Una mujer despierta en una playa sin recuerdos, aparece un hombre que asegura ser su esposo y que su nombre es Olga. Pronto es llevada a una casa ajena donde dos niños, extrañamente distantes, también la llaman "mamá". A medida que intenta encajar en esta nueva vida, comienza a percibir que no pertenece a ese lugar: su forma de sentir, de hablar y de recordar no corresponden con la mujer que todos dicen que es.
En medio del control por parte de su supuesto esposo, ella empieza a descubrir verdades aterradoras. Además, su cuñado que empieza a residir en la casa, se convierte en un vínculo perturbador, pero familiar, despertando emociones que parecen venir de otra vida.
Mientras la casa se llena de presencias inquietantes, dibujos siniestros y comportamientos que rozan lo sobrenatural, ella y su cuñado reconstruyen, paso a paso, una historia de amor prohibido, que trata de hacerle frente a la traición y busca una venganza ante la injusticia.
Ella ya no es quien solía ser, ¿te atreves?
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7. El reflejo de Karina
La noche había caído como una manta espesa. Olga no podía conciliar el sueño. El nombre “Karina” resonaba en su cabeza como un eco antiguo, acompañado de imágenes sueltas: una terraza con enredaderas secas, un cuaderno de tapas negras, el olor a humo de cigarrillo; el nombre se sentía fuerte, con una mayor conexión a su ser.
Felipe dormía profundamente a su lado, su respiración era pesada y rítmica, que esté tan cerca se siente como si estuviera traicionando a alguien, y no lo entiende supuestamente él es su esposo, se siente horrible no saber quién realmente es ella, porque ni esa casa, ni ese esposo, ni esos niños se sienten suyos, no se sienten su hogar, su familia más cercana.
A su alrededor, todo parecía normal, pero ella sentía que algo se quebraba dentro de su mente. Una fisura pequeña, pero real. Como si su alma empezara a fisgar dentro de un cuerpo que no le pertenecía.
Se levantó en silencio y fue al baño. Encendió la luz. El espejo devolvía su rostro, pero por un segundo, juró ver otra expresión. Una mirada que no era suya. Una mujer que la miraba desde el otro lado del cristal con una mezcla de rabia y tristeza. Cerró los ojos, respiró hondo, y al abrirlos, la imagen había vuelto a la normalidad.
- “¿Quién eres?”, susurró, tocando el cristal con la punta de los dedos.
La respuesta no vino de dentro, sino de fuera. Un sonido seco. Fue un golpe, desde el pasillo. Contuvo el aliento, sentía que se estaba volviendo loca. El golpe se repitió, venía del fondo de la casa; ella no podía quedarse con la duda.
Aquel cerrojo al final del corredor que siempre parecía vibrar con una energía distinta. Olga caminó hacia allá, descalza, en silencio. La luz del pasillo parpadeó una vez y luego se estabilizó.
La puerta estaba igual que siempre. Cerrada. Pero esta vez, escuchó algo más. Un murmullo. Una voz femenina, que era baja y entrecortada. Como si cantara
Olga apoyó el oído. Era una melodía sin palabras, una melodía triste y aguda. Giró la perilla. Inmóvil. El cerrojo estaba firme. Entonces, sin saber por qué, dijo en voz baja: “Karina”. El canto se detuvo al instante. El silencio se volvió insoportable.
Retrocedió unos pasos, temblando. Se dio vuelta para regresar a su habitación y se encontró con Emma, de pie al final del pasillo, con su osito en brazos.
- “La señora del sótano sabe quién eres”, dijo la niña, con tono neutro, como cansada. Olga tragó saliva.
- “¿Qué señora, Emma?”, preguntó Olga.
- “La que llora cuando tú duermes”, respondió la pequeña.
- “¿Tú la escuchas?”, cuestionó Olga. La niña asintió lentamente, sin apartar la vista de ella.
- “¿Y tú sabes quién soy?”, cuestionó Olga.
Emma ladeó la cabeza. Parecía debatirse. Luego, simplemente dijo “No eres mi mamá. Y se fue caminando de regreso a su cuarto como si nada.
Olga se quedó sola, con ese extraño sentimiento de dolor. El silencio era ahora más denso que nunca, muchas preguntas en su cabeza, y esa extraña sensación de que todo estaba mal a su alrededor, tiene el rostro de la dueña de la casa, pero no es ella, muy irreal, muy confuso, su corazón apenas puede soportar lo que está experimentando.
Al día siguiente, recibió una nota por debajo de la puerta principal. Era un sobre blanco sin nombre. Dentro, solo una hoja doblada. En letra firme y legible, decía: “Si quieres respuestas, ven al acantilado esta noche. Sola. A las diez.”, y como firma una “D”.
Olga lo leyó una y otra vez, con el corazón acelerado, y no tenía duda de quien la escribió, parecía que esa letra la conociera de siempre y ahora estaba segura de que Daniel sabía más, Daniel tenía dudas, Daniel podía ser la clave y hallar respuestas a la enorme cantidad de preguntas en su cabeza.
Esa noche, cuando Felipe fue a dormir, ella no lo pensó dos veces. Se vistió con ropa cómoda, guardó la nota en su bolsillo, y salió de la casa como una sombra entre las sombras. El acantilado la esperaba. Y con él, una verdad que comenzaba a empujar desde el fondo de su memoria.