Maldita sea mi suerte, cuando todo era perfecto mi suerte cambia haciendo que mi vida se convierta en una vida llena de miseria.
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capitulo 8
Mari estaba esperando que llegara Fátima quería saber todo sobre la boda, Mari le había llevado una pequeña maleta con sus pertenencias, era tan poco lo que tenía Fátima incluso se podría decir que Mari tenía mucho más que ella, Fátima al verla sintió una gran alegría pues al parecer su vida ahí no sería distinta a la anterior.
—Dime ¿como te fue?, ¿Van a pasar la noche juntos?—
—Creo que no, no soy el tipo de mujer que el esperaba— dijo Fátima con una gran tristeza quizá era por sentir el rechazo, al parecer nadie la quería, Mari ayudo a Fátima a quitarse aquel vestido.
—El es un tonto no sabe lo que se pierde, mira que ese coordinando se te ve muy bien —
Fátima se sonrojo, jamás había usado algo como eso, si no fuera porque venía junto con todo y el vestido de novia y la insistencia de Mari no se hubiera atrevido a usarlo, Fátima abrió la pequeña maleta y se puso uno de sus camisones, Mari negaba con la cabeza mientras decía: —Con eso no provocas ni un mal pensamiento pareces monja, deberías de cambiar tu estilo de vestimenta y hacer que ese desgraciado se arrepienta de sus palabras —
—El jamás se fijará en alguien como yo — dijo Fátima con mucha tristeza como si le doliera.
Mientras en otra parte de la hacienda Julio seguía discutiendo con su madre.
—De donde sacaste a esa niña es muy pequeña, yo no me atrevería a tocarla —
—Precisamente por eso la elegí, para que no puedas dañarla espero que puedas controlar tu temperamento, ella es demasiado frágil —
—Y no pensaste como me voy hacer para poder tener un hijo, en esta silla de ruedas no podré, no crees que será traumático para ella una inseminación —
—Creo que sería más traumático para ella acostarse contigo —
—Por favor mamá, por quién me tomas —
—Por un hombre inestable que se la paso de cama en cama, un inmaduro que solo busca satisfacerse a si mismo —
—¡Ya basta!, Solo me haces sentir peor de lo que me siento, sabes lo difícil que es para mí estar en esta silla —
—Sé que es difícil, así que espero que te comportes con amabilidad respecto a tu esposa, espero que la cuides, y no es una amenaza es una advertencia — Dijo Nadia muy molesta, pues por años quiso cambiar el comportamiento de su hijo, pero no había logrado nada.
Durante toda esa noche Fátima no había podido dormir, no solo era porque era un lugar extraño si no más bien por todos aquellos pensamientos que había acumulado, ella pensó que por lo menos ahí tenía una habitación más grande, una cama cómoda ya que con su padre la mando hasta una de las habitaciones del fondo las cuales eran frías y húmedas y al parecer estaban muy descuidadas, ya por la mañana Mari fue a ver cómo se encontraba Fátima y cómo era de esperarse ya se había levantado e incluso se había duchado y vestido, se podía ver su rostro un poco pálido con algunas ojeras.
—Fátima el señor quiere que bajes a desayunar — dijo Mari.
Fátima bajo sin protestar aunque tenía miedo, en el convento le enseñaron que debía obedecer, al bajar vio que Julio y la señora Nadia ya estaban en el comedor, Fátima se quedó parada hasta que escucho.
—Puedes sentarte a mi lado — dijo Julio mientras la miraba de pues a cabeza y es que esa ropa que traía era digna de una abuelita, incluso su abuela vestía mucho mejor pensó él, la falda era tan larga que se podría decir que le llegaba a los tobillos y que decir de ese suéter, esos colores tan impersonales tan grises, Julio solo podía pensar ¿De dónde saco esta niña mi madre sería de un convento?.
Fátima se mostraba tímida pues la voz de Julio era muy intimidante tanto que lo único que pudo contestar cuando él le pidió que se sentara fue: —Si, señor —
Julio ordenó que le sirvieran los alimentos.
—Espero que hayas descansado bien Fátima — dijo la señora Nadia.
—Si, he descansado señora muchas gracias —
—Así que estudiaste en Canadá, en el colegio de las monjas Marianas —
—Si, señora —
—Ahora entiendo — dijo Julio mientras miraba a Fátima, ella sintió un poco de pena, sin embargo Julio la observaba detenidamente, cuando vio los ojos de Fátima le parecieron hermosos ese color verde pero sobre todo la inocencia que refleja en ellos.
—Te ves muy delgada ¿tienes alguna enfermedad? —
—No, señor —
—Puedes llamarme Julio —
Fátima se sonrojo, eso no pasó desapercibido por Julio, le pareció adorable sin embargo le era difícil expresar sus sentimientos.
—¿Cuánto mides Fátima? No creo que llegues al metro veinte — dijo Julio.
—Mido uno cincuenta, señor —
—Otra vez señor, te he dicho que me llames Julio—
Nadia solo observaba la actitud de Julio pues le parecía algo extraño el comportamiento de su hijo, pues al parecer esa niña como él la llamaba le estaba provocando sentimientos extraños.