"Guardianes"

La princesa reunió a sus hombres, aún impresionados por lo ocurrido. Temerio se despidió de los niños con un fuerte abrazo y de Eleonora, quien es como una madre para él. Alex, con la elegancia de un joven caballero, le agradeció a la anciana su hospitalidad y se despidió de los niños con una sonrisa luminosa.

El gato, ya sobre su hombro, miró al horizonte. —Vamos. El rey nos espera. Hemos perdido demasiado tiempo.

La luna llena colgaba en el firmamento, brillante y majestuosa, mientras el grupo avanzaba por el camino de piedra hacia el castillo de ReindHart.

A cada paso, el cielo se despejaba un poco más, y los vestigios de la tragedia se revelaban con crudeza. Desde la distancia, la zona sur del reino se mostraba como un mar de sombras y ruinas, la humareda se había disipado, pero los restos carbonizados aún hablaban de la destrucción que arrasó con la vida y la esperanza de miles.

Alex observó los rostros de quienes lo acompañaban: Kuro, el sacerdote Temerio, la princesa Franchesca y los soldados escoltas. Todos cargaban el mismo gesto: una mezcla de pesar y rabia contenida.

Sin poder evitarlo,  Alex rompió el silencio. —¿Creen que podrán recuperarse de esto...? ¿Cómo fue que Mamon llegó tan lejos?

Franchesca bajó ligeramente el rostro antes de responder, como si sus palabras pesaran. —Una fracción de satanistas... realizaron una invocación en un cementerio profano, kilómetros al sur.

Pero todo fue una trampa bien orquestada. Mientras nuestras fuerzas se dirigían al cementerio, en el reino celebrábamos el nacimiento del quinto hijo del rey. Una festividad... alegre, inocente.

La princesa apretó los puños al recordar. —Ese día, los satanistas repartieron dulces entre los ciudadanos. Al llegar las cinco de la tarde, justo cuando las campanas de la catedral sonaron... la gente comenzó a actuar extraño. Luego... comenzaron a explotar.

Alex sintió un escalofrío en la espalda.

—Las explosiones liberaron monstruos y demonios dentro del reino. Una horda. Un infierno. Solo repartieron dulces en la zona sur... y por eso, solo esa parte fue consumida. Cuando nuestras tropas llegaron al cementerio... ya era tarde. Mamon había surgido del portal, invocado a costa de las almas de aquellos fanáticos. Fue una masacre. Y con un maleficio, Mamon convirtió los cuerpos en bestias y demonios, marchando directo a nuestras puertas de la zona sur.

El silencio reinó un momento. Solo el crujir de las botas sobre la grava rompía la noche.

Franchesca continuó, ahora con el tono más bajo. —Rei apareció volando desde los cielos. Sabía quién era él... y no dudó en enfrentarlo. Su batalla fue feroz. Cuando comprendió que no podría sostenerlo más, le pidió al gato que abriera un portal. Él dudó. Necesitaba una imagen clara para transportarles, pero Rei fue firme. El portal se abrió, y los tragó a ambos.

Kuro, que caminaba en silencio junto a Alex, bajó la cabeza. Franchesca añadió: —El lugar que cruzó por su mente en ese instante... fue un viejo edificio abandonado en el reino de Reminen. Allí donde tu destino y el de Rei se cruzaron.

Alex comprendió entonces que no fue una casualidad… fue el destino. —No es tu culpa —le dijo al gato con voz firme—. Fue el destino. Si no la hubiera encontrado... Mamon habría seguido su camino, destruyendo todo a su paso. Quizás no habría nadie que pudiera detenerlo.

El gato alzó la mirada, y por primera vez aquel día, se permitió sentirse un poco en paz.

Frente a ellos se alzaba finalmente el castillo. Alex quedó impresionado por su tamaño y majestuosidad. Al acercarse, dos guardias en armadura plateada se inclinaron ante la princesa. Dentro del castillo, sus pasos resonaban por los pasillos de mármol, hasta que una figura se cruzó en su camino.

—¡Franchesca! —exclamó con tono molesto una joven de cabello oscuro y corona de plata vestida con un llamativo vestido púrpura con brillantes incrustados en él—. ¿Cómo te atreves a llevarte a los soldados? ¡Deben estar con el rey!

—Los hombres están bajo mi cargo —respondió Franchesca con frialdad y autoridad—. No tengo que darte explicaciones, Acnez.

La joven bajó la cabeza, murmurando una disculpa antes de retirarse. Alex, con la misma cortesía de siempre, se presentó ante la segunda princesa con una reverencia. Ella apenas lo miró con desdén y desapareció por un pasillo.

Temerio, incómodo, tosió y les recordó: —Debemos ver al rey de inmediato.

Frente a una gran puerta dorada, dos guardias la abrieron con solemnidad. —¡La primera princesa Franchesca De ReindHart! ¡El sacerdote exorcista Temerio! ¡Y el forastero Alex!

Dentro, el trono se alzaba imponente al fondo del gran salón. Sobre él, un hombre de porte inquebrantable, con una armadura dorada salpicada de joyas escarlatas, sostenía una espada plateada llena de runas. Su cabello era dorado como el sol y su mirada tan severa como el acero.

Franchesca y Temerio se inclinaron con respeto real.

Alex se quedó paralizado al ver aquellos ojos dorados clavados en él. El rey lo observaba, silencioso, como si leyera su alma. Alex reaccionó y ofreció una reverencia firme, sin doblar la rodilla. Fue suficiente para provocar a los guardias, quienes alzaron lanzas y espadas hacia él.

Pero una voz poderosa retumbó por todo el salón: —¡Basta!

El rey se puso de pie, su voz era como el eco de un trueno. —Él no pertenece a nuestro reino, no está obligado a postrarse ante mí —dijo con solemnidad—. Soy Rein IX de ReindHart, rey de estas tierras. Bienvenido a mi humilde castillo, Alex.

Continuará...

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