Hiroshi es un adolescente solitario y reservado que ha aprendido a soportar las constantes acusaciones y burlas de sus compañeros en la escuela. Nunca se defiende ni se enfrenta a ellos; prefiere pasar desapercibido, convencido de que las cosas nunca cambiarán. Su vida se vuelve extraña cuando llega a la escuela una nueva estudiante, Sayuri, una chica de mirada fría y aspecto aterrador que incomoda a todos con su presencia sombría y extraña actitud. Sayuri parece no temer a nada ni a nadie, y sus intereses peculiares y personalidad intimidante la convierten en el blanco de rumores.
Contra todo pronóstico, Sayuri comienza a acercarse a Hiroshi, lo observa como si supiera más de él que nadie, y sin que él se dé cuenta, empieza hacer justicias.
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La nueva ingresada- Retractado
Llegué temprano a clases, buscando inconscientemente a la chica nueva, Sayuri. Pero pasaron las horas y ella no apareció en todo el día. Traté de concentrarme en lo que decía el profesor, en las voces de mis compañeros, pero mi mente volvía siempre al mismo punto. ¿Por qué no había venido hoy? A pesar de lo inquietante que era su presencia, no podía evitar sentir que algo faltaba. Sin embargo, intenté ignorar el pensamiento y terminé el día como siempre, reuniendo mis cosas en el aula vacía.
Salí junto a todos, pensando en lo que nos esperaba esa tarde. Toda la clase había decidido ir como grupo al funeral de los chicos, como una muestra de condolencia, un acto que muchos verían más como una formalidad. Yo me sentía extraño al respecto; había algo en la idea de despedirlos que me provocaba una mezcla de alivio y malestar, una sensación confusa y difícil de procesar.
Justo cuando iba a cruzar la puerta de la escuela, alguien me tomó del brazo con tanta fuerza que perdí el equilibrio y caí bruscamente hacia atrás, de vuelta al pasillo vacío. Mi corazón dio un vuelco al darme cuenta de que no quedaba nadie más en el edificio; los demás ya habían salido.
El aire parecía más pesado, y entonces, sentí una presencia detrás de mí. Me giré lentamente y ahí estaba ella. Sayuri. Su expresión era diferente, algo más… intensa. Su mirada fría tenía un toque de molestia, o quizás algo más oscuro que no podía definir. Me observaba con fijeza, y su cercanía me hizo estremecer.
—Retracta lo que pensaste —dijo, con voz baja pero clara.
La frase me dejó en blanco. No entendía a qué se refería.
—¿De… de qué estás hablando? —pregunté, tratando de sonar firme, aunque el temblor en mi voz me traicionaba.
Sayuri dio un paso más hacia mí, sin desviar su mirada penetrante.
—Lo sabes, Hiroshi. Esa pena que sentiste al pensar que no volverías a verlos. Retráctalo —repitió, sin cambiar su tono, pero con una intensidad que me hizo sentir como si me estuviera examinando el alma.
La sensación de que ella podía leer mis pensamientos me erizó la piel. Tragué saliva, tratando de entender cómo podía saber lo que había pasado por mi mente, aquello que ni siquiera había dicho en voz alta. Pero… ella estaba en lo cierto. Había sentido pena, al saber que ya no están a pesar de lo que me hicieron. Era algo que no quería admitir, ni siquiera a mí mismo.
—No… no sé de qué hablas —intenté negar, apartando la mirada.
Ella suspiró, como si mi respuesta la decepcionara.
—No puedes mentirme. No a mí —dijo, con una seguridad que me hizo sentir vulnerable.
—No quería que… que les pasara eso —dije, tratando de convencerla, y quizás convencerme a mí mismo. Pero Sayuri seguía observándome, como si mis palabras no importaran en absoluto.
Su mirada se tornó un poco más suave, pero no menos inquietante. Era como si estuviera evaluándome, juzgándome sin necesidad de decir nada.
—Ellos tuvieron su castigo, Hiroshi. Pero la satisfacción es algo peligroso si luego te retractas. Tu quisiste que murieran, ahora no trates de cambiarlo porque ellos vendrán por ti. —susurró.—. No dejes que te consuma la pena, o te perderás a ti mismo.
