El poderoso sultán Selin, conocido por su destreza en el campo de batalla y su irresistible encanto con las mujeres, ha vivido rodeado de lujo y tentaciones. Pero cuando su hermana, Derya, emperatriz de Escocia, lo convoca a su reino, su vida da un giro inesperado. Allí, Selin se reencuentra con su sobrina Safiye, una joven inocente e inexperta en los asuntos del corazón, quien le pide consejo sobre un pretendiente.
Lo que comienza como una inocente solicitud de ayuda, pronto se convierte en una peligrosa atracción. Mientras Selin lucha por contener sus propios deseos, Safiye se siente cada vez más intrigada por su tío, ignorando las emociones que está despertando en él. A medida que los dos se ven envueltos en un juego de miradas y silencios, el sultán descubrirá que las tentaciones más difíciles de resistir no siempre vienen de fuera, sino del propio corazón.
¿Podrá Selin proteger a Safiye de sus propios sentimientos?
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Primera lección: parte 1
El aire del palacio estaba impregnado de una calma que no era usual en estos tiempos. Quizás porque Henry, el protector padre de Safiye, se encontraba lejos en alguna excursión por tierras que no comprendía del todo. Sabía que aquella distancia me brindaba un pequeño respiro, una tregua en esta peculiar tarea que me había encomendado Safiye, mi sobrina.
No pude evitar pensar en lo absurda que era la situación. ¿Yo, un sultán de renombre, un hombre dedicado a la guerra y las intrigas políticas, aquí, enseñando a una joven cómo seducir a un caballero? La simple idea de que Derya o cualquier otro lo descubriera me causaba un leve escalofrío. Pero Safiye había sido clara en su petición, y si algo había aprendido en todos mis años de servicio, era que no se le niega nada a alguien con tanta determinación. Así que, como hombre de palabra, me vi obligado a cumplir.
Caminé hacia el salón donde habíamos acordado encontrarnos, mis pasos resonaban en los pasillos de mármol, y los criados del palacio se apresuraban a retirarse o a disimular cualquier actividad, conscientes de que debía concentrarme en mi cometido. La decoración del palacio, como siempre, era un reflejo de su grandeza: tapices de hilos dorados colgaban de las paredes, y las cortinas de terciopelo rojizo se balanceaban suavemente con el viento que entraba por las ventanas. A pesar de todo, el ambiente en el palacio siempre me había parecido más asfixiante que acogedor.
Al entrar al salón, allí estaba ella. Safiye. Vestía unos pantalones ajustados que en cualquier otro contexto habrían sido inapropiados, pero en su juventud y vitalidad lucían con naturalidad. La camisa blanca que llevaba contrastaba con su cabello oscuro, y sus ojos brillaban con esa chispa que indicaba que estaba lista para aprender todo lo que pudiera enseñarle. Sonreía con esa jovialidad tan suya, una mezcla de dulzura y seguridad en sí misma que pocas veces había visto en mujeres de su edad. Sabía que detrás de esa sonrisa se escondía un carácter firme, uno que muchos hombres no sabrían manejar.
—Tío Selin —dijo, su voz ligera, casi juguetona—. No pensé que llegarías a tiempo. Me preparé bien para la lección de hoy.
Su comentario me arrancó una sonrisa breve. A pesar de la seriedad de lo que estábamos por hacer, Safiye siempre encontraba la manera de suavizar las cosas.
—No podía faltar, Safiye. Después de todo, me lo pediste tú. —respondí, tomando asiento en una de las sillas de terciopelo verde oscuro que adornaban el salón.
Ella se acomodó frente a mí, lista para comenzar. No sabía exactamente quién era el hombre que había captado su atención, y en realidad prefería no saberlo. Lo único que me preocupaba era que esta lección no terminara en desastre.
—Bien —comencé, con voz grave y firme—, lo primero que debes entender es que la seducción no es un juego. No es algo que puedas usar a la ligera. Es un arte, uno que debe ser usado con sabiduría, porque, mal empleado, puede traer más problemas que beneficios.
Safiye asintió, escuchándome con atención, como si cada palabra que dijera fuera una revelación. Me di cuenta de que, aunque esta lección me resultaba incómoda, ella la tomaba con la seriedad que merecía.
—La clave de la seducción —continué— está en el equilibrio entre el misterio y la cercanía. Un hombre será atraído por aquello que no puede comprender del todo, por lo que no se le revela de inmediato. Pero también necesita sentir que puede tener la oportunidad de descubrirlo. ¿Me sigues?
—Te sigo, tío Selin —respondió, con una ligera sonrisa—. ¿Entonces debo ser distante?
