Alison nunca fue la típica heroína de novela rosa.
Tiene las uñas largas, los labios delineados con precisión quirúrgica, y un uniforme de limpieza que usa con más estilo que cualquiera en traje.
Pero debajo de esa armadura hecha de humor ácido, intuición afilada y perfume barato, hay una mujer que carga con cicatrices que no se ven.
En un mundo de pasillos grises, jerarquías absurdas y obsesiones ajenas, Alison intenta sostener su dignidad, su deseo y su verdad.
Ama, se equivoca, tropieza, vuelve a amar, y a veces se hunde.
Pero siempre —siempre— encuentra la forma de levantarse, aunque sea con el rimel corrido.
Esta es una historia de encuentros y desencuentros.
De vínculos que salvan y otros que destruyen.
De errores que duelen… y enseñan.
Una historia sobre el amor, pero no el de los cuentos:
el de verdad, ese que a veces llega sucio, roto y mal contado.
Mis mejores errores no es una historia perfecta.
Es una historia real.
Como Alison.
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capítulo 2 "Abril"
Capítulo 2 - Abril
El sonido del hervidor burbujeando se mezclaba con el leve crujido del pan en la tostadora. Una mañana de abril cualquiera, pensó Alison, mientras untaba manteca sobre una tostada. Todo parecía calmo, como si la rutina pudiera protegerla de lo que dolía.
Pero en cuestión de segundos, una voz del pasado rompería ese frágil equilibrio.
El teléfono vibró. Número desconocido. Dudó un instante. Pensó en no contestar. Pero algo —una corazonada, quizás— la hizo deslizar el dedo sobre la pantalla.
—¿Alison? —preguntó una voz insegura—. Soy Rocío…
El mundo se detuvo por un instante. Su mente voló atrás en el tiempo: los pasillos del colegio, el perfume de los uniformes recién planchados, el sonido de las risas contenidas en clase. Ese vínculo que había sido tan fuerte como breve.
—Hola, Alison. ¿Cómo estás? —preguntó Rocío del otro lado—. Te quería hacer una consulta: ¿estás trabajando?
—No, en este momento no —respondió Alison—. Estoy haciendo algunas cosas personales.
—Bueno, ¿sabés qué? Acá donde estoy trabajando quedó un puesto libre, y te recomendé. Andá urgente a esta dirección: calle XXX 1234. Te toman seguro.
Alison no tuvo tiempo ni de terminar su desayuno. Se metió a la ducha, se cambió rápido y salió apurada, con la esperanza de no llegar demasiado tarde.
Al llegar, Rocío la esperaba en la puerta con una sonrisa.
—¡Vení, vení! Te presento al jefe de área —dijo con entusiasmo.
Alison la siguió con cierta curiosidad. Se adentraron en una oficina pequeña, al costado del depósito. Un hombre mayor, de rostro serio y porte firme, levantó apenas la vista por encima de sus anteojos.
—Hola, soy Robert —dijo, extendiéndole la mano—. Encargado de Depósito y Mantenimiento en D.G.C. S.A. Bienvenida a bordo, Alison.
—Gracias —respondió ella, estrechando su mano con una sonrisa—. Estoy muy emocionada de estar acá.
Robert se levantó y comenzó a guiarla por el edificio, mostrándole cada sector y presentándola a los empleados que se cruzaban en el camino.
—Como sabés, sos nuestra nueva empleada de limpieza y mantenimiento —explicó mientras caminaban—. Quiero asegurarme de que conozcas bien tus tareas.
Comenzaron por la planta baja, donde se encontraba la recepción.
—Este lugar siempre debe estar impecable. Es la primera impresión que los visitantes tienen de la empresa.
Pasaron luego por una puerta lateral que conducía al sector de Mercado Libre, donde se procesaban pedidos y se atendía al público.
—Este espacio tiene que mantenerse limpio y ordenado. Es fundamental para el ritmo de trabajo del equipo.
Subieron al primer piso, donde estaban las oficinas de ventas.
—Limpiá temprano, antes de que lleguen los vendedores. Y esta sala de reuniones —dijo, señalando una puerta— siempre debe estar perfecta. Acá se hacen encuentros importantes con ejecutivos y clientes.
Finalmente, llegaron al tercer piso, donde estaba el comedor y las oficinas del área de bazar, que manejaba una microempresa de artículos de cocina y decoración.
—Acá tenés que ser muy meticulosa, especialmente con los productos delicados. También está la oficina del CEO, así que no puede fallar nada en este piso.
Alison asentía, memorizando cada indicación.
—¿Entendido, Alison? —preguntó Robert, mirándola fijo.
—Sí, señor Robert. Entendido —respondió con seriedad.
—El dueño de la empresa es muy detallista. Se fija hasta en el polvo de los zócalos. Así que prestá atención. Un descuido puede afectar la imagen de todos.
Ella asintió en silencio, consciente del compromiso que asumía. Robert la llevó luego hasta una puerta casi oculta entre su oficina y la entrada al depósito.
—Acá tenemos el sector de productos tecnológicos —explicó—. Computadoras, parlantes, impresoras. Todo esto se despacha a clientes de todo el país.
—¿Y esa otra puerta? —preguntó Alison, señalando una más pequeña, al fondo.
—R.M.A. —dijo Robert—. Es el área de servicio técnico. Por ahora está cerrada, los chicos están de vacaciones. No vas a tener que entrar, a menos que sea estrictamente necesario.
De regreso en su oficina, Robert le dedicó una sonrisa más amable.
—Creo que vas a hacer un gran trabajo. Si tenés dudas o necesitás ayuda, preguntá sin miedo. ¿Podés empezar mañana?
—¡Ya mismo! —respondió Alison, decidida.
No había traído ropa de trabajo ni estaba preparada, pero su orgullo le impidió rechazar la oportunidad. No quería parecer poco profesional.
Robert soltó una carcajada.
—¡Genial! Entonces seguí a Rocío y comenzá. Recién hicimos remodelaciones, hay polvo y escombros por todos lados. En unos días vuelve el CEO, y todo tiene que estar impecable.
Ese día fue largo. Alison terminó cubierta de polvo, con las manos doloridas y el cuerpo agotado. Pero por dentro, se sentía plena. Había sido útil. Había demostrado su valor.
De regreso en el colectivo, mientras las luces de la ciudad pasaban por la ventana, pensó en Rocío. Ella la había recomendado, había hablado por ella ante el jefe de Recursos Humanos, y gracias a eso, evitó entrevistas y pruebas. Fue contratada de inmediato.
Cuando el colectivo se detuvo en su parada, Alison bajó con una sonrisa cansada. Se despidió de Rocío con un gesto desde la ventanilla y descendió, agotada pero feliz.
Su primer día había terminado.
Y era apenas el comienzo.