El fallecimiento de su padre desencadena que la verdad detrás de su rechazo salga a la luz y con el poder del dragón dentro de él termina con una era, pero siendo traicionado obtiene una nueva oportunidad.
— Los omegas no pueden entrar— dijo el guardia que custodia la puerta.
—No soy cualquier omega, mi nombre es Drayce Nytherion, príncipe de este reino— fueron esas últimas palabras cuando ellos se arrodillaron ante el.
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ASIGNACIÓN: OMEGA
Sus planes eran más sencillos si los escribía en una libreta, aunque si los pensaba detenidamente, en su mente todo se transformaba en un caos imposible de ordenar. Había palabras tachadas, frases reescritas, dibujos de símbolos que solo él entendía, pero en aquel desorden encontraba la calma que necesitaba.
Ya habían pasado algunos días desde el ataque contra él. Aun recordaba el sabor amargo del veneno en su boca, la sensación de que la vida lo abandonaba. Cada respiración que tomaba ahora era un recordatorio de que la muerte podía alcanzarlo en cualquier instante.
El tiempo, sin embargo, no se detenía. El inicio de la peor de sus guerras se acercaba y con ello, dos pruebas que decidirían su futuro: la ceremonia de asignación de género y la prueba de paternidad que los nobles habían exigido al emperador para demostrar que era realmente hijo de Vladimir.
Debería ser un motivo de orgullo, pero en él solo despertaba frustración. En su vida pasada, el miedo lo consumió y se negó a participar en cualquier evento que expusiera su cuerpo. Aquella cobardía lo convirtió en un bastardo a los ojos del imperio. No podía permitir que la historia se repitiera.
Un golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Guardó el diario con rapidez bajo los cojines, como si ocultara en él un pedazo de su alma.
—Adelante.
La puerta se abrió suavemente y apareció Christian, el joven omega pelirrojo. Cargaba algunas prendas dobladas con cuidado, aunque en sus ojos se notaba cierta tensión.
—Lamento importunar su sueño… el emperador viene hacia aquí —anunció con voz baja.
Drayce entrecerró los ojos.
—El emperador, ¿dos veces en un mismo día? Eso no es propio de él… —murmuró. La sospecha comenzó a anidar en su pecho.
En su vida pasada, Vladimir jamás se había mostrado así de atento, a menos que algo lo preocupara profundamente.
—Tal parece que los nobles ya le han dicho su condición para dejarte vivir aqui— resonó la voz del dragón en su mente.
Drayce apretó el puño bajo las mantas.
—Malditos nobles… —susurró entre dientes. La imagen de Freya cruzó fugazmente por su mente. Había muchos nobles que estaban de su parte por haber ayudado a su padre a sentarse en el trono.
Mientras tanto, Christian se inclinó hacia él y comenzó a acomodar su cabello con suavidad. El toque del omega era torpe, pero lleno de paciencia. Drayce se dejó hacer, observando cómo sus mechones caían sobre los dedos del joven. Ese gesto lo tranquilizaba, aunque no lo admitiría en voz alta.
Un nuevo llamado interrumpió el momento.
—Príncipe, el emperador llegó al harem —anunció Hamir desde la puerta.
—Déjala abierta y haz lo que te pedí —ordenó Drayce con calma.
Hamir asintió y se retiró. Drayce recordó lo difícil que había sido convencer al jefe de eunucos para que se encargara de instruir a Christian en etiqueta y nobleza. Hamir, conocido por su honestidad incorruptible, había cedido solo cuando Drayce le habló de la posibilidad de otorgar libertad al joven una vez cumpliera con su formación.
Christian terminó de arreglarle justo cuando el emperador cruzó el umbral. Su sola presencia llenó la habitación de un silencio denso.
—Padre… —Drayce inclinó la cabeza en señal de respeto.
—Veo que ya te sientes mejor —dijo Vladimir, observando a su hijo con atención.
—Ha sido gracias a los cuidados de Christian —respondió Drayce, señalando al pelirrojo.
—Solo cumplí con mi deber, mi señor —murmuró Christian, bajando la vista.
Fue la primera conversación real entre ambos desde el incidente. La distancia entre padre e hijo seguía siendo evidente, como un muro invisible que ninguno sabía cómo derribar.
