DESTRUYEME

...Valeria....

¿Quiere jugar con fuego? Perfecto. Voy a enseñarle lo que significa arder.

—¿Qué esperas obtener de mí? —ronroneo, arrastrando las palabras con malicia, como una gata en celo dispuesta a arañar. Lo veo tragar saliva, su máscara de indiferencia resquebrajándose por un instante. Por primera vez desde que abrió la puerta, lo he sacudido.

Le doy un empujón, obligándolo a retroceder dentro de su propia casa mientras lo sigo de cerca, como un depredador acechando a su presa.

—Parece que te gusta tenerlo todo bajo control, pero ¿qué pasa cuando alguien empieza a ver a través de esa fachada? —susurro con una sonrisa ladeada, deslizando mis manos sobre su pecho y empujándolo con lentitud, disfrutando cada paso que lo obliga a retroceder hasta el sofá.

—Nadie puede ver a través de mí. Lo que ves es lo que soy, y te sorprenderías de cuán pocas personas pueden realmente leerme —sonríe de lado, seguro de sí mismo.

Le devuelvo la sonrisa justo cuando lo empujo con fuerza, haciéndolo caer sobre el sofá sin delicadeza alguna.

—Interesante. Entonces, ¿qué pasa cuando alguien no te ve como quieres ser visto? ¿O cuando no puedes controlar todo lo que te rodea?

No le doy tiempo de responder. Me subo sobre él, sujetando su quijada con firmeza, Y lo beso con una demanda clara: no voy a dejar que tenga el control esta vez.

Sus labios responden a los míos con frenesí, como si intentara recuperar el control que le estoy arrebatando. Tal y como imaginaba, en su forma más cruda, Lucas no es más que un animal que se deja llevar por sus instintos.

—Te gusta jugar, ¿verdad? —murmura con una sonrisa ladeada—. Es entretenido verte intentar desafiarme… pero créeme, ni siquiera comprendes la mitad de este juego.

Intenta llevar las manos a mi cuello, pero las atrapo al instante, apartándolas con firmeza y devolviéndolas a su lugar sobre el sofá.

—¡Quieto, Santori! —espetó con una sonrisa afilada—. Las cosas conmigo son a otro precio- desciendo de su regazo con la misma calma con la que se desangra una presa y, en un solo movimiento, deslizo la cremallera.—Intentas ser el depredador… pero ni siquiera sabes con quién estás jugando.

Su virilidad ya despierta me da la bienvenida, lo adentro en mi cavidad hasta que llega al tope de esta. No hay delicadeza en lo que hago. Lo ejecuto de manera calculada y violenta. Mis manos recorren su torso, memorizando cada relieve de su piel. Siento cómo se estremece bajo mi tacto, cómo su respiración se vuelve errática. Intenta tomar mi cabeza, desesperado por recuperar el control, pero mi mano atrapa la suya y la somete de nuevo contra el sofá. No hoy, Santori.

Empuja con sus caderas, un intento torpe de marcar el ritmo, de no ceder, pero justo cuando está al borde del abismo, me aparto.

Lo observo mientras su pecho sube y baja con violencia, sus pupilas dilatadas, sus ojos chispeantes entre placer y furia. Lo dejé al borde, justo donde quería tenerlo. Su mandíbula se tensa, su frustración es palpable. Y yo sonrío, disfrutando el espectáculo

Camino de regreso a la puerta, sin prisa, disfrutando el momento. Me detengo justo antes de salir y le dedico una última mirada, relamiéndome el labio con diversión.

—Qué gracioso… pensé que los hombres como tú solo sabían controlar, pero al final solo sirven para suplicar.

Suelto una risilla sarcástica al ver su expresión endurecerse, su furia contenida chispeando en sus ojos.

—Quiero mi maldito dinero de vuelta, Santori. Y más te vale dármelo, porque la próxima vez no seré tan amable.

Antes de que pueda salir, su mano me atrapa con una fuerza brutal y me arrastra de vuelta. Mi espalda choca contra la pared, y su mirada, antes calculadora, ahora arde de furia contenida. Su respiración es pesada, su agarre firme. Al menos, ya logré algo más que su maldita indiferencia.