La frialdad en su tono me hizo estremecer. Sayuri se dio la vuelta, caminando hacia la puerta de salida, sin mirar atrás.
Me quedé ahí, sintiendo el eco de sus palabras. Había algo en ellas que me hacía sentir atrapado, como si Sayuri supiera mucho más de lo que parecía.
No podía quitarme de la cabeza las palabras de Sayuri: "Ellos tuvieron su castigo. No dejes que te consuma la pena…" Me parecía tan extraño, tan fuera de lugar. ¿Quién era ella realmente? ¿Cómo podía saber tanto sobre lo que yo sentía? Esas preguntas me retumbaban en la mente mientras intentaba irme, pero me detuve en seco.
Giré hacia ella, tomé aire y decidí enfrentar mis dudas.
—¿Quién… quién vendrá por mí?¿Y como sabias que quería que ellos desparecieran? —le pregunté, tratando de sonar calmado, aunque por dentro mi corazón latía como loco. Mi voz resonó en el pasillo vacío, y ella me miró, inmóvil, como si no estuviera segura de querer responder.
Al final, no me contestó esa pregunta. Pero tras un momento de silencio, esbozó una media sonrisa y me lanzó una mirada cargada de un extraño desafío.
—Así que… querías que esos chicos murieran, ¿eh? —preguntó en un tono que no era ni acusador ni comprensivo, sino frío, casi analítico.
Sentí que mis manos temblaban. Su mirada me perforaba, y no tenía idea de cómo responder. Cualquier intento de negar lo que había pasado por mi mente se me antojaba inútil.
Entonces, de repente, vi algo que me hizo retroceder instintivamente. Con un movimiento que parecía irreal, Sayuri extendió las manos, y de cada una de ellas surgió una espada oscura, afilada y vibrante. No parecía un truco, ni tampoco una ilusión; las espadas estaban ahí, en sus manos, como si hubieran surgido directamente de la nada. Alrededor de su cuerpo, una sombra oscura comenzaba a retorcerse y deslizarse, extendiéndose como un humo negro y denso.
No sabía si estaba viendo mal o si estaba alucinando, pero el miedo me paralizó. Sentía como si el aire se espesara, y la sombra que rodeaba a Sayuri parecía tener vida propia, susurrando en un idioma incomprensible.
—¿Por qué anoche pensaste que no querías que murieran? —murmuró ella, con un tono en el que se mezclaban la advertencia y el desprecio. Su voz apenas era audible, como si hablara desde una gran distancia—. Ya lo pensaste. Quisiste que desaparecieran y ahora quieres que vuelvan. Ellos vienen por ti.
Mi mente era un caos. Nada tenía sentido. Sentía el impulso de escapar, de correr tan lejos como pudiera. Pero mi cuerpo no respondía. Solo podía mirarla, sintiendo que me ahogaba en el ambiente oscuro que había creado a su alrededor.
—¿Qué… qué significa eso? ¿Quiénes vienen por mí? —logré preguntar con un hilo de voz, esperando que, de algún modo, ella me diera una respuesta que pudiera comprender.
Sayuri me lanzó una mirada de absoluto desinterés, como si mi destino no fuera más que una molestia que le daba igual.
—Ellos vendrán, porque la sombra de la muerte nunca deja a quienes se retractan de sus deseos. Y yo… —Hizo una pausa, y su voz bajó a un susurro—. Yo no tengo la intención de meterme en esto.
Dicho eso, guardó las espadas como si fueran extensiones de su propia sombra, y el humo negro a su alrededor comenzó a disiparse, dejando una calma perturbadora en su lugar. Su mirada volvió a ser la de siempre: distante y fría, pero esta vez cargada de un aura imponente.
Sin decir más, Sayuri se dio media vuelta y comenzó a alejarse, dejándome solo en el pasillo vacío, lleno de preguntas y sin una sola respuesta clara.
Me quedé ahí, sintiendo que cada sombra en el pasillo podía cobrar vida en cualquier momento. Algo se había desatado, algo que no comprendía del todo, pero que parecía estar más cerca de mí de lo que hubiera querido.