—Que difícil son los humanos— se burló el dragón, audible solo para Drayce, que esbozó una sonrisa leve.
—Drayce, hay algo que necesito decirte —anunció Vladimir con voz grave.
—Tome asiento, padre —respondió él, invitando con un gesto.
Ambos se sentaron. Christian, entendiendo el gesto, se retiró de la habitación en silencio.
—A finales de este mes se celebrará tu ceremonia de asignación —dijo Vladimir sin rodeos—. Y… también se realizará la prueba de paternidad en el templo.
Drayce sostuvo su mirada y sonrió.
—Está bien, padre.
Vladimir lo miró con duda.
—Si no deseas hacerlo…
—Quiero hacerlo —lo interrumpió Drayce con firmeza.
La tranquilidad de su hijo lo sorprendió. No había miedo en su rostro, ni nerviosismo en sus manos.
La ceremonia de asignación era compleja: pruebas físicas y psicológicas que determinaban si un niño imperial sería alfa u omega. Si Drayce resultaba alfa, tendría derecho a disputar el trono con Drarius. Si era omega, se convertiría en pieza clave para las intrigas matrimoniales de los nobles.
La prueba de paternidad, en cambio, era simple en apariencia, pero cargada de veneno político. Bastaba con un ritual de sangre para demostrar si su linaje pertenecía al emperador o no. Sin embargo, Drayce sabía que aquel sería el momento de mostrar la marca de su maldición, y planeaba transformarla en una fortaleza, un símbolo de poder que los nobles no podrían ignorar.
Los días que siguieron transcurrieron con calma tensa. Nadie se atrevía a atacar de nuevo gracias a los guardias que protegían al príncipe, y Freya, al menos de momento, no había podido mover ficha.
Finalmente, llegó el día.
Las campanas del templo imperial resonaron con solemnidad, llamando a todos los nobles y sirvientes a presenciar el destino del príncipe mayor. El aire estaba impregnado de incienso y tensión.
Uno a uno, los nobles tomaron asiento, susurrando entre ellos con miradas de desconfianza. Las facciones rivales aguardaban con ansiedad: unos deseaban que Drayce fuera declarado alfa para que representara una amenaza para Drarius; otros, que fuera omega, para poder atraparlo en redes políticas.
La ceremonia inició. Drayce fue sometido a pruebas de resistencia, de control mental, de disciplina. A cada desafío respondió con calma y seguridad, sorprendiendo incluso a los sacerdotes que lo examinaban. Su porte era firme, y aunque su cuerpo era pequeño aún, sus ojos reflejaban la fuerza de alguien que había vivido mucho más de lo que aparentaba.
Finalmente, tras horas de exámenes, el sumo sacerdote se levantó y proclamó con voz solemne:
—El príncipe Drayce es declarado… omega.
Un murmullo recorrió la sala como un río desbordado. Algunos nobles sonrieron con satisfacción, otros fruncieron el ceño. Para muchos, significaba que el príncipe no representaba una amenaza militar; para Drayce, era exactamente lo que necesitaba para poner en marcha su plan.
Sin dar tiempo a que la tensión bajara, comenzó la segunda parte: la prueba de paternidad.
El sumo sacerdote preparó el altar con símbolos antiguos, extendiendo los sellos de sangre. Vladimir, serio, observaba todo con los brazos cruzados. La madre emperatriz se acomodó en su lugar con gesto altivo, y los líderes de las facciones nobles ocuparon las primeras filas, como buitres esperando el primer rastro de debilidad.
Fue entonces cuando uno de ellos, un noble de barba oscura y ojos fríos, se levantó con voz firme:
—Su majestad, con el debido respeto… ¿no es una burla para el imperio legitimar a un bastardo maldito? ¿Qué garantías tenemos de que esa criatura es realmente su hijo y no el producto de un engaño?
El silencio cayó sobre el templo. Todas las miradas se volvieron hacia Drayce.
El príncipe, lejos de intimidarse, alzó la cabeza con calma. La chispa del dragón brillaba en sus ojos.
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—Es tu momento joven principe—murmuró Vhagar desde lo profundo de su ser.
Y Drayce sonrió.