Dimitri Volkov creció rodeado por la violencia de la mafia rusa — y por un odio que solo aumentaba con los años. Juró venganza cuando su hermana fue obligada a casarse con un mafioso brutal. Pero lo que Dimitri no esperaba era la mirada fría e hipnotizante de Piotr Sokolov, heredero de la Bratva... y su mayor enemigo.
Piotr no quiere alianzas. Quiere a Dimitri. Y está dispuesto a destruir el mundo entero para tenerlo.
Armas. Mentiras. Deseo prohibido.
¿Huir de un mafioso obsesionado y posesivo?
Demasiado tarde.
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Capítulo 6
Amigos de la Infancia
Demitre necesitaba respirar.
Desde que Alexei declarara el juego, cada día era una cuerda apretando lentamente su cuello.
Pero aquella mañana, cuando vio el mensaje anónimo en el celular nuevo que aún ni siquiera había sido registrado oficialmente, supo que todavía no estaba completamente solo.
> “Te espero en el muelle. 23h. Código de la infancia: bruja roja.”
Solo una persona en el mundo conocía esa frase: Leonid.
Su mejor amigo, su hermano de alma, que había huido de Rusia años antes, tras desacuerdos con los Mikhailov.
Demitre no lo pensó dos veces.
El muelle estaba oscuro, silencioso. La niebla besaba el concreto mojado como velo de novia.
Pero cuando vio aquella silueta delgada, con capucha, apoyada en uno de los postes de luz oxidados, su corazón se aceleró como hacía mucho no lo hacía.
— Leonid…
El hombre se giró. Y sonrió.
— Aún tienes la misma mirada, Dima. La de quien carga el mundo sobre sus hombros… y no sabe si va a conseguir llegar vivo hasta el final de la calle.
Demitre lo abrazó con fuerza. Por algunos minutos, fue solo eso: dos amigos que el tiempo no había conseguido separar.
— ¿Cómo me encontraste? — susurró Demitre.
— No te busqué. Me enteré… que Alexei estaba jugando contigo. Y nadie juega con un Petrov sin que yo entre en la mesa también.
Demitre sonrió levemente. Por primera vez en días, se sintió fuerte. Se sintió visto.
— Él quiere quebrarme, Leo. Pero no voy a ceder. No sin lucha.
Leonid lo miró con ojos afilados.
— Entonces déjame luchar contigo. Contra él. Contra este pacto podrido. No estás solo, Dima. Nunca lo has estado.
Lo que ninguno de los dos sabía… era que estaban siendo observados.
Alexei, en silencio absoluto, desde lo alto de un edificio abandonado, observaba la escena con los ojos entrecerrados.
El audífono en su oído transmitía cada palabra.
Sus hombres habían instalado el micrófono en el poste. El muelle era suyo. Como casi todo alrededor.
— ¿Quién es ese? — preguntó Nikolai, uno de sus guardias.
Alexei no respondió.
Pero su mandíbula apretada hablaba por sí sola.
Su silencio era de hielo — el tipo de hielo que precede el estallido de una avalancha.
Dos días después, Demitre regresó a la mansión. Había algo diferente en el aire. Los guardias estaban más tensos. Los criados, más callados.
Apenas atravesó el salón cuando oyó la voz.
— Leonid Volkov ha vuelto a Moscú. — dijo Alexei, surgiendo detrás de él.
Demitre se giró con frialdad.
— ¿Y eso qué?
Alexei dio un paso adelante, los ojos sumergidos en sombra.
— Él es una amenaza. Y a mí no me gustan las amenazas… especialmente cuando tocan lo que es mío.
— Yo no soy tuyo. — gruñó Demitre. — Y tú no tienes el derecho—
Alexei no gritó. Pero el fuego en su voz hizo temblar el aire de la sala.
— Entonces, ¿por qué él te tocó de esa manera? ¿Por qué le sonreíste? Por qué, Demitre, yo vi… deseo en tus ojos.
— Esto es una locura.
— Son celos. — Alexei corrigió, acercándose hasta estar a pocos centímetros. — Y es real.
Él entonces bajó el tono, pero no la intensidad.
— Podría mandar a matar a Leonid ahora. Con un comando. Pero no lo voy a hacer.
¿Sabes por qué?
— ¿Porque aún tienes una pizca de humanidad? — ironizó Demitre.
Alexei sonrió de lado.
— Porque prefiero que lo veas caer poco a poco. Que lo veas sangrar en pedazos, hasta que vengas corriendo hasta mí y me pidas que lo salve. Y entonces… yo voy a decir no.
Porque me has traicionado.
Con una mirada.
Demitre se estremeció. El hielo se mezclaba con el calor que crecía dentro de sí. Un calor sucio. Peligroso. Inconfesable.
— Estás enfermo.
— No. — Alexei respondió. — Yo soy el futuro Dom de Rusia.
Y tú…
eres el único vicio que no puedo permitir que me cure.
Aquella noche, Demitre se encerró en su cuarto.
Leonid estaba en peligro.
Y él sabía: Alexei no amenazaba. Él prometía.
Pero lo peor de todo no era el miedo.
Era la duda que ahora quemaba en su pecho.
¿Y si en el fondo… parte de él quisiera en verdad ser de Alexei?