Mrs. Handford

Henry abandonó mi casa cuando ya empezaba a anochecer. Su padre, el oficial Cowan, lo recogió en su patrulla, y antes de que ambos se fueran pude notar cómo el mayor mantuvo su mirada fija en la casa de la señora Handford. Sé que él es el encargado de esa investigación, pero por algún motivo se me hace extraño que tenga tanta información sospechosa sobre ella y no haya decidido hacer nada al respecto.

Cuando ya eran casi las nueve de la noche y llevaba a cabo mi rutina de cuidado facial para antes de irme a dormir, escuché cómo el timbre de mi casa sonaba. Tuve que limpiarme el rostro rápidamente y después descender al primer piso para abrir la puerta principal, apenada al estar vistiendo un pijama rosa que para cualquier persona parecería demasiado infantil. En cuanto abrí la puerta, me encontré con la persona culpable de todo mi estrés.

–Liz –susurro con impresión, observando a la mujer frente a mí. La señora Handford tiene una mirada de angustia, y su característica sonrisa no está presente. Algo malo ha sucedido, aunque honestamente todavía no tengo la capacidad de diferenciar cuándo está fingiendo una expresión–. ¿Pasa algo?

–¿Puedo pasar? –pregunta ella con voz temblorosa. Yo asiento y me hago a un lado.

La señora Handford entra a la casa y camina hasta la sala principal, mientras yo cierro la puerta. Desde mi lugar veo cómo su mirada viaja hacia el pasillo del fondo, y es entonces cuando comprendo que mi mentira ha caído. Cuando ella me descubrió husmeando en su sótano, dije que estaba buscando el baño debido a que, en mi casa, el baño se encuentra en ese mismo pasillo. Ahora ella ha notado que no hay ninguna puerta ahí.

Después, veo cómo su mirada viaja desde el corredor a un viejo estante de libros que reposa en un rincón de la sala. Un estante donde queda en evidencia mi obsesión por las historias de terror y misterio. Decido romper el escalofriante silencio que se ha formado de repente.

–¿Qué es lo que pasa? –pregunto con cautela, intentando ignorar la incómoda situación. Ella regresa su mirada hacia mí, y yo tomo asiento en una pequeña silla de madera frente a ella.

–Quería venir por dos motivos –dice con voz baja y un poco ronca. Mete su mano derecha en el pequeño bolso de mano que lleva con ella, y después de sacarla veo que sostiene un objeto que yo creía perdido para siempre; las llaves de mi casa–. Encontré esto en la entrada de mi sótano. Supongo que se te cayeron.

–Muchas gracias, Liz. Las estuve buscando como loca –dije mientras sujetaba el llavero con mis dedos temblando por los nervios–. ¿Cuál es el segundo motivo?

–¿Recuerdas a… La hija de Joe? La chica a la que le daría el regalo… Ella… Ella murió, Grace.

Aquella noticia me deja completamente paralizada, no por la impresión, sino porque confirma la teoría que Henry y yo habíamos planteado horas antes. Sea una asesina o no, los hombres que se acercan a Elizabeth Handford están destinados a perder a sus familias. Mi mano viaja hacia mi boca, intentando contener un gemido de impresión.

–No… No puede ser… ¿Cuándo murió?

–Horas después de la cena, cuando yo ya estaba en mi casa… Parece que fue una sobredosis. Al parecer esa chica consumía drogas, y ella… Dios mío.

Cuando la señora Handford empieza a llorar sin control alguno, yo me quedo estática en mi lugar, sin saber qué hacer ante esa situación. Una sobredosis, repito en mi mente una y otra vez. No tiene sentido que la señora Handford sea culpable de algo así. ¿Cómo podría provocar una muerte de esa manera? En el caso de su último esposo tiene cierto sentido, pues ella vivía con él, por lo que debió ser sencillo asesinarlo de esa forma. Pero la hija de Joe Perlman era algo diferente… Estando en una casa desconocida no tendría la capacidad de asesinarla y hacer que pareciera un accidente. Creo que esta vez, la señora Handford podría ser inocente.

–Lo siento mucho, de verdad –murmuro, sin saber qué otra cosa decir–. ¿Cómo está el señor Perlman?

–Devastado. Nunca lo había visto así. Ella era su única hija, Grace, la única familia que tenía.

Y lo único que se interponía entre usted y su dinero, pienso sin poder controlarlo.

–¿Hay algo que yo pueda hacer para ayudar?

–Mañana es el funeral. Joe me pidió que asistiera, y obviamente tengo que hacerlo, pero no quiero ir sola. Ese lugar estará lleno de amigos de esa chica, amigos de Joe, familiares lejanos… Necesito a alguien que me dé apoyo.

–Por supuesto, Liz. Yo iré contigo.

Las palabras salen de mi boca sin que antes pueda pensar en la gravedad de su significado. Henry me pidió que me alejara de ella, que terminara con esta amistad, y ahora la acompañaré al funeral de una chica que, quizá, ella podría haber asesinado.

–Te lo agradezco, de verdad.

Tal vez no sea buena idea seguir siendo amiga de Elizabeth Handford, pero ésta es mi oportunidad para acercarme a Joe Perlman, y de esa manera ganar su confianza para salvarlo de las garras que quieren adueñarse de él. La vida de ese hombre depende de mí, y no pienso quedarme de brazos cruzados. Ya me he involucrado demasiado, y no puedo simplemente ignorar todo lo que he descubierto.

Sin embargo, soy consciente de que una vez que comience a participar en el juego de la señora Handford, ya no habrá vuelta atrás.