Cuando Seraphine se muda buscando paz, jamás imagina que su nuevo vecino es Gabriel Méndez, el arquitecto que le rompió el corazón hace tres años… y que nunca le explicó por qué.
Ahora él vive con un niño de seis años que lo llama “papá”.
Un niño dulce, risueño… e imposible de ignorar.
A veces, el amor necesita romperse para volver a construirse más fuerte.
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No soy su papá…bueno, si…pero no como tú crees
...CAPÍTULO 3 ...
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...GABRIEL MÉNDEZ...
A veces la vida te sorprende con tragedias.
Otras veces, con alegrías.
Y luego está este momento:
Yo, con la puerta de mi apartamento abierta y mi exnovia al otro lado de ella.
Seraphine Díaz
No es que yo sea chismoso. Quiero dejar eso extremadamente claro.
Tampoco es que yo ande por ahí preguntando por la vida de mi ex como si no hubiera pasado página desde hace… ¿cuánto? ¿Tres años? ¿Cuatro? No llevo la cuenta.
El punto es que uno no puede controlar la información que llega accidentalmente a sus oídos cuando resulta que el hermano menor de esa mujer, trabaja en el mismo edificio que tú y que, además, el tipo habla a un volumen como si siempre estuviera narrando un partido de fútbol.
Así que… no, no investigué.
La información simplemente… llegó a mí.
Como una plaga, o peor: como un chisme que realmente no quieres saber, pero el universo insiste en lanzártelo a la cara.
Por ejemplo, supe —por pura casualidad, obvio— que Seraphine, ahora con veinticinco años trabaja como diseñadora gráfica en la empresa de marketing donde mi hermana mayor Erika, es directora financiera. Al parecer es muy buena. William, la defiende como si fuera un tesoro nacional.
Talentosa, creativa, terca y dramatiza como si la vida fuera un musical. Vive sola desde que cumplió los veinte años, aunque entre su mamá, su hermana Luisa y su sobrina, su apartamento parece una sucursal familiar.
Lo que sí me sorprendió, fue enterarme de que Seraphine volvió a mudarse. Otra vez.
Dice que su vida es “una constante búsqueda del lugar ideal”. Yo sospecho que simplemente huye de los contratos de arrendamiento largos.
Pero si te soy sincero…
Aunque no soy chismoso…
Con todo y lo que he “accidentalmente escuchado”…Ella sigue siendo el huracán más interesante que me ha pasado por delante.
Y ahora está aquí.
Viviendo a dos puertas de distancia. Y ahora mismo parada frente a mi.
Temblando como si hubiera visto al mismísimo demonio en calzoncillos.
—¡¡¡¡¡PAPÁAAAAAAA!!!!—grita Oliver desde el pasillo.
Perfecto.
Maravilloso.
Justo lo que necesitaba.
Seraphine se queda congelada en medio de mi pasillo, los ojos tan abiertos que parecen dos platos hondos. Sus manos están levantadas, como si estuviera intentando detener una aparición paranormal… o un zombi. No estoy seguro cuál cree que soy.
Y Oliver, claro, no ayuda. Se lanza hacia mí como un torpedo con mochila escolar.
—Papiiiiii, ¡hice una maqueta de volcanes y le puse lava falsa! —anuncia orgulloso, abrazándose a mi pierna con esa fuerza que solo los niños felices —y peligrosos— saben aplicar.
Yo le acaricio la cabeza, pero mi mirada se dirige inevitablemente a Seraphine, que parece estar reconsiderando toda su existencia.
—¿P-papá? —balbucea ella, señalándome como si acabara de descubrir que tengo una doble vida.
Santo cielo.
—Seraphine, espera, no es lo que piensas —digo en el mismo tono que usaría alguien que sí tiene algo que esconder. Genial, Gabriel, brillante.
Ella da un paso atrás.
Luego otro. Me mira como si yo fuera esa clase de hombre que colecciona mujeres y tiene hijos por todos lados.
—¿Tienes un hijo? —dice llevándose ambas manos a la cabeza—. ¡Esto es demasiado! ¡Yo solo quería preguntarte si tenías agua bendita o el contacto de un exorcista, porque JURABA que había un niño fantasma en el pasillo por dos noches seguidas!
