intente yo?
—Sí, a ver si vos podés.
Resolví el puzzle como si fuera la primera vez. Lo hice lento, dudando. Él celebró.
Terminamos el nivel justo cuando empezaba a caer el sol.
—Che, ya está medio oscuro… —comentó— ¿Jugamos un rato más?
—Uno más y cortamos.
Cargamos el nivel siete.
Y todo cambió.
No había música. Solo viento.
No había enemigos. Solo estructuras altas, vacías.
Y puertas cerradas por todos lados.
El escenario era como un barrio olvidado. Casas pixeladas con ventanas negras. Escaleras que no llevaban a ningún lado.
Nada tenía sentido.
Probamos subir, bajar, empujar objetos, tocar todo. No pasaba nada.
Ningún cartel. Ningún NPC. Ninguna pista.
Fuimos a Reddit.
Nada.
Solo títulos como:
“¿Alguien pasó el nivel 7?”
“Increíble lo que descubrí en el nivel 7 (NO CLICKBAIT)”
“Mi teoría sobre el nivel 7 (Spoiler: estamos atrapados)”
Pero ninguno daba una solución real.
Todo era ruido.
Nos miramos.
Lucas levantó las cejas.
—¿Y ahora?
—Ni idea…
—¿Y si dejamos por hoy?
Asentí. Él se fue a bañar.
Apagué la notebook.
Pero la sensación no se apagó conmigo.
Volví a mi pieza, y mientras me acostaba, solo pude pensar en una cosa:
¿Cómo sería el próximo nivel?