— ¡Suéltame, me lastimas! —gritó Zaira mientras Marck la arrastraba hacia la casa que alguna vez fue de su familia.
— ¡Ibas a foll*rtelo! —rugió con rabia descontrolada, su voz temblando de celos—. ¡Estabas a punto de acostarte con ese imbécil cuando eres mi esposa! — Su agarre en el brazo de Zaira se hizo más fuerte.
— ¿Por qué no me dejas en paz? —gritó, sus palabras cargadas de rabia y dolor—. ¡Quiero el divorcio! Ya te vengaste de mi padre por todo el daño que le hizo a tu familia. Te quedaste con todos sus bienes, lo conseguiste todo... ¡Ahora déjame en paz! No entiendes que te odio por todo lo que nos hiciste. ¡Te detesto! —Las lágrimas brotaban de sus ojos mientras su pecho se llenaba de impotencia.
Las palabras de Zaira hirieron a Marck. Su miedo más profundo se hacía realidad: ella quería dejarlo, y eso lo aterraba. Con manos temblorosas, la atrajo bruscamente y la besó con desesperación.
— Aunque me odies —murmuró, con una voz rota y peligrosa—, siempre serás mía.
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Capitulo 4: El pagará todo lo que hizo. 2
ABEL
Toqué la puerta y en cuestión de segundos, un adolescente de unos 14 o 15 años me abrió. Su cabello negro y lacio caía desordenado sobre su frente, y esos ojos azules... como los de mi hermana pero el parecido con Octavio era evidente. Era como si estuviera mirando una versión más joven de Octavio. El parecido era tan fuerte que me dejó momentáneamente sin palabras.
—Hola, me imagino que tú eres Marck —dije en inglés, sin pensar. La confusión en su rostro me indicó que no me había entendido.
Sacudí la cabeza y traté de hablar en español, aunque sabía que mi pronunciación no era la mejor.
—Hola, me imagino que tú eres Marck… soy Abel.
Marck me miró con el ceño ligeramente fruncido, como si tratara de procesar lo que acababa de decir. Abrió la boca para responderme, pero en ese momento una voz débil pero conocida resonó desde el fondo del pequeño departamento.
—Marck… ¿quién es?
Era Clara. Mi corazón dio un vuelco al escucharla. Me asomé detrás de Marck y ahí estaba ella, parada con esfuerzo, apoyada contra el marco de una puerta. Su rostro, antes tan vibrante y lleno de vida, estaba ahora pálido, sus ojos hundidos, mostrando un cansancio que nunca había visto en ella. Mi hermana, siempre tan fuerte, se veía tan frágil. Marck rápidamente se acercó a ella.
—Mamá, ¿qué haces levantada? —le dijo suavemente, como si temiera que el simple hecho de que estuviera de pie pudiera dañarla.
Clara me miró entonces, y sus ojos, esos ojos que compartíamos, se llenaron de lágrimas. Caminé hacia ella sin pensarlo dos veces, y en un instante la envolví en un fuerte abrazo. La sentí tan delgada entre mis brazos, como si pudiera romperse. No pude evitar que un nudo se formara en mi garganta.
—Abel… —susurró, su voz quebrándose—. Gracias por venir. — respondió en inglés
—Claro que sí, Clara. Lo siento tanto, nunca debí dejar que llegaras a este punto —le respondí, apretándola más fuerte, como si pudiera compensar todos los años que había estado ausente. Me separé ligeramente y miré a Marck, quien nos observaba en silencio, claramente sintiéndose un poco fuera de lugar.
Clara lo notó también y le puso una mano en el brazo.
—Hijo, ¿puedes dejarnos un momento?. — respondio en español mientras miraba a su hijo.
Marck asintió, aunque se veía reacio a dejarnos. Era obvio que no quería alejarse de su madre, pero después de un momento de vacilación, salió del departamento, dándonos un poco de privacidad.
Una vez que Marck estuvo fuera, Clara se desplomó en unos de los colchones que estaban en la sala, respirando con dificultad. Me senté a su lado, notando cada rincón del departamento: pequeño, oscuro, con pocos muebles y un aire de abandono. No podía creer que mi hermana hubiera vivido aquí durante todo este tiempo.
