El Traidor

—No entiendo a qué te refieres, tía —replicó Rómulo, con el ojo vidrioso, al saber que su tía había descubierto lo que ocurría entre él y Natalia.

—Rómulo, sé perfectamente lo que está pasando, pero eso debe terminar de inmediato —dijo Margarita con frialdad, evitando mencionar el nombre de Natalia para no poner en peligro aún más la situación.

—Pero se lo prometí, tía —suplicó Rómulo, con voz entrecortada.

—Eres un gran hombre, Romy, pero el problema es que no tienes el poder suficiente para ayudarla. Te prometo que yo me encargaré de esto, pero necesito que hagas algo por mí.

—Tía, ¿podemos irnos lejos? —propuso Rómulo, intentando imaginar un futuro sin las sombras de la familia presidencial.

Margarita negó con la cabeza:

—Verónica aún es menor de edad. ¿No pensaste que tu papá podría solicitar su extradición por Interpol? Tanto tú como Natalia acabarían en la cárcel por secuestro.

Rómulo se dio cuenta, con amargo desánimo, de que habían sido demasiado ingenuos. No sería tan sencillo huir de la familia presidencial.

—¿Papá lo sabe? —preguntó Rómulo, con una mezcla de temor y resignación.

—No, y por eso no te preocupes. Sabes que jamás permitiría que algo malo te pasara, siempre te protegeré —respondió Margarita con convicción.

—¿Qué necesitas que haga, tía? —inquirió Rómulo, dejando traslucir el peso de su desesperanza.

—Te voy a presentar a una persona que nos conviene tener de nuestro lado —respondió Margarita, con un tono que mezclaba seriedad y cariño.

Rómulo asintió, la voz temblorosa:

—Entiendo, tía.

—Es una buena chica, Romy porque jamás permitiría que estuvieras con una mala mujer. Sé que estás molesto conmigo en este momento, pero lo hago porque quiero cuidar de los tres —continuó Margarita, apretando suavemente la mano de su sobrino.

—Lo sé, tía —respondió Rómulo en voz baja.

—Me tengo que ir, Romy, porque vienen por mí. Luego te llamaré para avisarte cuándo conocerás a esta persona —concluyó Margarita mientras lo abrazaba fuertemente.

La conversación con Margarita dejó a Rómulo vacío, como si de repente todo lo que había construido en su mente se desmoronara sin piedad.

Cuando salió del restaurante, sus pasos lo llevaron por calles que apenas registraba, deambulando como un zombi, con la mirada perdida y el alma consumida por la certeza de que para salvar a quienes más amaba, debía convertirse en un traidor.

Cada pensamiento era un golpe brutal contra su pecho porque no había salida, no podía escapar con Natalia, y no podía desafiar las advertencias de su tía, no podía cuestionar una realidad que, por más cruel que fuera, tenía sentido.

Esa noche, no durmió, ni un segundo se quedó sentado en la oscuridad de su habitación, llorando en silencio, las lágrimas cayendo con un amargo peso sobre su piel. Las manos temblaban, la respiración se cortaba, el corazón palpitaba con una desesperación sofocante.

Los mensajes de Natalia llegaron uno tras otro.

"¿Dónde estás?"

"Rómulo, por favor, dime algo."

"Tengo miedo, por favor no me hagas esto."

Sin embargo, él no respondió porque cómo podía hacerlo y mirarla a los ojos y decirle que, ahora que habían cruzado los límites, la iba a abandonar, además de cómo explicarle a una chica tan frágil emocionalmente que su amor no era suficiente para ganar esta batalla.

Se sentía sucio, vil, y menos que un hombre, pero, sobre todo, se sentía derrotado y lo más trágico de todo era que su tía Margarita tenía razón, porque en la vida de los Carmona, el amor nunca había sido suficiente para sobrevivir, y ahora, él debía pagar el precio de esa lección.

Mientras Rómulo seguía hundido en su propio tormento, debatiéndose entre el amor que sentía por Natalia y el deber que Margarita le había impuesto, el sonido de su teléfono interrumpió la angustia que lo devoraba, observó la pantalla con un nudo en el estómago. Tía Margarita.

Respiró hondo antes de contestar, intentando parecer más compuesto de lo que realmente estaba.

—¿Romy? —La voz de su tía sonó firme, sin espacio para discusiones—. Escucha bien. La cita está pactada es mañana a las ocho en el restaurante La Riviera. No hagas nada tonto.

Rómulo cerró los ojos con dolor porque esa frase de no hagas nada tonto, no era solo un consejo, sino una amenaza velada, una forma sutil, pero letal de recordarle lo que estaba en juego.

—Lo entiendo, tía —respondió, su voz más quebrada de lo que hubiera querido.

Pero Margarita no terminó ahí y bajó el tono, dejando claro que no hablaba solo de él.

—Rómulo, si te equivocas, tus primas pagarán las consecuencias.

