En Tokio, Shiro, un joven de 18 años, se muda a un pequeño café con un pasado misterioso. Al involucrarse en la vida del café y sus peculiares empleados, incluyendo al enigmático barista Haru, Shiro comienza a descubrir secretos ocultos que desafían su comprensión del amor y la identidad. A medida que desentraña estos misterios, Shiro se enfrenta a sus propios sentimientos reprimidos, aprendiendo que el verdadero desafío es aceptar quién es realmente. En esta emotiva travesía, el mayor secreto que descubre es el que lleva dentro.
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Capítulo 8: Susurros en la Oscuridad.
El ambiente en la cripta se tornó pesado y cargado, como si el aire hubiera adquirido una densidad nueva, casi tangible. Las palabras del libro parecían reverberar en el espacio, llenando cada rincón con una energía desconocida y ancestral. Mientras Haru continuaba recitando las inscripciones en voz baja, Shiro sintió una presencia invisible que parecía observarlos, como si algo más estuviera allí con ellos, esperando el momento adecuado para revelarse.
Aiko, aunque visiblemente asustada, se mantenía en su lugar, con la linterna temblando en sus manos. Hikaru, a pesar de su compostura habitual, tenía el ceño fruncido, claramente incómodo con lo que estaba sucediendo. Shiro, por su parte, no podía apartar la vista del altar ni de los símbolos que parecían moverse ante sus ojos, como si cobraran vida lentamente.
—Algo no está bien —susurró Aiko, dando un paso hacia atrás—. Esto no debería estar sucediendo.
—Cálmate —dijo Haru sin dejar de recitar—. Estamos más cerca de lo que piensas.
De repente, las palabras en el libro comenzaron a brillar tenuemente, y los símbolos en las paredes respondieron de la misma manera, irradiando una luz azulada que iluminaba la cripta con una intensidad suave pero inquietante. Shiro sintió un escalofrío recorriéndole la columna vertebral. Aquella luz, aunque hermosa, traía consigo una sensación de peligro.
—¡Mira eso! —exclamó Hikaru, señalando las inscripciones en las paredes—. ¡Se están moviendo!
Los símbolos giraban y cambiaban de forma, como si estuvieran vivos. La luz azulada se hizo más brillante, y el suelo bajo sus pies comenzó a vibrar levemente. Shiro miró a Haru, quien mantenía su concentración en el libro, pero su rostro delataba la tensión que sentía.
—No se suponía que esto sucediera así —dijo Haru, cerrando el libro de golpe. Pero ya era demasiado tarde.
Un sonido bajo y gutural resonó desde lo profundo de la cripta, como si algo enorme estuviera despertando. La luz azulada comenzó a desvanecerse lentamente, dejando atrás una oscuridad aún más densa que antes. Shiro sintió un nudo en el estómago, un miedo visceral que lo paralizó por un momento.
—¡Tenemos que irnos! —gritó Aiko, retrocediendo hacia las escaleras—. ¡Esto está mal, muy mal!
Antes de que alguien pudiera moverse, la oscuridad se agitó. Algo se deslizó entre las sombras, apenas visible, pero su presencia era innegable. Era como si la oscuridad misma hubiera cobrado vida.
—¿Qué es eso? —murmuró Hikaru, alzando su linterna para tratar de ver mejor.
Una figura se materializó frente a ellos, emergiendo de la penumbra. Parecía humana, pero sus rasgos estaban distorsionados, como si hubiera sido esculpida a partir de la propia sombra. Sus ojos, vacíos y sin pupilas, reflejaban la luz de las linternas de manera inquietante.
—No está solo —susurró Shiro, sintiendo que su corazón latía con fuerza en su pecho. A su alrededor, más figuras comenzaron a aparecer, todas con el mismo aspecto etéreo y oscuro.
Haru dio un paso atrás, claramente sorprendido.
—Esto no debería haber sucedido… —murmuró.
Shiro, respirando con dificultad, observó cómo las figuras los rodeaban lentamente. Aunque no parecían agresivas, había algo profundamente perturbador en su presencia, como si fueran sombras de algo olvidado hace mucho tiempo.
De repente, una de las figuras alzó una mano hacia Shiro. Aunque no habló, Shiro sintió una voz dentro de su cabeza, un susurro suave pero inconfundible: “No debías haber venido aquí…”.
Shiro retrocedió, aturdido por la experiencia. ¿Había sido su imaginación? Pero la figura se mantuvo inmóvil, con su mano extendida, como si estuviera esperando algo.
—¿Qué hacemos? —preguntó Hikaru, mirando a Haru, esperando una respuesta.
Haru no respondió de inmediato. Parecía estar tratando de procesar lo que estaba sucediendo, sus ojos fijos en las figuras que los rodeaban.
—No lo sé —dijo finalmente, su voz temblorosa—. Esto no estaba en el libro.
Shiro, luchando por mantener la calma, decidió dar un paso adelante. Sintió que algo lo atraía hacia aquella figura que seguía con la mano extendida. Contra su mejor juicio, levantó su propia mano, hasta que sus dedos estuvieron a punto de tocar los de la figura oscura.
Justo antes de que sus manos se tocaran, la figura se desvaneció, disolviéndose en la oscuridad como si nunca hubiera existido. Shiro quedó allí, con la mano extendida, sintiendo una mezcla de alivio y confusión.
—¿Qué fue eso? —preguntó Aiko, con los ojos muy abiertos.
—No lo sé —admitió Shiro, bajando lentamente la mano—. Pero no creo que nos quisieran hacer daño.
—¿No? —preguntó Hikaru, mirando a su alrededor—. Parecía que estábamos a punto de ser atrapados por esas… cosas.
—Nos están observando —dijo Haru, mirando las sombras que aún se movían en las esquinas de la cripta—. No creo que sean hostiles, pero definitivamente están aquí por una razón.
Shiro miró nuevamente hacia el altar. El libro seguía allí, pero ahora parecía diferente, como si estuviera cargado con una energía nueva. Sintió el impulso de acercarse nuevamente, pero esta vez decidió mantenerse alejado.
—Debemos irnos —dijo Aiko, con más urgencia en su voz—. Ya hemos visto suficiente. No podemos quedarnos aquí.
Haru asintió lentamente.
—Sí, tienes razón —dijo—. Pero debemos regresar. Hay más que debemos descubrir, y creo que este libro es solo el principio.
A medida que comenzaron a subir las escaleras, las sombras parecieron retroceder lentamente, como si aceptaran su partida. Pero Shiro sabía que aquello no había terminado. Algo en el fondo de su ser le decía que lo que habían visto era solo una fracción del misterio que el café escondía, y que las respuestas que buscaban no serían fáciles de obtener.
Al llegar a la superficie, el aire fresco de la noche los recibió, y por un momento, todo pareció volver a la normalidad. Pero la sensación de que algo oscuro y antiguo los observaba desde las profundidades permaneció con ellos, como un eco que no podían ignorar.
Shiro miró a sus compañeros. Todos estaban claramente afectados por lo que acababan de experimentar, pero ninguno dijo una palabra mientras caminaban en silencio hacia el café. La luz cálida de la lámpara colgante en la entrada del café contrastaba con las sombras que habían dejado atrás.
—Esto es solo el comienzo —susurró Haru, mirando a Shiro—. Ahora estamos más cerca de la verdad… pero debemos tener cuidado.
Shiro asintió, sabiendo que las respuestas que buscaban no llegarían sin sacrificios. Y mientras una brisa fría recorría las calles de Tokio, sintió que el verdadero desafío estaba a punto de comenzar.