Arata, un omega italiano, es el hijo menor de uno de los mafiosos más poderosos de Italia. Su familia lo ha protegido toda su vida, manteniéndolo al margen de los peligros del mundo criminal, pero cuando su padre cae en desgracia y su imperio se tambalea, Arata es utilizado como moneda de cambio en una negociación desesperada. Es vendido al mafioso ruso más temido, un alfa dominante, conocido por su crueldad, inteligencia implacable y dominio absoluto sobre su territorio.
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Capítulo 8: Sorpresa
Los días en la mansión continuaron pasando, y con cada uno, Arata sentía una creciente inquietud. Sabía que la vida con Mikhail sería difícil, pero no había anticipado lo aislado que se sentiría. Sus encuentros con la señora Karpova le brindaban un pequeño respiro, pero fuera de esos momentos, la realidad era abrumadora. Las tensiones con los guardias, las sombras de la mafia, y la constante presencia de la violencia lo mantenían alerta, siempre al borde.
Una noche, mientras se preparaba para dormir, escuchó el ruido familiar de la puerta principal abriéndose. Mikhail había regresado. Arata se enderezó en la cama, esperando oír los pasos de su esposo en el pasillo, pero lo único que escuchó fue el bajo murmullo de voces desde el salón principal. Se levantó lentamente, sus pasos ligeros en el frío suelo de mármol, y se dirigió hacia la fuente del ruido.
Desde la penumbra del corredor, vio a Mikhail conversando con un hombre que no reconocía. El desconocido, de aspecto amenazante, vestía un abrigo largo que ocultaba la mayor parte de su figura. Sus voces eran bajas, pero el tono era tenso. La curiosidad de Arata lo empujó a acercarse, agachándose detrás de una columna para escuchar mejor.
—... No podemos seguir así, Mikhail. Estás jugando con fuego. Sabes lo que pasa cuando te acercas demasiado a ellos —decía el desconocido, su voz rasposa.
Mikhail, con la habitual frialdad en su rostro, se cruzó de brazos. —Tengo todo bajo control. No me digas cómo manejar mi manada.
—No estoy aquí para darte órdenes. Solo advertencias. —El hombre hizo una pausa, sus ojos oscureciéndose. —El Consejo está observando. Saben lo que has hecho y están evaluando si eres una amenaza. No puedes seguir actuando como si fueras intocable.
Mikhail apretó la mandíbula, su mirada penetrante fija en el otro hombre. —¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Arrodillarme ante ellos? Sabes bien que eso nunca sucederá.
—Solo te estoy diciendo que debes tener cuidado. Si sigues con esto, podría costarte mucho más de lo que piensas.
Arata sintió que el aire se volvía más denso. El desconocido no solo parecía una amenaza, sino alguien que conocía bien a Mikhail y sus límites. ¿El Consejo? Era la primera vez que escuchaba ese nombre, pero sabía que no era un tema menor. La forma en que Mikhail lo mencionaba con desprecio le hacía pensar en un poder superior, algo mucho más peligroso de lo que había imaginado.
El desconocido dio un paso atrás, como si diera por finalizada la conversación. —Ya has sido advertido. Lo que hagas ahora está en tus manos.
Cuando se giró para marcharse, Arata se tensó, temiendo ser descubierto. Mikhail no lo vio inmediatamente, pero al darse la vuelta, sus ojos se encontraron brevemente con los de Arata. Fue solo un instante, pero fue suficiente para que Arata sintiera una mezcla de sorpresa y desconfianza en la mirada de su esposo.
El desconocido se marchó, dejando a Mikhail solo en el salón. Hubo un largo silencio antes de que Mikhail hablara, su voz baja y contenida. —¿Cuánto has escuchado?
Arata, sintiendo que no tenía sentido mentir, salió de su escondite y se acercó lentamente. —Lo suficiente para saber que algo no está bien.
Mikhail lo miró durante un momento, como si evaluara qué tanto debía revelarle. Finalmente, dejó escapar un suspiro. —Hay cosas que no entenderías, Arata. Este mundo... es más oscuro de lo que piensas.
—¿No lo entendería o no quieres que lo entienda? —replicó Arata, su voz temblorosa pero firme. —Ya he visto suficiente para saber que no puedo seguir siendo un espectador en esta relación. Quiero ayudarte, pero no puedo hacerlo si me mantienes en la oscuridad todo el tiempo.
Mikhail frunció el ceño, pero la dureza en su expresión se suavizó ligeramente. Dio un paso hacia él, su mano acariciando brevemente la mejilla de Arata. —No se trata de que no quiera compartirlo. Se trata de protegerte. Hay enemigos ahí afuera que no dudarían en usar cualquier debilidad en mi contra. Y si te involucras demasiado, te convertirás en uno de esos puntos débiles.
Arata sintió el calor de su mano, pero también la distancia emocional que aún los separaba. —No soy débil, Mikhail. No puedes seguir tratándome como un niño indefenso. Desde que llegue no he hablado con nadie que no sea la señora Karpova, ni siquiera contigo. Estoy aquí, y si me mantienes alejado, solo estás construyendo un muro entre nosotros.
Mikhail guardó silencio por un largo rato, sus ojos buscando algo en el rostro de Arata. Finalmente, su mano cayó a su costado, su expresión volviendo a ser la de siempre: firme, controlada. —Está bien. Te contaré más... pero solo cuando sea el momento adecuado.
Arata asintió, sabiendo que no obtendría más esa noche. Pero algo en esa breve conversación le dio esperanza. Quizás, poco a poco, Mikhail comenzaría a confiar en él. Pero aún había muchas sombras alrededor, y Arata sabía que no podía ignorarlas por mucho más tiempo.