El impacto de esas palabras fue peor que un golpe físico, porque Rómulo ya se sentía como un traidor, y se sentía miserable por eso, pero ahora también estaba atrapado en el dilema más cruel de todos: protegerlas significaba destruirse a sí mismo.

Cuando la llamada terminó, miró su teléfono con vacío, Natalia seguía escribiéndole, intentando entender qué ocurría, intentando encontrar al Rómulo que conocía, pero él no respondió, porque al día siguiente, en ese restaurante, su destino estaría sellado.

Al día siguiente, Katherine recibió la llamada de Margarita.

—Querida, mañana será tu primer encuentro con Rómulo, a las ocho en el restaurante La Riviera  y quiero que estés tranquila.

Katherine se esforzó por mantener la compostura, aunque por dentro su corazón latía con fuerza.

—Por supuesto, señora —respondió con voz serena, aunque sus manos temblaban ligeramente al sostener el teléfono.

Sabía que este momento llegaría, pero enfrentarlo era otra cosa completamente distinta, sin embargo, antes de que pudiera procesar del todo la situación, su madre, Griselda, irrumpió en su habitación con una energía desbordante.

—¡Tenemos que elegir lo que vas a usar! —exclamó, ya revisando su armario, sin esperar su opinión.

Katherine sintió una punzada de irritación. Sabía que esto pasaría.

Griselda no iba a permitir que ella decidiera por sí misma, no cuando ahora era la prometida de Rómulo Carmona Jr.

—Ya tengo algo en mente, mamá. —dijo con calma, intentando evitar el conflicto.

Pero Griselda no estaba dispuesta a aceptar eso.

—¡No puedes usar esos tonos apagados! —exclamó, sacando vestidos vibrantes, llenos de adornos—. Necesitas algo que resalte, algo que te haga ver imponente.

Katherine cruzó los brazos, negando con la cabeza.

—No, mamá mi estilo es minimalista, a mí me gustan los tonos pasteles, y los cortes sencillos.

—¡Eso es precisamente el problema! —Griselda alzó la voz, frustrada—. Tu gusto es demasiado simple, demasiado apagado. ¡No puedes presentarte así!

La discusión se tornó más intensa, con Griselda insistiendo en que debía cambiar su imagen y Katherine defendiéndose con firmeza.

Pero cuando el conflicto estaba en su punto más álgido, Karin intervino con su porte calculador.

—Mamá —dijo con una sonrisa medida—, fue precisamente ese look tan simple lo que llamó la atención de la Primera Dama.

Griselda se quedó en silencio por un instante, procesando las palabras de su hija mayor.

—Si lo cambias —continuó Karin con una expresión tranquila—, puede que la señora Margarita se enoje y cambie de opinión sobre el compromiso con nuestra familia.

Katherine tuvo que contener una sonrisa porque su hermana había jugado su carta con precisión  y discretamente, le guiñó un ojo en señal de agradecimiento.

Griselda exhaló con resignación, cerrando el armario con un movimiento brusco.

—Está bien —dijo, aunque su tono aún tenía un dejo de frustración—. Haz lo que quieras.

Y con eso, el conflicto terminó.

Katherine miró a Karin con complicidad, sabiendo que, al menos por ahora, había ganado una pequeña batalla en medio de la guerra que estaba por venir y entre ambas hermanas escogieron lo que usaría esa noche para esa primera cita respetando los gustos de Katherine.

La noche de la cena llegó más rápido de lo que Rómulo esperaba, aún no había procesado por completo todo lo que había sucedido en los últimos días, pero ahí estaba, sentado en una mesa perfectamente dispuesta en el restaurante La Riviera, esperando conocer a la mujer que, según Margarita, encajaba perfectamente en su futuro.

Cuando Katherine llegó, su postura era firme, pero sus ojos reflejaban incertidumbre, como si estuviera enfrentando una situación igual de ajena a ella que a él, y por un breve instante, se observaron sin saber qué decir, ambos conscientes de que ninguno había esperado realmente estar allí.

Los primeros minutos fueron torpes y las frases eran cortas, los silencios largos, y aunque intentaban mantener la conversación fluyendo, cada palabra parecía calculada, no por estrategia, sino por timidez genuina.

Rómulo se aclaró la garganta, buscando algo que decir.

—Entonces… ¿Te gusta la comida italiana?

Katherine parpadeó, sorprendida por la pregunta repentina, y miró el menú como si buscara una respuesta en él.

—Eh… sí. Supongo.

Se hizo el silencio y Rómulo asintió lentamente, sin saber cómo continuar.

—Bien. Eso es… bueno.

Hubo más silencio y Katherine jugó con la servilleta entre sus dedos, sintiendo que la incomodidad crecía.

—¿Y tú? —preguntó, intentando devolverle la pregunta.

Rómulo se quedó en blanco por un segundo, como si no hubiera esperado que ella le preguntara lo mismo.

—Sí. Me gusta también.

Otro silencio bastante incómodo.