El Mago Que Quemó Todo

—Aún no hay noticias de Ella—, dijo Cedric con una voz somera, refiriendose a Elena. La ausencia de información les dejó en un estado de incertidumbre y preocupación, no sabiendo qué le había tocado a ella o a los demás magos.

—por lo menos estamos seguros con Lysander—, dijo consoladora y alentada, recordando a Cedric que su hijo pequeño se encontraba protegido.

No obstante, Sofía lamentó no haber podido completar el hechizo que les permitiría hallar a la verdadera madre de Lysander, algo que Cedric también deseaba con ardor:

—Lamento lo de tu casa, Sofía—, dijo Cedric con resolución y determinación.

Sofía tomó la mano de Cedric con una mirada comprensiva:

—Es solo una casa Cedric Tú tienes que completar el hechizo de la poción para descubrir a la verdadera madre de Lysander, mientras tanto. Pienso que es la oportunidad de buscar los ingredientes que perdimos, siento que los magos negros atacaron mi casa por Lysander, ellos están ocupados por ahora, así que es nuestra oportunidad de movernos—

Cedric reflexionaba en silencio y dijo: —Me gustaría esperar a Elena—.

Luego, le dirigió la mirada a Cedric y le dijo: —ocupo el cabello de un elfo—.

El mago sabía que no había elfos en la ciudad, aquella misión sería difícil casi imposible, después Sofía le dedicó una sonrisa como si entrara a su pensamiento.

—De ninguna manera— Dijo Cedric, refiriéndose a la única elfo que vivía en la ciudad, Natalia Longfield. Ella estaba loca con amor por él y buscaba desesperadamente a su lado; este ser misterioso tenía un origen no humano e instintos emocionales extraños, lo que la hacía reaccionar de manera impulsiva hacia Cedric.

Cedric había escapado un par de veces a las intenciones de Natalia, querer acercarse a ella solo le traería problemas.

—Deja de comportarte como un infante. He perdido mi casa, la mayoría de mis pociones que con trabajo conseguí, tu puedes ir con Natalia—.

Sofía le dedicó una última mirada, antes de marcharse, Cedric soltó un suspiro y abrazo a Lysander hasta ocultarlo con su capa.

Con la ciudad al borde de una revoltosa confrontación entre magos oscuros y guardianes de la paz, Cedric empezó a caminar entre las calles solitarias de la ciudad.

—Tendrás que mantenerte callado y sigamos adelante—, dijo mientras abrazaba la capa de su túnica, protegiendo a Lysander como si fuera un tesoro precioso.

Cuando caminaban por las calles de la ciudad, llenas de ánimos enfrentados y el olor a humo de magia que se mezclaba con la espuma del mar, Cedric sabía que no tenía más tiempo para perder.

Cuando Cedric llegó al imponente edificio que era la mansión de Natalia Longfield, situado en el corazón de la ciudad, no pudo evitar mirar con asombro a su alrededor. El enorme conjunto era una arquitectura antigua y robusta, erigida sobre ladrillos que se entrelazaban con sus propias sombras en las calles empinadas de la ciudad. Los grandes ventanales hacían ver un interior lleno de misterio, como si los años atrás estuvieran capturados dentro de esas paredes y alabaderas.

A pesar de que Natalia raramente se mezclaba en las batallas humanas, Cedric sabía que su presencia estaba alejada de la lucha entre magos oscuros y protectoras de la ciudad. En eso estuvo seguro, y con un aliento profundo, tocó la puerta de la mansion, esperando oír un sonido que denunciara su respuesta.

El silencio que le respondió fue el mismo que lo había acompañado durante sus últimos pasos por la ciudad: nada.

Al observar cómo su tentativa de llegar a la puerta de la mansion resultó inútil, Cedric retrocedió con un sostenido suspiro. En ese instante, una idea lo atrapó como una ola de magia: abandonar el plan para buscar la madre de Lysander y mantenerlo a su lado mientras tomaba la responsabilidad como padre, era lo mejor, así no tendría que enfrentarse a Natalia.

Pero tan solo al instante en que acarició esa idea en su corazón y preparó sus pasos para alejarse, algo inusual comenzó a ocurrir. La mansión de Natalia pareció tragarlo como si fuera un agujero negro, una fuerza súbita e impalpable que le envolvió, rodeándolo en la misma atmósfera mística que lo había atraído hacia ella.

Cedric se dejó llevar por esas corrientes de magia, recordando el extraño poder que Natalia poseía, y temiendo profundamente las intenciones ocultas que podrían tener al verlo caer en sus manos tal como lo había hecho con la mansion.

Al sentirse arrastrado hacia la profunda fuerza mágica que rodeaba a la mansion de Natalia Longfield, Cedric no pudo evitar que sus pensamientos se concentrasen en las apariencias de ella. Mientras tanto, la casa parecía desprenderse lentamente del poder encantado que la atrapa y, con un estruendoso rugido, su puerta se abrió para revelar a su dueña.

A medida que las sombras dentro de la mansion se dispersaron y Natalia Longfield apareció ante los ojos de Cedric, notó en primera instancia que ella no había cambiado: sus orejas puntiagudas, el rostro delicado y acicalado de una adolescente, su cabello rubio, brillante como la luz del sol, y su fiel trazo de ojos azules. Su pelo estaba amarrado en forma de coleta, y Natalia se había vestido con un atrevido traje que contrastaba con su carácter elúsico y lujurioso.