—¿Niño fantasma? —repito, tragando una carcajada— ¿Ese es Oliver?
Ella lo observa.
Oliver la observa.
Ella le sonríe con la misma incomodidad con la que se saluda a un perro agresivo. Oliver le sonríe con incomodidad como si ella fuera una loca.
—Hola, señora —dice él, levantando la mano pequeña.
Seraphine se toca el pecho.
—No soy una señora, soy… tengo… bueno… hola.
Yo me froto la sien. Necesito manejar esto antes de que ella empiece a sacar teorías de nuevo.
—Sera —comienzo, con ese tono pacífico que uso cuando Oliver quiere comerse el detergente—, escucha. No es mi hijo.
—Pero te dice papá.
—Ya lo sé.
Ella abre los brazos.
—¡Entonces sí es tu hijo, Gabriel!
—NO —respondo rápido, tal vez demasiado rápido—. A ver, sí y no. Es un tema complicado.
Ella rueda los ojos.
—Perfecto. Porque AMO cuando los hombres niegan a sus hijos y dicen “es un tema complicado”. Para que uno no le haga más preguntas.—empiezo a exgerar mis movimientos.
Oliver se ríe.
Seraphine lo mira, vuelve a mirarme, y finalmente dice:
—¿Y bien? ¿Vas a explicarme por qué un niño me ha estado siguiendo por los pasillos como alma en pena, y por qué te dice papá como si tú fueras el mejor padre del mundo?
Suspiro.
Luego me inclino, le quito la mochila a Oliver y señalo el sofá.
—Anda a jugar, campeón. Voy en un minuto.
Él asiente, corre hacia las escaleras y sube al altillo donde tiene su “base secreta”.
El apartamento vuelve a quedar en silencio.
Seraphine al parecer se percata de mi apartamento y observa todo como la buena chismosa que es.
La doble altura.
Las luces cálidas.
La estructura moderna, la madera clara, el vidrio, la escalera flotante. Las dos paredes que derribé para unir lo que antes eran DOS apartamentos separados.
Sé reconocer esa expresión. Le gusta y mucho.
Y sí, lo admito, me gusta que le guste.
—¿Uniste dos apartamentos? —pregunta asombrada.
—Tres, en realidad. Yo remodelé todo el edificio a petición del dueño.
Ella me mira como si acabara de decirle que soy dueño de un dragón.
—Entonces… —hace un gesto abarcando todo el lugar— así trabajan los arquitectos exitosos.
—¿Esa es tu manera de decir “te quedó bonito”?
Ella se cruza de brazos.
—No es lo que quise decir. Pero sí. Te quedó… —gruñe bajito— ridículamente bien.
Lo tomo como una victoria.
—Bien —exhalo—. Ahora sí, retomando el tema, Oliver no es mi hijo. Es mi sobrino.
—¿Tu sobrino? —repite ella.
—Sí. Vivo con él desde hace tres años y sí… —trago saliva— me dice papá.
Ese es mi punto débil, mi vulnerabilidad. Pero también mi fuerza para seguir adelante.
He perdido muchos ligues por eso…pero vale totalmente la pena.
Seraphine frunce el ceño confundida.
—¿Por qué vive contigo? —pregunta suavemente.
Me apoyo contra la barra de la cocina, mirándola a los ojos.
—Mi hermana Julieta, murió hace tres años. —digo sin rodeos—. Y el papá de Oliver… bueno, no puede hacerse cargo. Yo era lo que quedaba. Así que… —me encogí de hombros— aquí estamos.
Ella guarda silencio.
Por primera vez desde que llegó, no se burla, no se queja, no hace comentarios cómicos.
Solo… me mira. Con una tristeza suave y una comprensión sincera.
—Gabriel… —susurra— lo siento.
Asiento lentamente.
—Él necesitaba a alguien. Y… sup supongo que ese alguien resulté ser yo.
Sus ojos brillan y por un momento, somos los mismos dos idiotas que se enamoraron hace años.
Solo por un segundo.
La magia dura hasta que Oliver grita desde arriba:
La magia dura exactamente tres segundos.
Hasta que Oliver grita desde el segundo piso del altillo:
—¡¡PAPÁ!! ¡¡Pude construir una casa como tú!! ¡Ven a verla con la Señora Tormentita!!
Mi vida se detiene.
