En un mundo donde las jerarquías de alfas, omegas y betas determinan el destino de cada individuo, Hwan, un omega atrapado en un torbellino de enfermedad y sufrimiento, se enfrenta a la dura realidad de su existencia. Tras un diagnóstico devastador, su vida se convierte en una lucha constante por sobrevivir mientras su esposo, Sung-min, y su hija, Soo-min, enfrentan el dolor y la incertidumbre que su condición acarrea.
A medida que los años avanzan, Hwan cae en un profundo coma, dejando a su familia en un limbo de angustia. A pesar de los desafíos, Sung-min no se rinde, buscando incansablemente nuevas esperanzas y tratamientos en el extranjero. Sin embargo, la vida tiene planes oscuros, y la familia deberá enfrentar pérdidas irreparables que pondrán a prueba el amor que se tienen.
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Encuentros nocturnos
La noche parecía ser eterna, una oscura manta que ahogaba mis pensamientos y emociones.
Mi soledad me estaba consumiendo, y caí en un sueño profundo, atrapado en un ciclo de recuerdos olvidados.
-Cada imagen era un eco distante de un tiempo que no quería recordar-
De repente, llegó un mensaje de mis padres:
"Feliz cumpleaños, amado hijo. Llegaremos el fin de semana para festejarlo".
Otra vez, fui salvado.
Desperté de aquel sueño que parecía no tener fin, me levanté con el corazón agitado y la mente inquieta por todo lo que había recordado.
El mismo día de mi nacimiento, mis crueles padres fallecieron.
Ese mismo día me diagnosticaron. "Mi cumpleaños no es fecha de celebración", repetían a voces mis pensamientos intrusivos.
Antes de que estos pudieran ganar, tomé mis medicamentos para estar en calma una vez más.
Aun así, la alegría no llegaba.
Me tiré a un costado de mi cama, esperando que el dolor dejara de existir.
Antes de darme cuenta, ya eran las 5 p.m.
No había desayunado.
Me encontraba en un pueblo olvidado por el tiempo, donde no había lugares elegantes o servicio de comida aceptable a domicilio.
La cabaña que visité de niño seguía intacta, como si el tiempo en este pueblo no hubiese transcurrido. Todo me traía viejos recuerdos, pero el olor intenso a mandarina parecía darme consuelo.
Me recordaba a aquel niño que fue mi primer lugar seguro y a mis padres sustitutos.
Salí a caminar, buscando escapar de mis pensamientos.
Empecé a beber, cada trago hacía que mi cuerpo se adormeciera, prometiéndome que con la siguiente copa el dolor dejaría de existir. La botella fría contra mis labios y el ardor del licor en mi garganta eran los únicos estímulos que parecían reales.
Cansado, caminé por el sendero que llevaba a la casa de campo de la Familia Lee.
¿Por qué?
Tal vez mi alma los extrañaba, o tal vez no podía dejar de sentir culpa por su ausencia, ya que, debido a mi existencia habìan perdido la vida....
Mientras más caminaba, más pesado se sentía mi cuerpo, como si el aire mismo intentara detenerme.
De repente, en la penumbra, vi el cabello rojizo parecido al de mi padre destacando en la oscuridad.
Sin pensarlo, me acerqué, y antes de darme cuenta, ya había caído rendido al suelo.
El frío de la noche se filtraba a través de mi ropa, la humedad del suelo se aferraba a mi piel.
Pero el dolor, el dolor persistía, un recordatorio constante de que, aunque el tiempo pase, las heridas del alma no cicatrizan fácilmente.
Aunque me avergonzaba, sabía que estaba mostrando un lado patético de mi ser, un lado que jamás mostraría. La vulnerabilidad en mi existencia no estaba permitida.
Sentía la presión de mantener una fachada fuerte e invulnerable.
Antes de caer en un sueño profundo, el olor intenso de mandarinas me abrazaba.
Era un aroma dulce y cítrico que me envolvía, recordándome tiempos más simples.
Sentía como si me sostuviera fuertemente, como si esas mandarinas fueran un manto que me protegía del frío y la humedad que se filtraban por mis ropas mojadas.
Mientras mi consciencia se desvanecía, tenía la sensación de estar siendo transportado.
Sin embargo, no sentí miedo.
No hubo temor. Solo había una paz extraña, una tranquilidad que deseaba que este momento perdurara.
Mi cuerpo se entregaba al cansancio, mis pensamientos se disolvían en la fragancia familiar.
Era un instante efímero de consuelo, un breve respiro en medio de la tormenta de mis emociones.
Quizás, en ese olor a mandarinas, encontré un fragmento de esperanza, una pequeña chispa de lo que alguna vez fue mi vida antes de que todo se desmoronara.
me encanta la escritura....
ánimo 😁