Un joven talentoso pero algo desorganizado consigue empleo como secretario de un empresario frío y perfeccionista. Lo que empieza como choques y malentendidos laborales se convierte en complicidad, amistad y, poco a poco, en un romance inesperado que desafía estereotipos, miedos y las presiones sociales.
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CAPITULO 19
La luna de miel
El avión descendía lentamente sobre la isla paradisíaca, y Gabriel no podía apartar la vista de la ventana. Las aguas turquesa se extendían hasta donde alcanzaba la vista, salpicadas por pequeños botes y playas de arena blanca. Todo parecía sacado de un sueño, y Gabriel suspiró con felicidad, entrelazando sus dedos con los de Alejandro.
—No puedo creer que finalmente estemos aquí —dijo Gabriel, apoyando su cabeza en el hombro de Alejandro—. Nuestra luna de miel… es perfecta.
Alejandro sonrió, sintiendo cómo la calidez de Gabriel se mezclaba con la brisa tropical.
—Sí… —respondió—. Pero recuerda, esto no es solo un viaje. Es nuestro tiempo para relajarnos, disfrutar y… fortalecer aún más lo que tenemos.
Gabriel asintió, abrazando a Alejandro con suavidad. El avión aterrizó en la pista privada de la isla, y los recién casados fueron recibidos con un carrito de golf que los trasladaría a su villa. Los jardines estaban llenos de flores exóticas, y una brisa cálida les acariciaba el rostro mientras se acercaban a su alojamiento.
La villa era un sueño: una combinación perfecta de lujo y privacidad. Una terraza con vista al mar, una piscina privada y una decoración elegante que combinaba madera, lino blanco y detalles naturales. Gabriel se quedó boquiabierto.
—Esto… esto es increíble —dijo, abrazando a Alejandro—. No puedo creer que esto sea para nosotros.
—Lo sé —respondió Alejandro, acariciando su mejilla—. Te lo mereces. Te lo mereces todo, Gabriel.
Después de acomodar sus maletas, ambos decidieron explorar la villa. La cocina estaba equipada con todo lo necesario, y una bandeja de frutas tropicales los esperaba sobre la mesa del comedor. Alejandro se sirvió un poco de jugo de mango, mientras Gabriel probaba un pedazo de piña.
—Esto sabe a paraíso —comentó Gabriel, con una sonrisa radiante.
—Y aún no hemos probado el mar —dijo Alejandro, tomando la mano de Gabriel para arrastrarlo hacia la terraza—. Ven, quiero que veas esto.
El atardecer era impresionante. El sol se sumergía lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados. La brisa marina movía suavemente el cabello de Gabriel, y Alejandro no pudo evitar mirarlo con adoración.
—Gabriel… —dijo Alejandro suavemente—. No hay nada que desee más que esto. Que estemos aquí, juntos, libres de preocupaciones y rodeados solo de lo que importa: nosotros.
Gabriel sonrió y se acercó, apoyando su frente contra la de Alejandro.
—Sí… solo nosotros. Y no podría pedir nada mejor.
Sus labios se encontraron en un beso suave, cargado de ternura. Luego, Alejandro lo abrazó más fuerte, dejando que la tranquilidad y la felicidad del momento los envolviera.
Durante los días siguientes, disfrutaron de la isla al máximo. Caminatas por la playa al amanecer, snorkel entre corales llenos de vida, cenas a la luz de las velas y paseos en bote al atardecer. Cada actividad estaba marcada por la complicidad y el amor que se tenían.
Alejandro, aunque generalmente serio y controlado, se permitió relajarse y disfrutar, riendo junto a Gabriel mientras este le contaba pequeñas historias divertidas de su infancia. Gabriel, por su parte, estaba encantado de ver a Alejandro sonreír sin reservas, mostrando un lado que pocas personas habían tenido la oportunidad de ver.
Una noche, bajo un cielo estrellado, se sentaron en la terraza de la villa, con una copa de vino en las manos y los pies descalzos sobre la madera cálida.
—Nunca pensé que podría ser tan feliz —dijo Gabriel, apoyando su cabeza en el hombro de Alejandro.
—Ni yo —respondió Alejandro, rodeándolo con el brazo—. Pero contigo, todo parece más fácil. Más… completo.
Gabriel levantó la vista, sus ojos brillando a la luz de la luna.
—Y yo nunca imaginé que alguien pudiera amarme así… sin condiciones, sin miedos.
—Eso es lo que siento por ti —dijo Alejandro, acariciándole la mejilla—. Nada más importa. Solo tú y yo.
