Los Moretti habían jurado dejar atrás la mafia. Pero una sola heredera bastó para que todo volviera a teñirse de sangre. Rechazada por su familia por ser hija del difunto Arthur Kesington, un psicopata que casi asesina a su madre. Anne Moretti aprendió desde pequeña a sobrevivir con veneno en la lengua y acero en el corazón. A los veinticinco años decide lo impensable: reactivar las rutas de narcotráfico que su abuelo y el resto de la familia enterraron. Con frialdad y estrategia, se convierte en la jefa de la mafia más joven y temida de Europa. Bella y letal, todos la conocen con un mismo nombre: La Serpiente. Al otro lado está Antonella Russo. Rescatada de un infierno en su adolescencia, una heredera marcada por un pasado trágico que oculta bajo una vida de lujos. Sus caminos se cruzan cuando las ambiciones de Anne amenazan con arrastrar al imperio que protege a Antonella. Entre las dos mujeres surge un juego peligroso de poder, desconfianza y obsesión. Entre ellas, Nathaniel Moretti deberá elegir entre la lealtad a su hermana y la atracción hacia una mujer cuya luz podría salvarlo… o condenarlo para siempre.
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Predicciones seguras
...DOMINIK MORETTI ...
—Ese muchacho se está saliendo de control —gruñó mi padre, con el ceño fruncido y un cigarro a medio apagar en el cenicero—. Lo mejor será internarlo antes de que cause un desastre mayor.
—¡No! —mamá respondió de inmediato, con los ojos encendidos de furia y dolor—. No quiero que mi nieto termine encerrado como un delincuente. Ya perdió a su madre, ¿y ahora quieren quitarle lo poco que le queda?
Yo estaba sentado al otro extremo de la mesa, con los codos apoyados y la mandíbula apretada. La paciencia me duraba menos de lo que me duraba un trago de whisky.
—¿Y qué otra solución propones, mamá? —repliqué, mirándola fijamente—. Ese chico necesita límites, no lástima. Se que fue muy difícil afrontar la pérdida de su madre, para mi también fue difícil perder a mi esposa, pero hay que avanzar. Las tragedias se superan o te destruyen, y Theo decidió hundirse.
—¡Dominik! —Eleonora me fulminó con la mirada.
—¿Qué? —la miré cansado—. ¿Quieres que le aplauda sus estupideces? ¿Que me quede quieto mientras mi hijo se destruye lentamente? Porque de eso no voy a ser cómplice.
Papá me observaba en silencio, como si midiera cada palabra que soltaba.
Yo me incliné hacia adelante, la voz más baja pero más dura:
—Además, me enteré de algo peor. Theo anda diciéndole al abuelo Manuelle que quiere aprender del negocio. Y claramente no lo quiere para nada bueno, créanme. Odia tanto a su tía Anne porque sabe que ella fue la causante del fuego cruzado… entonces no me imagino en qué mierda está pensando.
El silencio cayó en la mesa. Mamá apretó los labios, sacudiendo la cabeza como si quisiera negar la realidad, y papá soltó un suspiro pesado, tomando su copa de vino.
Yo me recliné en la silla, mirando hacia arriba.
—Mi hijo necesita una sacudida, porque si no, el próximo escándalo no lo va a protagonizar Nathaniel, ni Anne… lo va a protagonizar Theo.
...⚜️...
Al día siguiente terminé en el hospital, no porque me encantara rodearme de paredes blancas ni olor a desinfectante, sino porque mi tío Gabriel insistió en revisarme.
El hospital no era un lugar que me gustara, pero con mi tío Gabriel no había opción. Era su manera de cuidarnos, su obsesión desde que su madre murió de cáncer. Y, aunque no lo admitiría en voz alta, yo estaba vivo gracias a esa manía suya.
—Deja de poner esa cara —me dijo en cuanto entré a su consultorio, apenas levantando la mirada de una carpeta clínica—. Te juro que prefiero operar a tres mafiosos baleados que aguantarte a ti de mal humor.
—Vaya, qué recibimiento más cálido —resoplé, dejándome caer en la camilla—. Casi me haces sentir querido.
Él negó con la cabeza, acostumbrado a mis respuestas. Gabriel hojeaba los resultados con la misma calma de siempre. Su bata blanca impecable y su expresión profesional… pero yo sabía que detrás de esos lentes estaba el hombre que había cargado con la enfermedad de su madre hasta el final, y que había hecho de eso una cruzada personal.
