Angelo Stromboli aceptó el compromiso sin conocer a su futura esposa, pero tal como se la imaginó; así era Gina, y a pesar de decir que nunca se iba a enamorar de una mujer como ella, tarde se dió cuenta que no podía vivir sin su amor.
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Capítulo Ocho
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Los Stromboli, padre e hijo, leyeron con toda la paciencia del mundo los documentos, y después de estar seguros de que todo lo plasmado ahí era lo acordado, firmaron con su huella. Después salieron de la sala de juntas para entregar las copias de dichos documentos a los abogados de cada uno para que legalizaran sus firmas.
Ya es más de mediodía y los Stromboli se dirigen a Roma en su jet privado. Ya por fin Angelo conocerá a Gina. Llamó con anticipación a Piero para que les tuviera listo el almuerzo y que le dijera a Gina que los debe acompañar en el comedor para conocerla.
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Llegamos a Pisa a la casa del amigo de Jordan. Es un piso muy viejo, con las paredes despintadas, hay desorden tirado por todos lados y todo huele a humedad. Antes de llegar, compramos algo de ropa para mí y víveres para poder quedarnos con este señor, que no me gusta para nada su aspecto.
Nos ubicó en un destartalado sofá-cama en la sala. Es muy incómodo, pues tiene la tela rota y se le están saliendo los resortes.
Preparé algo de comida en una sucia cocina. En la vida yo había cocinado; para eso estaban las cocineras de la mansión, las cuales me preparaban lo que yo quisiera. Menos mal que solo son sándwiches lo que estoy preparando, que es solo poner queso y jamón en medio de dos panes.
Después de comer, me quedé arreglando la cocina mientras que ellos salieron a fumar.
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—Lionel, ¿qué pasó con el negocio de Luka? ¿Por qué estás viviendo en un sitio de estos? —pregunté a mi amigo.
—Se cayó la vuelta con él. Nos sapearon y me tocó meterme en este sitio mientras se calman las aguas y volver a planear un viaje. Por eso no puedo hospedarlos más tiempo, es muy peligroso para ustedes. —Me explicaba Lionel.
—Entiendo. A mí también se me enredó el plan que tengo con la niña rica. Se fugó de sus papis y en la huida perdió su bolso con sus documentos. Por eso no nos hemos podido casar. —Mi amigo sabe a qué me dedico, a estafar niñas millonarias e incautas.
—¿Y por qué no la embarazas? —me dice como si hablara del clima.
—¡Ja! ¿Puedes creer que quiere llegar virgen al matrimonio? —En ese momento mi amigo suelta la carcajada.
—Jajaja, ¿en serio? Eso ya no se ve hoy en día, jajajaja. —Seguía burlándose.
—Sí, es en serio. Además, creo que un hijo no es la solución, es más bien un encarte. Lo que yo hago es casarme, hacerles firmar un poder como su esposo, luego les pido el divorcio, con eso la separación de bienes y chao, si te vi no me acuerdo —le explico.
—Pero al menos dale una probadita. No puedo creer que tú, como eres de caliente, y en tres meses que llevas con ella, no has podido comértela todita. Con una primera vez de ensueño te da hasta el apellido, jajaja. —No es mala idea. Ya me la he aguantado mucho; ya es hora de que me dé su durito.
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Hoy me levanté tarde; eran las 10 y 30 de la mañana y sentía que tocaban la puerta. Jamás había dormido tan cómodamente. Esta cama es tan suave, su colchón es blandito y las sábanas son frescas y huelen delicioso.
—Adelante —le dije a la persona que estaba tocando la puerta.
—Permiso, señora Stromboli. Le traigo su desayuno. —Entra Aghata con una bandeja y la deja en la mesa auxiliar.
—Gracias, Aghata. Puedes decirme Gina; no me gusta eso de señora Stromboli, me hace sentir geriátrica. —Le digo con una sonrisa a ver si se le quita la cara de limón que tiene. ¿Será que así son todos los empleados del tal Angelo? Ah, por todos los santos, ¿será que él también es así?
—No es lo correcto, señora. Usted es la dueña de casa y yo solo soy una empleada. —¿Será que teme que si la escucha el señor Angelo, al otro día esté de patitas a la calle?
—Está bien, Aghata. Por mí no hay problema. Con el tiempo te acostumbrarás a decirme sólo Gina. Pero al menos dime, señora Gina, que no me acostumbro aún a usar el apellido Stromboli. …Eh, Aghata, te iba a preguntar algo: ¿será que puedo usar ese portátil que está en el escritorio? —Necesito investigar todo lo que pueda sobre la familia Pastori… "mi familia".
—Claro, señora Gina. Ese Macbook es suyo, eso fue lo que ordenó el señor Stromboli, que le tuvieran en su habitación para que usted haga uso de él. —Eso es perfecto. Algo he aprendido de su manejo en las clases de informática que alcancé a ver el último año en el instituto. Aunque eso fue hace siete años, y esas cosas evolucionan a pasos agigantados.
—¡Qué bien! El mío no lo pude traer conmigo —mentí de nuevo.
—Si no me necesita para algo más, me retiro, señora.
—Tranquila, Aghata, puedes irte. Si la necesito para algo, la mando a llamar.
«Cuando Aghata iba saliendo de la habitación, llegó Piero a hablar con Gina»
—Señora Gina. El señor Angelo viene a la mansión al mediodía y pidió que esté con él, acompañándolo en el almuerzo. Por lo que le recomiendo que esté lo mejor presentada posible para su encuentro. —No entiendo su petición de que esté bien arreglada, pero asiento a lo que él me dice.
«De pronto, si ella se arregla bien, el señor Angelo la vea con otros ojos y hasta se pueda enamorar», piensa Piero.
—Claro, a esa hora estaré lista. Gracias por avisarme. —Al menos tengo un hermoso guardarropa para ponerme, pero de ahí no puedo hacer más.
Georgina terminó su desayuno y encendió el portátil. Este le pidió que le pusiera una clave, y siguió las instrucciones del paso a paso. Luego entró a internet y buscó en el navegador "Gina Pastori".
«Hija de Rita y Sigifredi Pastori; magnate de la industria destilera y dueño de la marca "Cascina Pastori", además poseedor de grandes tierras vinícolas en toda Italia».
«Edad 22 años, es estudiante de cuarto semestre de periodismo gastronómico y enológico en Sicilia. Tiene una hermana de doce años llamada Sophia Pastori, actualmente estudiante de secundaria en Sicilia».
«Habían pocas fotos de ella y en todas salía acompañada de su familia. Gina y Georgina sólo se parecían en lo rubias y altas. Gina es delgada y Georgina es algo pasada de peso, además de que Gina tiene 22 años y ella 25, casi 26».
Me bañé después de empaparme lo más que pude de la información personal de los Pastori. Me puse un cómodo y fresco vestido rosa antigua con flores, y bajé a donde recuerdo que estaba el comedor. Allí vi un señor de edad y a su lado un hombre de unos treinta años, muy apuesto y con un parecido al señor que lo acompaña. Me imagino que ellos son los famosos Stromboli. Cuando sintieron mi presencia, me miraron y el más joven me observaba sonriendo.