Diana Quintana, una mujer con el Corazón De Hielo. su historia inicia cuando descubre que su prometido le es infiel, tenían un hijo, pero el pequeño muere en un accidente, en el cual estuvo involucrado el padre del niño, y Dante Linares. hecho que la marcó y le cambió la vida.
Dante, es influenciado para que acabe con Diana. Para lograrlo, es obligado a casarse con ella, ahí comienza una lucha de poderes, con sombras del pasado que los atormenta. ¿Será qué algún día esas sombras desaparezcan?
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La elegida.
08
—En tus sueños. Nadie puede obligarme, nadie me va a someter. No deseo casarme, no quiero salir lastimada nuevamente —sentenció ella, con una firmeza desgarradora.
No mentía. Cristóbal no solo acabó con la vida de su hijo, también le rompió el corazón en mil pedazos. La dejó con un miedo profundo, uno que le hacía desconfiar de todos, como si en cualquier momento alguien más pudiera traicionarla.
—Solo le advierto para que no le tome por sorpresa: yo tampoco deseo unir mi vida a una mujer como usted —respondió él, cortante.
Diana, estaba a punto de replicar, pero se detuvo, visiblemente enojada.
—¿Una mujer como yo? Lo lamento, pero déjeme informarle que tengo mil pretendientes. Cualquier hombre desearía tener una relación conmigo.
—Ja, no me diga. ¿Y cuántos de ellos la han visto así, con su malacrianza, llena de soberbia y altanería? Déjeme decirle que así pierde todos sus encantos. Yo solo quería ponerla sobre aviso. Lidiar con alguien como usted... Eso nunca...
Dante se mofó. Era como un lobo con piel de oveja, dispuesto a conquistarla con palabras dulces, con modales de caballero. Pero por dentro, hervía de rabia, acumulada durante un año entero.
—¡Váyase al infierno! —gritó ella—. Y dígale a su abuela que la mujer ideal para usted se llama Catalina Duarte. Vaya con esa vieja, a ella le gusta vivir de los hombres ricos. Es discreta, sumisa… dicen que es la mujer ideal en la cama. Además, encaja con su descaro. Les aconsejo un lugar cómodo para vivir: el infierno. Ahí podrán estar juntos por siempre… y desaparecer de mi vida.
Instantáneamente, azotó la puerta al bajarse del auto, y justo entonces vio a Braulio. y su mirada fue una puñalada.
—¡Ve por un maldito café! Tráeme el desayuno ahora mismo o te vas a tu casa y no vuelves nunca.
Se desquitó con su guardaespaldas, mientras dentro del vehículo, la mirada de Dante se volvió agresiva.
—Esa mujer… no sabe lo que le espera —murmuró, antes de ordenar al chofer que arrancara.
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Por otro lado, Antonella manchó sus elegantes zapatos, o al menos eso pensó al pisar la mansión de los Quintana.
—Señora, su visita es todo un placer —dijo Arturo, siempre humilde, de gran corazón.
—No tardaré mucho, señor Quintana. Estoy aquí para hablar de mi decisión. Quiero que sea su hija Diana quien contraiga matrimonio con mi nieto. Ambos son jóvenes brillantes, capaces de fortalecer nuestros grandes imperios.
La mujer se acomodó en el sofá, pero apenas lo hizo, Robin se acercó a su oído para susurrarle algo.
—¿Cómo? ¡Esto no puede ser!
Su expresión cambió. Era evidente que había recibido malas noticias. Arturo la miró, desconcertado.
—¿Están cerca de la quiebra? —disparó Antonella, como si fuera un hecho.
—¿Cómo cree, señora? ¡Los Quintana estamos firmes en la cima! —respondió Arturo con firmeza.
—Eso no es cierto. Y esta noticia cambia mis planes. Mi nieto no puede unirse a gente sin dinero ni posición —sentenció la vieja, con una mirada totalmente distinta a la de minutos atrás.
Pero todo era parte de su juego. Arturo, desesperado, pensaba obligar a su hija, todo con tal de no perder la fortuna. Días atrás había intentado unirla con Camilo, pero Diana se opuso rotundamente. Le recordó que Camilo no era nadie, y que unirla a él sería una traición a la memoria del niño. Fue Diana quien sacó a los Balmaseda del camino, y revivir esa alianza sería darle nuevamente fama y poder a una familia que no lo merecía.
—Señora, aquí debe haber un error. Voy a hablar con mi hija. Estoy seguro de que mi empresa seguirá en la cima.
—Eso espero. De lo contrario, no habrá matrimonio —dijo Antonella, con un tono lapidario.
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Esa misma tarde, Diana hizo lo imposible para asegurar el valor de las acciones. Inyectó su propio capital, usó el dinero guardado para emergencias… una jugada arriesgada, que podía costarle todo.
Su frente estaba empapada. El maquillaje, deshecho tras limpiarse el sudor. Miró al vacío.
—Dios… no puedo defraudar a mi padre. Esto es lo único que me queda. El único motivo por el cual seguir luchando —murmuró, al finalizar la operación.
Justo entonces, entró el único que no necesitaba permiso: Boris. Se sentó frente a ella y soltó con desparpajo:
—Nena, me da la impresión de que hoy te arrolló un tren… o algo peor.
—Ay, amigo… si supieras. No estoy bien —respondió ella, sin filtro.
—Si no me lo dices, ni me doy cuenta. ¡Mírate! Tus cejas mal marcadas, la base corrida, y pareces un mapache con tanto negro en los ojos. Supongo que traes tu espejo, ¿no?
Boris siempre fue directo, sin rodeos. Así era él.
—¿Tan demacrada me veo? —preguntó, y al instante pensó en Dante—. Hubiera sido genial que me viera ahora, así se desanima y me deja tranquila.
Pero no podía mentirle a su mejor amigo.
—¿Recuerdas al chico de la fiesta? El que fue nombrado heredero de los Linares. Hoy me envió flores.
—¡Déjame adivinar! ¿Se las pusiste de corbata?
—No… cómo creés. El baboso quería almorzar conmigo. Pero ya me conoces, lo rechacé. ¡Y no te imaginas! El desgraciado se apareció en persona, vino hasta acá.
—Amiga, no te creo. Pero lo dejaste loquito, digo… para venir a ver a la Reina del Hielo, hay que tener los cojones grandes.
—Jumm… no sabes. Me lo topé de frente, y como quería irme, el muy imbécil me cargó como costal de papas. Me trató como mercancía. Luego me dijo que su abuela me escogió como su futura esposa.
—¿¡Qué… amiga!? ¿Y tú qué hiciste?
—Lo rechacé. Cerré el tema. Jamás, ni nunca, me voy a casar con ese tipo. No sé si se reía de mí, o si en verdad me advertía de algo.
—Mmm… ese tipo se ve interesante. Ya veremos qué pasa —dijo Boris, cambiando de tema.
—Por cierto, Jamize escribió anoche. Dice que volverá en cuanto termine su pasantía. Ya le falta poco.
Un brillo se encendió en la mirada de Boris. La esperanza volvía a tocar su puerta.