Sin embargo, incluso en ese paraíso, la realidad decidió tocar la puerta. Gabriel recibió un mensaje en su teléfono mientras revisaba algunas fotos que habían tomado durante el día. Era de Carlos Ríos:
"Espero que estés disfrutando de tu luna de miel, Gabriel. Pero recuerda que las oportunidades aparecen donde menos lo esperas."
Gabriel frunció el ceño, mostrándole el mensaje a Alejandro.
—¿Qué diablos? —dijo Alejandro, tomando el teléfono de su mano—. Este hombre… no entiende límites.
Gabriel suspiró, un poco nervioso.
—No respondas. No vale la pena. Estoy aquí contigo, Alejandro. Eso es lo único que importa.
Alejandro, aunque aún enfadado, respiró hondo y asintió.
—Tienes razón. Pero juro que si aparece de nuevo, no solo lo enfrentaré… le dejaré muy claro que no tiene oportunidad alguna.
Gabriel sonrió, apoyando su cabeza en el pecho de Alejandro.
—Solo disfruta, Alejandro. Hoy es nuestra luna de miel. Nada más importa.
El resto de la luna de miel transcurrió entre risas, juegos y momentos románticos. Alejandro sorprendió a Gabriel con cenas privadas en la playa, decoradas con luces y flores, mientras Gabriel se encargaba de despertar a Alejandro cada mañana con un desayuno tropical y un beso.
Una tarde, decidieron hacer una caminata hasta un pequeño acantilado que ofrecía una vista espectacular del océano. Gabriel caminaba junto a Alejandro, tomados de la mano, disfrutando de la sensación de libertad y conexión que los rodeaba.
—Alejandro… —dijo Gabriel, deteniéndose un momento—. Gracias por elegirme, por amarme y por estar aquí conmigo.
—Gabriel… —respondió Alejandro, abrazándolo—. Gracias a ti por enseñarme a amar sin miedo. Por ser mi compañero, mi confidente… mi todo.
Se miraron a los ojos, y sin necesidad de palabras, supieron que ese momento sería uno que recordarían para siempre. Se abrazaron, dejando que el viento y el sonido de las olas fueran testigos de su amor.
Esa noche, mientras regresaban a la villa después de un paseo en bote, Alejandro tomó la mano de Gabriel y lo condujo hacia la terraza. La villa estaba iluminada solo por la luz de la luna y algunas lámparas estratégicamente colocadas.
—Hoy no solo celebramos nuestra luna de miel —dijo Alejandro, con una voz suave pero firme—. Celebramos nuestro amor, nuestra unión, y todo lo que hemos superado juntos.
Gabriel lo miró, con los ojos brillando de emoción.
—Sí… y cada día que pase contigo será una celebración.
Alejandro lo tomó de la cintura y lo acercó, sus labios encontrando los de Gabriel en un beso profundo y lleno de pasión. Era un beso que sellaba su amor, su compromiso y la certeza de que nada ni nadie podría separarlos.
En los días siguientes, disfrutaron de la isla, relajándose en la playa, nadando en las aguas cristalinas y explorando rincones escondidos. Cada momento estaba marcado por risas, ternura y una complicidad que solo crecía con cada día que pasaba.
Aunque el mensaje de Carlos Ríos había dejado un pequeño escalofrío, ambos sabían que nada podría romper lo que habían construido. Su amor era fuerte, sólido, y cada día juntos reforzaba esa certeza.
Gabriel, mientras descansaba en los brazos de Alejandro una noche, susurró:
—Nada podrá separarnos, ¿verdad?
—Nada —respondió Alejandro, abrazándolo con fuerza—. Esto es solo el comienzo de nuestra vida juntos. Lo que venga, lo enfrentaremos juntos.
Y así, en esa isla paradisíaca, rodeados por el mar, el sol y la luna, Gabriel y Alejandro comenzaron su vida como esposos. La luna de miel no solo fue un escape romántico, sino una celebración de su amor, su confianza y la promesa de un futuro lleno de felicidad compartida.
Mientras la brisa nocturna acariciaba sus rostros y las estrellas brillaban sobre ellos, Alejandro susurró suavemente:
—Siempre tú, Gabriel. Siempre nosotros.
Gabriel sonrió, cerrando los ojos, y respondió:
—Siempre nosotros.
Y en ese momento, con la certeza de que su amor era inquebrantable, la luna de miel se convirtió en un recuerdo imborrable, el primer capítulo perfecto de una vida que ahora compartirían para siempre.
CONTINUARA