- ¿Crees que me importas lo suficiente como para que te dé algo? Eres una puta que cree que puede jugar en mi terreno, pero te vas a tragar cada palabra que has dicho si no aprendes a ser mi maldita perra obediente- mi mano se estampa con fuerza en su cachete, enrojeciendo la zona al instante, avivando mucho más su furia

-¿Eso es lo que tienes? ¿Tratas de humillarme como a una puta? Pues déjame decirte algo, Santori: no soy tu juguete ni tu perra para que me des ordenes- su boca se estrella contra la mía con una voracidad casi desesperada, como si quisiera devorarme. Su lengua invade la mía con furia, con ansias de reclamar lo que cree suyo. El calor me consume, se expande como fuego sobre gasolina, arrasando con cualquier intento de control.

Su mano intrusa se desliza dentro de mi pantalón, reclamando mi intimidad con la certeza de quien se cree dueño. Un jadeo traicionero escapa de mis labios cuando sus dedos me encuentran, implacables, expertos, moviéndose con una precisión que me empuja sin piedad hacia el abismo.

-Ya veremos quién terminará sometido y quién será el que suplique- murmura en mi oído, su aliento cálido y entrecortado golpea mi cuello, enviando escalofríos que erizan mi piel y electrizan cada fibra de mi cuerpo.

Sus dedos abandonan mi intimidad justo antes de alcanzarlo, dejándome al borde del abismo. Con manos apresuradas, pero expertas, baja mi pantalón sin delicadeza y, sin previo aviso, se adentra en mí con una brutalidad arrolladora.

Mis pies se deshacen del pantalón por completo, y me monto sobre él, hundiéndolo aún más en mi interior, alcanzando zonas tan sensibles que ni yo misma sabía que existían. Vuelve a besarme, pero esta vez le muerdo con fuerza, desgarrando su labio y arrancándole un gemido que solo lo impulsa a embestirme con más fiereza.

Mi cuerpo se estrella contra la pared una y otra vez, pero poco me importa. Mis dedos se aferran a su cabello, tirando con fuerza. No se inmuta, al contrario, parece disfrutar la rudeza tanto como yo. Y eso... eso es algo que agradezco

Mi cuerpo se tensa al mismo tiempo que el suyo, estallando juntos en una oleada de placer abrumador. El clímax nos sacude con tal intensidad que la sensación se aferra a cada fibra de mi ser, prolongándose más de lo normal.

-Eres como un juguete nuevo para mí, algo con lo que jugaré hasta cansarme y luego dejaré a un lado cuando ya no me interese- su voz ronca y profunda se mete en mi piel despertándome del letargo en el que me encuentro.

Acomodo mi ropa en su lugar pero el vuelve a sostenerme esta vez con más fuerza.

-Espero que lo hayas disfrutado, porque no volverás a tenerme aquí por mas tiempo- sonrío de lado- ¿Quién uso a quien como juguete? Al final terminaste donde te quería, Santori.

Tuerce el gesto y frunce el ceño, como si el placer aún ardiera en su piel, pero el enojo luchara por imponerse.

-¿Te molesta que te diga la verdad? ¿Quien eres, Lucas Santori? Tanto esfuerzo por ocultar tu realidad bajo esa fachada de dominio. ¿Crees que no se leer entre líneas y ver a través de todo eso?- sonrío de lado al ver que aprieta más su agarre en mis hombros- ¿Sorprendido? Tienes marcas en el cuerpo. ¿Quien te golpeaba? ¿Papi o talvez era mamá que no soportaba tener un hijo inútil?

-¿Crees que puedes ver a través de mí?- su mandibula se aprieta con fuerza- No eres la primera, y no serás la última. Pero te equivocas si crees que eres especial. Como todos los demás, solo serás un pasatiempo, algo que usaré y luego desecharé cuando me canse.

Su boca devora la mía con hambre feroz mientras me empuja hacia su habitación, sin rastro de delicadeza, solo necesidad cruda. Sus manos se deslizan bajo mi blusa, atrapando mis pezones entre sus dedos y arrancándome un gemido ahogado que él devora sin piedad.

Me deja caer en el colchón y se sube sobre mí con una voracidad implacable. Sus manos desabrochan mi pantalón con prisa hasta hacerlo desaparecer en el suelo. Su boca se adentra entre mis piernas, arrancándome un grito ahogado de placer. Justo cuando estoy al borde, me invade de nuevo con una brutalidad que me roba el aliento. Sus embestidas son certeras, fuertes, salvajes. El cabecero de hierro golpea la pared con un ritmo insistente, pero un sonido metálico distinto corta a través del frenesí. Mi mirada se desliza al costado de la cama… grilletes abiertos cuelgan del cabecero, una advertencia muda que enciende una alarma en mi interior.

