Me Enamoré, Del Despiadado CEO

Capítulo seis

La cena terminó y el padre de Marco le pidió que fuera al estudio a conversar con él. Este lo siguió sin decir nada, y una vez que entró su padre lo abofeteó. Sin previo aviso y de manera violenta.

Eres un inconsciente, te arrepentirás de todo lo que le estás haciendo a esta chica. Ella no se merece que la desprecies como lo haces. Incluso te está defendiendo cuando estoy seguro de que la responsabilidad de que se hubiera lastimado no es más que tuya —su padre, sin creer en el cuento que le había dicho Emilia, lo atacó. Él sabía cómo era su hijo, y estaba seguro de que buscaría la manera de deshacerse de su esposa.

—Tú me obligaste a casarme. Tú eres el que quiere este matrimonio, no yo. Así que agradece que por lo menos me quedo en esta casa. Si fuera otro ya me hubiese mudado y la hubiera dejado sola —dijo el muchacho furioso con su padre. Hacía años que no actuaba de esa manera con él, y ahora le pegaba por causa de esa maldita mujer.

—No voy a discutir esto contigo porque no estás en condiciones de hacerlo, solo intenta abrir tu mente y entender a esa pobre chica —dijo el magnate.

—Dices pobre chica. ¿Acaso tú la conoces mejor que yo? Estuvo todo el día fuera de casa, ¿sabes a dónde fue o con quién? Eres fácil de engañar papá, así como tu segunda y tu tercera esposa trataron de llevarte a la ruina. Supones que esta chica me salvará, pero no puedes ver que solo le interesa mi dinero. Le di una tarjeta negra. En unos meses serás capaz de ver los estragos que hace con ella —inquirió Marco, como si supiera exactamente con quien estaba tratando.

Mientras los hombres discutían acaloradamente. Emilia fue a la cocina y al ver que el señor Federico se encontraba ahí, se acercó y le dio la tarjeta que este le había entregado esa misma mañana.

—Señora, esto es para usted. El señor Marco quiere que no le haga falta nada —mintió el mayordomo. Estaba en completo conocimiento de cuáles eran las verdaderas intenciones de su jefe. Aun así, quería que el poco tiempo que Emilia estuviera con ellos pudiera disfrutar de los beneficios de ser una Echeverría.

—Entiendo lo que dices, y se lo agradecería en persona si no me odiara tanto. Pero la verdad es que hay una sola cosa que quiero de él, y no tiene que ver con el dinero que esta tarjeta me habilita —dijo la muchacha con algo de tristeza.

—¿Qué es lo que usted busca de mi señor? —preguntó el mayordomo sin poder evitarlo, sabía que no era asunto suyo y necesitaba mantenerse al margen.

—Quiero su amor. Una vez me juró que me lo daría y que solo sería mío. Eso me ayudó a superar muchas cosas horribles que viví luego de separarnos. Saber que sin importar lo que ocurriera alguien que me amaba seguía dando vueltas por este mundo hizo que deseara quedarme —dijo ella sonriendo de una manera distinta, más melancólica—. Sé que no puedo decirle quién soy, pero no me importa. Esperaré el tiempo que sea necesario para que él vuelva a recordarme.

—Entonces usted es esa chica —el mayordomo parecía confundido. ¿Cómo era posible que ella estuviera viva? Marco la había estado buscando mucho tiempo, y después de que le dijeran que había muerto. Se puso muy triste, aunque conoció a Margarita y sus esperanzas se renovaron. ¿Quién era en verdad Margarita?

…

Una vez que su suegro se fue, Emilia tomó la bolsa que había dejado en la entrada y la llevó hasta su cuarto. Acomodó su nuevo maquillaje, del cual se sentía muy orgullosa, en su mesa de luz. No era el mejor, no era el más costoso, ni se veía bien en los empaques algo dañados, pero lo había pagado con su propio dinero y eso la hacía sentirse feliz. Por un momento se preguntó si Fátima tal vez conocía algún lugar donde comprar ropa que no fuera muy costosa. Aún le quedaba algo de sus ahorros y quería lucir bien cuando fuera el viernes al médico. Así todos verían que la esposa de Marco era una mujer elegante y no hablarían mal de él. El problema era que su móvil se había roto un par de semanas antes de la boda y no tenía arreglo. Comprarse uno sería un gasto casi innecesario, teniendo en cuenta que Fátima era su única amiga por ahora.

Cuando terminaba de bañarse, salía de la ducha y se estaba por ir a dormir, Marco, sin pedir permiso ni tocar la puerta, entró a su cuarto, como hacía siempre. Emilia no tenía mucha ropa y por el momento dormía sin pijama. Por lo cual se había quedado en ropa interior frente a su cama, a la vista de ese hombre imponente y para ella, majestuoso. Esto hizo que por primera vez su esposo pudiera notar lo delgada que esta se encontraba. Marco se preguntó, cómo era posible que la hija de un magnate como Miles tuviera un cuerpo tan pequeño y descuidado. ¿Qué era lo que pasaba en esa familia? Al no poder esconder su gesto de desagrado por Emilia, ella se cubrió con una de las mantas, sintiéndose avergonzada. Nunca nadie la había visto Así, solo su médico al hacerle el control.

—No te preocupes, no me interesa nada de lo que muestras —dijo Marco enojado por la actitud de Emilia. Se suponía que era su esposa. ¿Por qué se cubría? ¿Acaso pensaba que él era un pervertido?

—No fue mi intención hacer que te molestaras —dijo ella apenada, sabía que no era la chica más bella, ni la más elegante, ni la mejor cuidada. Había pasado mucha necesidad en casa de su padre y su cuerpo lo reflejaba. Ella esperaba que él pudiera ver más allá de su apariencia.

—¿Y cuál es tu intención? —preguntó él acercándose, intimidándola mucho más—. Después de todo eres una usurpadora. Viniste a ocupar un puesto que no te correspondía, que le pertenecía a mi novia, la cual no puede estar conmigo, por obvias razones.

¿Obvias? Nada era obvio para Emilia.

—No sé quién es ella ni cómo te conquistó —Emilia no pudo evitar sentirse celosa de la exnovia de Marco. Era la primera vez que le hablaba así—. Si te tomas el tiempo de conocerme sé que podré ser buena para ti.

¿Acaso Emilia era consciente de lo que acababa de decir?

Autora: Osaku