—No necesariamente —dije, inclinándome un poco hacia adelante—. Debes aprender a controlar la distancia. La seducción no se trata solo de ser bella o llamativa. Se trata de saber cuándo acercarse y cuándo alejarse. Es un juego de sutilezas.
Le hice un gesto para que se levantara y caminara por la sala. Obedeció al instante, su porte erguido y elegante, pero todavía le faltaba algo. Algo que debía aprender si quería conquistar verdaderamente a un caballero.
—Cuando entres en una sala —le dije—, no intentes captar la atención de todos. Solo necesitas que la persona correcta te note. Camina con seguridad, pero sin ser arrogante. Debes moverte como si supieras que ya has captado su atención, aunque él todavía no lo haya notado.
Safiye caminó por la sala, y sus pasos resonaban suavemente en el mármol. A lo lejos, uno de los criados que estaba colocando una bandeja de frutas frescas en la mesa del salón se retiró de inmediato, evitando interrumpir la lección. Observé cómo Safiye intentaba emular lo que le había dicho. Su andar era grácil, pero todavía faltaba esa chispa de confianza.
—Bien —dije—, pero aún falta algo. Debes aprender a usar tu mirada.
—¿Mi mirada? —preguntó, arqueando una ceja.
—Sí —afirmé—. La mirada es uno de los instrumentos más poderosos de la seducción. Cuando entres en una sala, busca a tu objetivo. No mires a todos, solo a él. Pero no mantengas el contacto visual por mucho tiempo. Solo lo suficiente para que sepa que lo has notado. Luego, aparta la mirada. Así sembrarás la duda en su mente: "¿Me ha visto realmente?" Esa duda es lo que lo atraerá a ti.
Safiye practicó lo que le dije, caminando y buscando un punto en la sala que imaginó como su pretendiente. Sus ojos destellaron brevemente antes de apartar la mirada. Me sentí complacido al ver cómo comenzaba a dominar la técnica.
—Excelente —dije, satisfecho—. Ahora, una de las armas más poderosas: los labios.
Safiye abrió los ojos con curiosidad. Sabía que hablar de estos detalles era incómodo, pero era necesario.
—Humedece tus labios sutilmente —le expliqué—. No lo hagas de manera evidente o desesperada. Debe ser algo natural, casi imperceptible. Los labios tienen un poder hipnótico sobre los hombres. Si lo haces bien, lo atraerás sin que él siquiera lo note.
A medida que la lección continuaba, noté un cambio en mi propio comportamiento, uno que no podía ignorar por más que intentara. La forma en que Safiye se movía, cómo me miraba a los ojos, cómo su sonrisa parecía iluminar la habitación, todo ello comenzó a afectarme de una manera que no había anticipado. No era la primera vez que le enseñaba algo, pero hoy todo se sentía distinto.
Nos habíamos centrado en la teoría de la seducción, en cómo capturar la atención de un hombre sin que él se diera cuenta de lo que estaba sucediendo. Pero conforme avanzábamos, era evidente que Safiye no estaba solo aplicando las lecciones, sino que algo más estaba ocurriendo. El modo en que me miraba cuando le mostraba cómo humedecer sus labios, cómo mantenía el contacto visual más de lo necesario, o cómo su risa, ligera como el viento, resonaba en mis oídos. Todo parecía cargado de una energía nueva, una que no podía ignorar.
—Creo que lo entiendo ahora, tío Selin —dijo, usando ese "tío" de manera casi juguetona, como si supiera que nuestras interacciones estaban empezando a ir más allá de lo que habíamos previsto.
Sonreí, pero sentí un nudo en el estómago, porque aunque no éramos familia de sangre, el vínculo que compartíamos a través de Derya complicaba las cosas. Y sin embargo, Safiye no era una niña. Ya no lo era.
Decidí ignorar esto y concentrarme, volver a la lección, a lo que vine este día a enseñar a Safiye.
—Muy bien —dije, sintiendo que avanzábamos y como me daba un respiro la situación—. Ahora, hablemos de la conversación. Las palabras son tan importantes como la apariencia. Debes hablar con inteligencia, pero también debes saber cuándo callar. Un hombre debe sentir que hay más por descubrir en ti. Si revelas todo de inmediato, perderá el interés. Hazle sentir que hay algo más, algo que solo él puede desvelar.
—¿Debo mentir entonces? —preguntó, con una sonrisa traviesa.
—No se trata de mentir —dije con seriedad—. Se trata de omitir. Dejar que él quiera saber más. Debes ser un misterio, Safiye. No un libro abierto.