Este malnacido juega sucio. Una chispa de desafío se enciende en mí mientras lo empujo y me coloco encima, atrapando sus manos sobre su cabeza con la mía. Lo beso con una fiereza calculada, fingiendo que es solo parte del juego. Me muevo sobre él con desenfreno, dándole justo lo que quiere, lo que necesita, mientras mi mano libre se desliza lentamente hacia el metal frío. Está demasiado perdido en su propia lujuria para notar lo que realmente estoy haciendo.

Acelero mis movimientos, sintiendo cómo su cuerpo se tensa bajo el mío. Está al borde, igual que yo. Abro la boca y muerdo su pecho con fuerza, arrancándole un gruñido ronco que resuena en la habitación. Su liberacion lo sacude y yo lo sigo de cerca, dejándome arrastrar por el éxtasis. En ese instante, mi mano se mueve con precisión, rápida y certera. El chasquido metálico resuena antes de que él pueda reaccionar. La esposa se cierra alrededor de su muñeca, asegurándolo al extremo de la cama.

El sonido del metal lo arranca de su nube de placer, haciéndolo tensarse bajo mi cuerpo.

Su mirada oscura se clava en mí, ardiente de furia y frustración.

—¿Crees que esto te hace ganar? —su voz es un gruñido, ronco y afilado—. Estás equivocada. Cuando me suelte, te vas a arrepentir cada maldito segundo de lo que has hecho.

Su amenaza me arranca una risa baja y burlona. Me inclino sobre él, dejando que mis labios rocen los suyos sin besarlo.

—Oh, Santori… —susurro

Me deslizo fuera de su cuerpo con calma, como si no tuviera ninguna prisa. Antes de apartarme por completo, dejo un pequeño beso en sus labios, suave, casi inocente.

Veo la confusión cruzar su rostro por un breve instante, una grieta en su máscara de ira. No se esperaba nada de esto. Y eso lo frustra aún más.

-No eres especial, Lucas- le digo acomodando el pantalon en su sitio- Todos los hombres son animales cuando se trata de follar. El placer les nubla la inteligencia.

Camino lentamente por la habitación, sintiendo su mirada arder en mi espalda. No me importa. Abro cajones, reviso estanterías, deslizo los dedos por cada superficie buscando algo que valga la pena. Me quitó algo que era mío y lo cobraré con intereses.

-Supongo que no te molestará que tome este bolso- digo agarrando una mochila que luce bastante costosa.

Arrojo en ella todo lo de valor que encuentro: relojes, anillos, adornos de oro. Cada objeto cae con un sonido metálico y satisfactorio.

-Eres una maldito ostentoso- le digo mostrándole un zapato pequeño de oro que parece tener años guardado en su closet.

Él tuerce el gesto, como si ese objeto valiera más de lo que aparenta.

-Róbame lo que quieras, pero recuerda algo... tarde o temprano, todo lo que tomes de mí, lo pagarás el doble.- su amenaza queda en el aire.

-No es un robo. Solo tomo lo que me pertenece. No quisiste dármelo a la buena, voy a obtenerlo a la mala- lo miro desde la puerta- ¿Creíste que la follada de hace un rato fue casualidad o debilidad de mi parte? Pues no. Solo era una excusa para meterme en tu casa. Agradezco no haber tenido que noquearte. Sería demasiado esfuerzo y no lo vales.

Salgo de su habitación pero antes de que me aleje lo sufiente puedo escuchar su voz iracunda.

-¡Juega todo lo que quieras, perra, pero recuerda esto: los juguetes se rompen. Y cuando te alcance, me aseguraré de que no sirvas para nada más!

Suelto una carcajada y termino de recoger todo lo que encuentro de valor. Una puerta al fondo de la habitación capta mi atención, pero cuando intento abrirla, está cerrada con llave. No tengo tiempo para averiguar qué esconde. El sonido del metal golpeando con furia me alerta: no tardará en soltarse. Aprieto los objetos contra mi pecho y salgo a toda prisa, rogando que sea suficiente para cubrir el cheque. Mamá lo necesita.

-¡VALERIAAAA!

Es lo último que escucho antes de cerrar la puerta del todo.