—No sé por dónde empezar… —dijo ella, su voz apenas un susurro.
—Dímelo todo, Clara. Necesito saberlo —le pedí, tratando de mantener la calma a pesar del dolor que sentía al verla así.
Clara tomó aire antes de continuar, con una tos áspera que resonaba en la pequeña habitación. Sacó un pañuelo del bolsillo y lo llevó a su boca para cubrirse, y aunque intentó disimular, noté una ligera mancha rojiza en el blanco del pañuelo. Mi hermana estaba mucho peor de lo que imaginaba.
—Cuando me escapé de casa con Octavio, vinimos aquí, a Argentina —comenzó, su voz débil pero determinada—. Él siempre me decía que en Argentina tenía un amigo con el que planeaba iniciar un negocio. Así fue como todo comenzó. Empezamos con un pequeño local, solo unos cuantos trabajadores. La fábrica se llamaba Velours Atelier.
Escuchaba atentamente mientras hablaba, imaginando a Clara y Octavio, jóvenes y llenos de sueños en un país que no conocían.
—Con el tiempo, la fábrica empezó a crecer. Cada vez más, Abel —continuó, tosiendo nuevamente mientras se limpiaba los labios con el pañuelo—. Octavio solo quería demostrarte a ti y a papá que era el hombre indicado para mí. Pero cuando nació Marck, todo cambió. Ya no se trataba de demostrarle nada a nadie. Lo hacía por nuestro hijo, por su futuro.
Clara hizo una pausa, sus ojos se oscurecieron al recordar lo que vino después. El brillo de los recuerdos felices se apagaba al pensar en la traición que había seguido.
—El amigo con el que trabajaba… lo traicionó —dijo, apretando los dientes—. Ese hombre… —empezó, sus ojos fijos en el suelo— le dijo a Octavio que quería modernizar la fábrica, que estaban atrasados en cuanto a tecnología. Lo convenció de que era la única manera de competir en el mercado actual. También le dijo que había un banco dispuesto a concederles un préstamo a bajo interés, específicamente diseñado para la modernización de fábricas.
Sentí cómo se me tensaban los músculos mientras la escuchaba. Octavio había caído en una trampa.
—Octavio aceptó, confiando en él. Ese maldito le presentó los documentos necesarios, alegando que solo necesitaba su firma para proceder. Lo que Octavio no sabía… —Clara se detuvo, tragando saliva antes de continuar— era que esos papeles contenían una cláusula específica. Esa cláusula lo convertía en el único responsable legal si la empresa no podía devolver el préstamo. La deuda, de millones, recaería exclusivamente sobre él.
Mi corazón se aceleró. Sentí un profundo respeto por Octavio en ese momento, a pesar de nuestras diferencias pasadas. Había sido engañado de la peor manera.
—A Octavio lo llamaron del banco —Clara continuó, su voz rota por la emoción y la enfermedad—. Y fue entonces cuando se dio cuenta de la traición. Ese infeliz lo había arruinado. Lo había dejado solo frente a una deuda que nunca podría pagar. Él estaba bajo una presión inmensa, Abel… no soportó más.
Clara tosió violentamente, cubriéndose con el pañuelo que sostenía en su mano. Vi una nueva mancha de sangre en él, pero ella no dejó de hablar.
—Murió poco después. Y después de que él murió, no solo nos quitaron la fábrica. Perdimos todo, Abel. Perdimos nuestra primera casa… Un casa que parecía un palacio. la finca… todo. Ese infeliz nos arruinó por completo.
La voz de Clara se quebró al final, las lágrimas corrían por sus mejillas. Me quedé ahí, atónito, procesando la magnitud de la traición y la tragedia. Mi hermana, que alguna vez había tenido una vida llena de promesas, ahora estaba frente a mí, destruida. Octavio, aunque nunca me llevé bien con él, había hecho todo lo posible por ella, solo para ser traicionado de la manera más cruel.
