NO SOY BUENA.

De nada sirvió todo lo que hice, sigo estando sola, sin amor, lo único que tengo es a mi madre, y ni siquiera puedo hablar con ella de mis problemas. Sigue tirada en esa cama de hospital. Hoy es uno de esos días en que me encantaría tirarme de un puente. Es más. Creó que debería hacerlo.

Con ese pensamiento salí al patio y tome mi auto. Fui al primer puente que me aparecía en el buscador. Estando ahí estacioné mi auto y me acerqué al barandal. Me asomé al río y pensé en lo triste que ha sido mi vida. Crecí presionada para siempre ser la mejor. Nunca tuve amigos, nunca pude salir a bailar, explorar la naturaleza o una pijamada. Presencié cómo un ser repugnante maltrataba y golpeaba a su esposa, tuve que mandar a mi propio padre a la cárcel, mentí para conservar el buen nombre de mi familia, viví enamorada de un hombre que nunca me tomó en cuenta. Y ahora hasta se va casar con otra.

¿Serán esos motivos suficientes para no querer vivir? ¿Qué pasaría si mi madre despertará y yo estoy muerta? No creó que se pondría feliz. Se preguntaría por qué hice una cosa como esa. Y yo no podría responderle que no importaba lo exitosa que logré ser, no importaba todo el dinero que pude ahorrar, que me sentía vacía sin ella y sin Diego. Las únicas personas a las que he amado.

— ¿Qué estás haciendo? — Escuché la voz de un hombre, acto seguido el me jaló y caí en unos fuertes brazos. — ¿Qué intentabas? — Pregunto el un poco asustado.

— ¿Qué te importa? Métete en tus asuntos.— Lo empuje

— No voy a dejar que cometas una locura. ¿Sabes cuántas personas enfermas desearían vivir por lo menos unos días más? ¿por qué alguien que se ve como tú quieres hacer una estupidez cómo está?

— No me regañes. ¿Quién te crees? ¿un defensor de vidas?

— Sólo alguien que tiene conciencia. Déjame llevarte a tu casa.

— No me toques. — Lo aleje. — Yo no necesito que nadie me cuidé.

— Por tu semblante y la tontería que estabas por hacer parece que si.

— Yo no iba hacer nada. Vine aquí para tomar aire.

— No te creó.

— No tengo por qué darte explicaciones. Metiche. — Dejé al hombre y caminé a mi auto, subí en el y todavía pude observar al tipo viéndome con desconfianza. Parece que hoy todos los hombres me veran así.

Aunque eso no me importa, preferí regresar a mi soledad, preparé un baño de espuma y entre a bañarme. La idea del suicidio cruzó mi mente de nuevo. Pero recordé al tonto del puente. El tiene razón al decir que muchas personas desearían vivir. Tengo mucho dolor, no sé si yo pueda soportar mucho tiempo.

...Diego....

Mi fiesta de compromiso terminó y le pedí una disculpa a Emily, ella no tiene por qué soportar los comentarios groseros de Melisa.

— No te preocupes. Creó que debo acostumbrarme. Quizás tus otros amigos también intenten tratarme así.

— Nadie te va tratar mal. Si se meten contigo, se meten conmigo.

— No quiero que tengas problemas por mi culpa.

— No será tu culpa. Será de ellos. — Le di un beso en sus suaves labios. — Te amo muchísimo.

— Y yo a ti. — Ella me abrazó. — No sabes lo feliz que estoy. Pronto vamos a ser marido y mujer.

— Lo sé. Y eso me emociona. — Pensé en el momento que por fin pueda tenerla en mis brazos, el momento en que ella sea mi mujer, todo lo que le haré en mi cama.

— ¿Me llevas a casa?

— Si. Vamos.

...Días después. Melisa....

No he salido de mi casa. No tengo fuerzas para peinarme, vestirme, o maquillarme. Lo único que hago es ver películas de comedía, y ni siquiera puedo reírme, en el momento que una carcajada de aproxima las lágrimas son quienes me invaden. Me siento tan sola, tan vacía. La única persona que me visita es mi empleada. Ella viene de lunes a viernes, pero no quiero que me vea en éste estado. Por eso no salgo a platicar con ella.

— Señorita, su comida ya está lista. ¿Quieres que se la suba?

— No. Ya te puedes ir. — Le respondí tratando de sonar normal, aunque sentí cómo me temblaba la voz.

— Está bien. Hasta mañana. — Escuché sus pasas alejándose. Quise bajar a comer. Pero la cama, las sábanas y las almohadas me parecían más cómodas.

...Diego....

Hoy Roberto regreso del extranjero, ha estado en Italia por meses. Apenas llegó quiso enterarse de las nuevas noticias. Le dije sobre mi compromiso y el me felicitó.

— Ya era hora. Melisa te ha esperado por años.— Comentó el sonriendo.

— No con Melisa. Mi prometida se llama Emily.

— ¿Qué? — El se sorprendió. — ¿Quién es esa Emily? ¿De dónde salió?

— La conocí en un restaurante, fue algo así cómo amor a primera vista.

— No te creó.

— Si es difícil creerlo. También me sorprendió enamorarme así de ella.

— No lo digo por eso.

— ¿Entonces por qué?

— Es que Melisa lleva años enamorada de ti. Pensé que un día tu y ella se casarían. En alguna ocasión dijiste que era una opción.

— Lo era. Si no me enamoraba de nadie. Pero apareció Emily y todo cambió.

— Ya veo. Me gustaría conocerla.

— Te la presentaré. — Alguien tocó la puerta, di la autorización para que pasará, era mi secretaria.

— Señor lamentó molestarlo, pero es importante.

— Está bien dime.

— La señorita Melisa no vino hoy, y los proveedores de telas están preguntando por ella.

— Ahora voy.

— Está bien señor. Con permiso. — Ella se retiró.

— ¿Sabes por qué ella no vino?

— Seguro está buscando la manera de separarme de Emily.

— ¿Desde cuándo no ha venido?

— No se. Últimamente no me habla.

— ¿Desde cuándo?

— Te digo que no se. Ya sabes cómo es ella. Voy a mi reunión. — Salí para la sala de juntas. Ahí me reuní con los proveedores y charlamos sobre las nuevas telas y sus precios.

— ¿Dónde está la señorita Melisa? — Preguntó uno de ellos.

— Ella se encuentra un poco mal de salud. Por eso no pudo venir.

— Ojalá se recupere pronto.

— Así será.

... Al terminar la negociación llamé a la secretaria de Melisa y le pregunté desde cuándo no ha venido. Ella respondió que lleva más de dos semanas sin pararse por aquí. Me pregunté si de verdad está pensando en vender sus acciones. O sólo está tratando de manipular la situación como acostumbra.