—Los resultados son buenos —dijo por fin, con voz firme—. La cirugía salió como debía, y los análisis de hoy confirman que no hay señales de que el cáncer haya vuelto.
Tragué saliva, asintiendo con un gesto seco.
—Claro. Estoy en buenas manos. Tú mismo me operaste, tío.
—Sí, y por eso insisto en vigilarte. —Cerró la carpeta con un chasquido—. Dominik, no puedes tomarte esto a la ligera. Lo atrapamos temprano, pero el cáncer de colon no es un juego.
Sentí un nudo en la garganta y lo aparté con una mueca.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que viva como si fuera de cristal? No puedo darme ese lujo, no con Theo.
El nombre de mi hijo salió cargado de un peso que pocas veces mostraba. El silencio de Gabriel me obligó a bajar la guardia.
—Ya perdió a su madre, Gabriel —mi voz salió más baja, quebrada apenas—. ¿Te imaginas lo que sería para él quedarse también sin mí?
Gabriel suspiró, dejando a un lado la carpeta. Se quitó los lentes, como siempre hacía cuando quería hablarme más como mi tío que como médico.
—Por eso me enfoco tanto en ti. Porque sé lo que se siente perder a alguien tan valioso. No quiero que Theo tenga que cargar con algo así de nuevo.
Lo miré serio.
—Lo único que te pido es discreción. Nadie debe saberlo, ¿me entiendes? Ni papá, ni mamá, y mucho menos Theo.
—Lo sé —respondió Gabriel con seriedad—. Pero entiende algo, Dominik: cargar esto solo no te hace más fuerte. Te hace más vulnerable.
Me quedé callado, tragándome las palabras. El peso de la verdad me ahogaba, pero la idea de que Theo supiera lo que me pasaba era aún peor.
—Hazme un favor, sobrino —Gabriel me palmeó el hombro con fuerza—. Cuídate. Por él, más que por ti.
Cerré los ojos unos segundos, imaginando el rostro de mi hijo. Ese muchacho que no entendía la vida y que cada día parecía perderse más.
Cuando volví a abrirlos, mi voz sonó más áspera de lo que pretendía:
—Si supieras las estupideces que está haciendo, no estarías tan tranquilo —bufé, pensando en Theo.
Gabriel no se sorprendió. Se acomodó los lentes y me sostuvo la mirada con calma.
—Cassian ya me habló de la situación —dijo—. Incluso me pidió que te mencionara que habláramos del asunto.
Entrecerré los ojos.
—¿Te dijo que piensa internarlo?
—Sí —asintió con firmeza—. Y no está equivocado.
Me recosté contra la camilla, soltando una risa seca.
—¿Internarlo, Gabriel? ¿A mi hijo? Después de lo que ha vivido…Me hice el rudo en la conversación con mi padre pero, no estoy seguro si internarlo sea una buena a idea.
—Precisamente por lo que ha vivido. —Su voz fue firme, pero sin perder calidez—. Dominik, no es un castigo, es una medida para darle las herramientas que necesita. No puede seguir con esa vida, dejándose llevar por el enojo, buscando a quién culpar.
Me quedé callado, apretando la mandíbula.
Gabriel bajó un poco la voz, como si buscara convencerme.
—Conozco un centro perfecto para él. Un colega mío es dueño, y los cuidados son excelentes. Ambiente controlado, personal especializado, nada de influencias externas que lo empujen a más tentaciones. Su evolución depende de él, pero… al menos allá tendría la oportunidad de enfrentarse a sí mismo.
Me pasé la mano por el rostro, sintiendo que la piel me ardía.
—No sé si Theo pueda soportar esto. Ya sabes lo que pasó la última vez.
—No es encerrarlo, Dominik —replicó—. Es darle un espacio para sanar. Y si tú de verdad quieres que no repita el mismo destino de su madre… tienes que dejar que lo ayuden.
Mis puños se cerraron sobre mis rodillas. Theo, con esa mirada perdida, con esa rabia que lo consumía… No quería que me odiara más de lo que ya lo hacía. Pero tampoco podía seguir viéndolo desmoronarse frente a mis ojos.
Suspiré hondo, mirando al techo blanco.
—Dios… ¿y si no me perdona?
Gabriel me dio una palmada en el hombro, firme.
—Prefiero que te odie un tiempo, a que lo pierdas para siempre.