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Alana

Alana

Status: En proceso
Genre:Malentendidos / Elección equivocada / Traiciones y engaños / Diferencia de edad
Popularitas:3.8k
Nilai: 5
nombre de autor: NELSI BLANCO

Alana Alvarado Blanco solía sentarse en un rincón de su pequeño cuarto en el orfanato y contar los huecos visibles en la pared, cada uno representando un día más sin la compañía de sus padres. En su mente infantil, imaginaba que cada uno de esos agujeros era un recuerdo de los buenos momentos que había compartido con ellos. Recordaba con cariño aquellos cinco años en los que su vida había sido casi perfecta, entre risas y promesas. La melodía de la risa de Ana Blanco, su madre, resonaba en su corazón, y la voz firme de Vicente Alvarado, su padre, aún ecoaba en su mente: “Volveremos por ti en cuanto tengamos el dinero, pequeña”. Sin embargo, ese consuelo se había transformado en una amarga mentira, la última vez que le repetían esas palabras había sido poco antes de que la pesada puerta de madera del Hogar de San Judas se cerrara tras ella, sellando a la fuerza su destino y dejando su vida marcada por la ausencia. En ese instante, la esperanza que una vez brilló en sus ojos comenzó a de

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capítulo 7

Se dirigió a las escaleras de emergencia. Eran más lentas, pero menos visibles que los ascensores. Bajó un piso hasta la sala de sistemas, el corazón tecnológico de la Fuente Corporation, un lugar donde los empleados de sistemas y el personal de mantenimiento rara vez miraban a una mujer con gafas de sol y vestido de negocios.

​El segundo piso era más ruidoso, lleno del zumbido de los servidores. La puerta de la sala de sistemas estaba abierta, con un cartel que pedía no molestar. Alana se deslizó en el pasillo adyacente, buscando con nerviosismo.

​La sala de servidores era un laberinto de estanterías metálicas. Era imposible que el "Archivador Secreto" fuera un archivo digital; Clara había hablado de un archivo físico y de un tal "Sr. C." del mantenimiento.

​Alana vio a un hombre con un uniforme de mantenimiento, distraído, hablando por teléfono cerca de una pila de cajas. Usó la oportunidad.

​Se dirigió a la zona de almacenamiento de archivos obsoletos en una esquina oscura. Estanterías viejas, polvorientas. Se agachó, simulando buscar algo en su bolso, mientras sus ojos escaneaban los números de las etiquetas.

​Ahí estaba. Una fila de archivadores metálicos idénticos, con etiquetas grises. La tercera, cubierta por una tela de araña, tenía un pequeño número pintado a mano: '3'.

​Alana se acercó y tiró de la manija. Estaba cerrado con llave.

​Su corazón dio un vuelco. Esto no era un cajón olvidado; era una caja de seguridad camuflada.

​De repente, la voz del hombre de mantenimiento resonó justo detrás de ella.

​"¿Señora? Disculpe. Nadie debe estar en esta área. ¿Perdió algo?"

​Alana se puso de pie lentamente, dándose la vuelta para enfrentarlo. El hombre era joven, con un rostro cansado.

​"Buenos días," dijo Alana con una calma forzada, señalando el archivador con el número '3'. "Sí, he perdido algo. Estoy buscando un documento del señor Fernando Fuente. El me dijo que el Sr. C. debía guardármelo aquí. Es sobre el testamento de su abuela. Una emergencia familiar."

​El rostro del hombre se iluminó con el reconocimiento. "¿El Sr. C.? Sí, soy yo, Carlos. Pero no puedo abrir esto, Señora. El señor Fernando me dijo que solo si venía con la llave maestra."

​"¿La llave maestra?" preguntó Alana, sintiendo que la oportunidad se desvanecía.

​Carlos miró a su alrededor con nerviosismo y luego se inclinó, susurrando. "Sí. Verá, yo no tengo la llave maestra. El señor Fernando solo confía en su chofer, Ricardo. Él la guarda. Él es quien trae las cosas de ese archivador y se las lleva."

​Ricardo. El nombre del chofer de Fernando, un hombre de unos cincuenta años, de pocas palabras y siempre con cara de poker, que la recogía de la universidad.

​Alana sacó un billete de cien dólares de su bolso, el único dinero de emergencia que había guardado de su mesada, y se lo deslizó a Carlos.

​"Carlos, acabo de decirle que el señor Fernando está lidiando con una emergencia familiar grave. El documento del testamento es para él. ¿Dónde encuentro a Ricardo?"