No pude evitarlo; mis propios ojos se llenaron de lágrimas. Me acerqué a Clara y la envolví en un abrazo, sintiendo su fragilidad entre mis brazos.
—Lo siento tanto, Clara… —murmuré—. No puedo imaginar lo que han pasado. Pero te prometo que esto no va a quedar así. No permitiré que sigan viviendo en esta miseria. Vamos a salir de aquí, lo juro.
Ella asintió lentamente, su rostro aún empapado en lágrimas. Yo también estaba decidido, más que nunca, a sacar a mi hermana y a mi sobrino de ese infierno.
................... ...
Después de dejar a Clara descansando, salí del departamento. Necesitaba aire, y al fondo del edificio había un pequeño parque, viejo y descuidado. Al verlo, me detuve un momento, notando lo deteriorado que estaba: los columpios oxidados, el césped seco y el pavimento agrietado. Sentado en uno de los columpios, Marck miraba al vacío. No pude evitar sentir una punzada en el corazón al verlo tan joven y, a la vez, tan endurecido por la vida.
Me acerqué lentamente y me senté en el columpio de al lado, mirando en la misma dirección que él, sin decir nada. Dejamos que el silencio flotara entre nosotros por unos minutos, hasta que finalmente Marck rompió el silencio.
—Así que tú eres mi tío... Mamá nunca habló de ti —dijo, con una mezcla de curiosidad y desconfianza en su voz.
Intenté responder en español lo mejor que pude, consciente de mi acento torpe.
—Estábamos distanciados —respondí—. Pasaron muchas cosas entre nosotros.
Marck me miró de reojo, aún sin mucha expresión en su rostro.
—¿De dónde eres? —preguntó.
—Soy americano. Tu mamá y yo nacimos en Texas.
Marck asintió lentamente, volviendo a perderse en sus pensamientos. El silencio volvió a instalarse entre nosotros, pesado pero no incómodo. Ambos teníamos mucho en qué pensar, aunque nuestras vidas hubieran tomado caminos tan distintos.
Finalmente, rompí el silencio otra vez.
—Tu mamá... me contó lo que pasó.
Marck apretó los puños. Pude notar el resentimiento en su mirada, ese fuego de odio que lo había mantenido en pie.
—Ese maldito nos arruinó la vida. Mientras nosotros vivimos aquí, pasando hambre... él está en Italia, disfrutando de su vida de lujo y fama —dijo con un tono amargo.
Lo miré, y sentí la necesidad de hacer algo más que escuchar. No podía cambiar lo que les había pasado, pero sí podía ofrecerle una salida.
—El pagará todo lo que hizo. Tú mismo te encargarás de hacerle pagar por todo el daño que le hizo a tu mamá y a tu papá —le dije con determinación, captando su atención. —Pero para eso, tienes que prepararte. Yo te ayudaré
Marck levantó la cabeza y me miró directamente a los ojos. Había algo en su mirada, una mezcla de incredulidad y esperanza.
—¿En serio? —preguntó, su voz cargada de escepticismo, pero con una chispa de deseo.
—Por supuesto que sí —le respondí sin dudar—. Él tiene que pagar por lo que hizo. Pero primero, tenemos que cuidar a tu mamá. Toma tus cosas y las de ella. Nos vamos a un hotel, y mañana la llevaremos a un médico para que vean qué tiene. Dependiendo de cómo esté, nos iremos a los Estados Unidos para que puedas empezar tus estudios.
Marck asintió, esta vez con más convicción. Sabía que estaba procesando todo, pero también vi que algo dentro de él había cambiado. Tal vez por primera vez en mucho tiempo, sentía que había una salida, un propósito más allá del simple acto de sobrevivir.
—Está bien... —dijo finalmente, levantándose del columpio—. Voy a empacar.
Lo observé mientras caminaba de regreso al departamento. Había algo en ese chico, algo que me recordaba a Clara, pero también a Octavio. Era fuerte, decidido, y ahora que tenía un objetivo, sabía que nada lo detendría. Solo esperaba que no se consumiera en el odio que llevaba dentro.