En el frío norte de Suecia, Valentina Volkova, una joven rusa de 16 años con ojos de hielo y cabello dorado, se ve obligada a casarse con su padrastro, Bill Lindström, un hombre sueco de 36 años. Marcados por un pasado lleno de secretos y un presente lleno de tensiones, ambos deberán navegar entre el deber, el resentimiento y una conexión que desafía las normas. En un matrimonio tan improbable como inevitable, ¿podrá el amor surgir de las cenizas de la obligación?
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XVI. Klippta vingar (Alas cortadas)
Valentina había pasado los últimos días sumida en la desesperación, buscando una salida a lo que sentía como una trampa inevitable. Había intentado sobornar a uno de los guardias con las pocas joyas que le quedaban, pero el hombre, fiel a Bill, había rechazado su oferta con una mezcla de vergüenza y firmeza. También había tratado de deslizarse fuera de la mansión a través de una puerta de servicio durante la madrugada, pero las cámaras de seguridad detectaron su movimiento, y uno de los guardias la interceptó antes de que pudiera llegar más lejos. Cada intento terminaba igual: con Bill llamándola a su despacho, mirándola con una mezcla de frustración y algo que parecía casi diversión.
—Eres persistente, eso lo admito —le dijo una vez, apoyado en su escritorio con los brazos cruzados—. Pero no puedes huir, Valentina. No hay lugar al que puedas ir donde yo no te encuentre.
Esa frase resonaba en su cabeza constantemente, alimentando su sensación de impotencia. Sus intentos de escapar habían cesado por completo después de que Bill aumentara la seguridad alrededor de la mansión, añadiendo más cámaras y guardias que patrullaban incluso las áreas más remotas de la propiedad.
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El día que tanto temía finalmente llegó. Desde temprano por la mañana, el personal de la mansión estaba en movimiento, preparando todo para la llegada de los sastres. Bill había contratado a los mejores del país, especialistas en trajes de alta costura. Aunque no lo admitía abiertamente, Valentina sabía que él quería que esta boda fuera perfecta, no importaba el costo.
Valentina estaba sentada en su habitación, mirando por la ventana con el corazón pesado. Sabía que no tenía opción, pero aún así, su espíritu rebelde luchaba contra la resignación.
Un suave golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos. Antes de que pudiera responder, una de las asistentes de Bill entró con una sonrisa nerviosa.
—Señorita Valentina, los sastres han llegado. El señor Lindström pidió que los reciba en el salón principal.
Valentina se levantó con dificultad, sintiendo que cada paso hacia el salón era como caminar hacia el cadalso. Al llegar, encontró a Bill esperándola, impecablemente vestido, con una expresión de orgullo y determinación.
—Aquí estás —dijo, inclinando la cabeza ligeramente—. Vamos, es hora de comenzar.
Sentadas en un elegante sofá estaban las tres mujeres que Bill había contratado exclusivamente para diseñar el vestido de Valentina. Eran sofisticadas, con una elegancia natural que reflejaba su experiencia en la alta costura. Se presentaron una por una: Astrid, la diseñadora principal, era una mujer de mediana edad con cabello oscuro y ojos penetrantes, le recordaba a su abuela antes de caer enferma. Ingrid, la encargada de los detalles, era más joven, con una sonrisa cálida, le recordaba a su madre en nombre y algo de personalidad, claro, antes de dejarla en las garras de su padrastro. Y finalmente, Sigrid, una experta en telas y bordados, cuya pasión por su trabajo se reflejaba en cada palabra que decía, demasiado parecida a la madre de Bill en su pasión por el trabajo, le provocaba leves escalofríos simplemente verla.
Astrid fue la primera en hablar.
—Señorita Valentina, hemos trabajado en varios diseños preliminares basados en las indicaciones del señor Lindström, pero queremos asegurarnos de que se sienta cómoda y hermosa en su gran día.
Valentina apretó los puños, luchando por mantener una expresión neutral. No respondió, pero las mujeres continuaron como si no hubieran notado su resistencia.
Ingrid desplegó un portafolio sobre la mesa y comenzó a mostrar los bocetos.
—Hemos optado por un estilo clásico y elegante, algo que destaque su figura sin ser excesivamente llamativo.
El primer diseño era un vestido de línea A con encaje delicado en las mangas y un escote en forma de corazón. El segundo era similar, pero con una cola ligeramente más larga y detalles de bordado floral en el corsé.
—Este último está inspirado en los vestidos reales, pero con un toque más moderno —explicó Sigrid, señalando un diseño que tenía una falda de tul suave y detalles brillantes en la cintura.
El vestido le recordaba al que había usado Kate Middleton en su boda, pero con menos volumen y un aire más minimalista. Valentina no pudo evitar pensar en lo irónico que era que estuvieran planeando un evento tan fastuoso para un matrimonio que no deseaba.
—¿Qué opinas? —preguntó Astrid, mirándola con interés.
Valentina levantó la vista y miró a Bill, quien la observaba con una mezcla de expectación y algo más que no podía identificar.
—Todos son... bonitos —dijo finalmente, su voz apenas un susurro.
Astrid asintió, como si hubiera esperado una respuesta vaga.
—Perfecto. Tomaremos tus medidas y ajustaremos los diseños en base a tus preferencias. Queremos que este vestido sea único, como tú.
Ingrid y Sigrid comenzaron a preparar las herramientas necesarias para tomar las medidas, mientras Astrid continuaba explicando los detalles del proceso. Valentina sentía como si estuviera atrapada en un sueño del que no podía despertar, cada palabra y cada acción la acercaban más al día que tanto temía.
Cuando finalmente terminaron, las tres mujeres se despidieron con cortesía, prometiendo enviar las primeras pruebas del vestido en unas semanas. Bill las acompañó hasta la puerta, agradeciéndoles su profesionalismo antes de regresar al salón donde Valentina seguía sentada, inmóvil.
—¿Qué te pareció? —preguntó, rompiendo el silencio.
Valentina levantó la vista, sus ojos llenos de una mezcla de desafío y desesperación.
—¿De verdad te importa lo que pienso? —dijo, su voz temblando ligeramente.
Bill la miró por un momento antes de responder.
—Sí, me importa. Más de lo que crees.
Ella no respondió, girándose hacia la ventana mientras su mente seguía buscando una forma de salir de este desastre.
y de paso es una maquiavélica...no, no, no aburre