​Carlos tomó el billete con la mano temblorosa, la avaricia luchando con la lealtad.

​"Ricardo acaba de salir. Está llevando el Bentley a limpiar. Siempre lo hace en el autolavado Royal, en la calle de la Plaza de las Fuentes. Es cerca de aquí, señora. Vaya rápido, estará allí al menos media hora."

​Alana le dio una sonrisa de agradecimiento, que no llegó a sus ojos. Había fallado en la infiltración, pero había ganado un nuevo y más vital objetivo: Ricardo y la llave maestra.

​Salió de la sala de sistemas sin mirar atrás, el sonido de los servidores reemplazado por la urgencia de la calle. Tenía que encontrar a Ricardo.

Alana abandonó el edificio de la Fuente Corporation con una sensación de malestar en el estómago. No era miedo lo que la consumía, sino la carga abrumadora de las traiciones que acababa de desenmascarar. Aún en estado de shock, decidió no llamar a un taxi en las inmediaciones del lugar; en su mente, la sombra de lo que había descubierto la seguía como un eco incesante. Por eso, se dispuso a caminar varias cuadras hasta que encontró una calle lateral donde finalmente pudo parar un automóvil.

Al regresar a la inmensa casa, el silencio que lo envolvía resultaba casi ensordecedor. Ese espacio, que alguna vez había sido su refugio, ahora se percibía más como una lujosa celda. La mansión, con sus amplios salones y decoraciones elegantes, en lugar de ofrecerle consuelo, le producía una sensación opresiva de aislamiento. Cada rincón parecía recordar el tumulto emocional que la había acompañado en su reciente experiencia, convirtiéndose en un recordatorio constante de su soledad y desconfianza.

Alana se dirigió de inmediato a su vestidor, un espacio pequeño pero íntimo que conocía bien. Allí, tomó una decisión contundente: se despojó del traje de ejecutiva que había utilizado, un conjunto que le había conferido una sensación de audacia y poder. Sin embargo, en ese momento, sentía la necesidad de transformarse, de adaptarse a las expectativas de Fernando. Así que, dejando atrás la imagen de mujer fuerte y decidida, eligió un atuendo que evocara fragilidad y sumisión.

Se puso unos jeans ajustados que abrazaban su figura de manera cómoda, junto con un suéter suave que caía con delicadeza sobre sus hombros, convirtiéndola en una versión más joven y vulnerable de sí misma. Con esa apariencia, esperaba captar la atención deseada y facilitar el control que él siempre ejercía sobre ella.

Más tarde, Alana se sentó en su escritorio universitario, un lugar plagado de libros, apuntes y viejas memorias. Frente a ella, había un billete de cien dólares que había utilizado para sobornar a Carlos, un recordatorio tangible de sus acciones. En ese momento, su mente estaba en plena efervescencia; cada pensamiento fluía rápidamente, y su cerebro trazaba meticulosamente un plan. Estaba decidida a actuar, a tomar el control de la situación que había generado el soborno, y sabía que todo debía estar perfectamente calculado.

**El Objetivo: Ricardo**

El conductor, Ricardo, se erguía como la pieza esencial del enigma que rodeaba al Archivador Secreto. Fernando no solo depositaba su confianza en él en lo que respectaba a su propia seguridad, sino también en la custodia de sus más preciados secretos. Esta relación de confianza implicaba que Ricardo no podía ser fácilmente corrompido por sobornos monetarios; su fidelidad era capaz de nacer de la lealtad o incluso del miedo.

Por su parte, Alana comprendió que no podía enfrentarse a él mediante amenazas directas o exigencias categóricas. La única herramienta de que disponía era su propia imagen: la percepción que los demás tenían sobre ella la consideraba como la chica abandonada, la víctima sufrida, la esposa desesperada en busca de respuestas.

Alana sabía que debía aprovechar esta imagen para acercarse a Ricardo. En lugar de adoptar una actitud hostil, su estrategia consistía en mostrar vulnerabilidad y manipular la narrativa a su favor. Así, se preparó para afrontar a Ricardo con astucia, sabiendo que su percepción sería la clave para abrir las puertas del misterio que tanto anhelaba desentrañar.

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Omis Mendoza
está muy buena La novela no demore mucho los capítulos quiero ver La cara del aristócratico sin celebró dé Fernando
Omis Mendoza
que maldito ojalá ella sea más inteligente y sé largue de ese infeliz y sé haga una mujer fuerte y empoderada
Omis Mendoza
era dé esperarse ésa situacion todo lo que brilla no es oro
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