¿Y Si Me Quedo?

Lo Que Nunca Quise Sentir

Dominic nunca fue el tipo de hombre que se dejaba afectar.

Ni en casa. Ni en el hospital. Ni en la vida.

Desde los 17 años, aprendió que los sentimientos eran debilidades y que la única forma de sobrevivir era mantener el control. Ser frío, calculador, objetivo. Esa armadura lo llevó a donde estaba: uno de los neurocirujanos más prometedores del país, respetado, temido y… solo.

Así era como él funcionaba. Y funcionaba bien.

Hasta Thiago.

Recordaba perfectamente la primera vez que lo vio en el hospital.

La puerta del ascensor se abrió y allí estaba él, con la mochila caída en un hombro, la bata doblada en el brazo y los ojos muy abiertos de curiosidad. Parecía un cachorro perdido: nervioso, demasiado educado, sonriendo a todo el mundo. Ridículamente gentil.

A Dominic no le gustó en el mismo instante.

No porque Thiago hiciera algo malo. Al contrario. Era esforzado, puntual, atento con los pacientes. Pero… era demasiado dulce. Demasiado vivo. Demasiado humano.

Y Dominic odiaba lo que no conseguía controlar.

Aquella primera semana fue insoportable. Thiago vivía preguntando si podía ayudar, incluso en las alas que no eran suyas. Siempre sonreía. Siempre decía "buenos días". Siempre lo miraba como si… esperara algo bueno de él.

Y Dominic no quería ser visto así.

Había empezado a evitarlo, como si el brillo del chico ofuscase las sombras que él mismo cargaba. Y cuando no podía evitarlo, usaba palabras duras, sarcasmo, ignorancia. Era más fácil ser cruel que permitirse sentir.

Porque en el fondo —muy en el fondo— Dominic lo había notado.

El modo en que su corazón reaccionaba a la presencia de Thiago. Cómo estaba demasiado atento a los pasos leves en el pasillo. Cómo se irritaba cuando otros médicos se reían con él. Cómo sentía… celos.

¿Eran celos?

Dominic nunca admitiría eso en voz alta.

Pero ahora, sentado al lado de aquel cuerpo inerte, los cables enredados en los brazos frágiles de Thiago, ya no tenía adónde huir.

"No necesitabas que te gustara… solo quería ser útil".

Las palabras de Theo martilleaban en su mente. Dominic se odiaba por haberlas merecido. Por haber sido exactamente el tipo de persona que Thiago no merecía encontrar.

—Pensé que si te alejaba, esto iba a parar —susurró, con los ojos fijos en el rostro inmóvil del muchacho—. Pensé que era solo irritación, solo molestia… pero era miedo.

Al otro lado de la cama, Theo observaba en silencio. No interfería. Solo escuchaba.

Dominic continuó, con la voz baja, cruda:

—Me asustabas, Thiago. Con esa manía tuya de ver bondad hasta donde no la hay. Con ese modo de… de sonreír incluso después de ser ignorado. De intentar, una y otra vez. Como si tuvieras esperanza en todo. Hasta en mí.

Apretó levemente los dedos alrededor de la mano de Thiago.

—Y yo… destruí eso. En ti. Yo quebré esa luz. Y ahora… estás aquí. Lejos. Quieto. Y todo lo que quiero es… que te quedes.

Theo desvió la mirada. Aquel dolor era difícil de presenciar. Pero era sincero.

Y por primera vez, Dominic no era el neurocirujano intocable, ni el médico de éxito.

Era solo un hombre con miedo de perder a alguien… a quien ni siquiera supo que amaba.

Más tarde aquella noche, Theo salió por unos minutos a buscar café.

Dominic se quedó solo con Thiago.

Silencio.

Pasó los dedos por el dorso de su mano, sintiendo la piel caliente, los latidos lentos. La máquina todavía emitía los sonidos rítmicos, casi como una canción triste, terca.

—Thiago… sé que no merezco tu perdón —murmuró—. Pero si me oyes ahí dentro… si alguna parte tuya todavía cree en mí, quiero decir que… estoy aquí. No para alejarte. Sino para protegerte. Esta vez… de verdad.

Se inclinó, apoyando los labios en la frente de Thiago, sin prisa, con respeto. La primera vez que permitía cualquier demostración real de afecto.

Y en ese toque, había una petición muda:

Quédate. Por favor, solo quédate.