Cierro los ojos replanteando todas mis decisiones desde los 19 años.
—Dios mío…
A mi lado, Seraphine parpadea.
—¿La señora… qué? —pregunta con esa voz suave que significa que estoy en problemas.
Yo abro los ojos lentamente.
—No es… nada. Nada importante. Él… eh… los niños inventan cosas.
Oliver se asoma por el pequeño tobogán que le construí para que bajara del altillo, feliz, orgulloso, sin entender que está a punto de enviarme a la tumba temprana.
—¡¿Cómo que no es importante, papá?! Tú siempre dices “ahí viene la Señora Tormentita” cuando escuchas que ella está hablando sola como si estuviera loca o cuando—
—¡¡¡OLIVER!!! —lo interrumpo con un grito de agonía—. ¡Baja. YA!
Seraphine gira hacia mí con una sonrisa que no es sonrisa. Esa sonrisa que conozco. La de “te voy a sacar la verdad aunque tenga que desarmarte psicológicamente”.
—Tormentita, ¿ah? —dice ella, cruzándose de brazos—. Interesante apodo para una exnovia a la que NO querías volver a ver. Me encanta es súper respetuoso.
—Es por la política de no malas palabras en casa … —murmure sin pensar delatándome. Luego me percató de lo que dije e intentó remediarlo—. No…no dije eso. O sea, no así. Él… exagera. Tiene imaginación gigante. Mucha. Demasiada. Hay que… limitarla.
Oliver baja por el tobogán, orgulloso.
—¡Papa siempre dice que tú eres como una loca gritona —declara, señalándola—. ¡Porque gritas muy fuerte y hablas fuerte y haces así con las manos!
Y el niño hace una imitación dramática de Seraphine moviendo los brazos como si fuera un pulpo frenético.
Seraphine abre la boca, ofendida.
Yo abro la boca, horrorizado.
Oliver sigue actuando.
Y yo quiero evaporarme.
—Oli
—¿Sí, papá? —responde él inocente. Un demonio adorable.
—¿Qué te he dicho sobre repetir lo que yo digo?—digo entre dientes—¿Recuerdas la regla?
Él piensa demasiado y repite, inocente:
—Que no… debo repetir… lo que papá dice cuando está molesto… —abre una sonrisa— aunque sea verdad…pero esta vez no estabas molesto, estabas cansado.
Sera me mira con una ceja levantada.
—Wow… —dice—. Qué bonito, Gabriel. O sea que sí lo dices. Perfecto.
Yo cierro los ojos otra vez.
—Seraphine, no es lo que—
Pero Oliver levanta la mano como en clase.
—No, tranquilo —me interrumpe, dándome una palmadita falsa en el hombro—. Estoy feliz. Fascinada.
Y ya veremos quién es la tormenta aquí, Gabriel.
Oliver levanta la mano.
—Papá, también puedo contarle cuando dijiste que ella camina como un pollito recién nacido cuando se asusta—
—¡Oliver!
—¿Qué? ¡Tú lo dijiste! —responde él, cruzándose de brazos.
Seraphine se limpia las lágrimas de la risa.
—¿Algo más que quiera agregar el niño informante?
Oliver piensa.
Otra vez.
Estoy perdido.
—Ah sí. Que cada vez que la ves te pones rojo y te arreglas el pelo. Y dijiste que—
Pego un grito desesperado:
—¡¡Oliver, sube a tu habitación ya mismo!!
Él corre entre risas escaleras arriba, feliz de haber destruido mi reputación en menos de treinta segundos.
Seraphine me mira con esa sonrisa que mezcla burla, triunfo y un poquito de ternura.
—Así que… ¿Soy tu tema de conversación, huh?
Yo solo exhalo.
—No hablo tanto de ti —miento descaradamente.
Ella sonríe más.
—Claro, Gabriel. Como digas.
Y entonces —como si la vida no estuviera satisfecha con arruinarme el día— mi teléfono vibra en el bolsillo.
Lo saco y es un mensaje del presidente de mi antigua empresa:
“Méndez, necesito que recibas a una diseñadora gráfica de confianza. Te adjunto su currículum.
Mañana te enviarán a alguien para trabajar contigo en la identidad visual de tu nueva firma.”
Siento cómo mi alma se cayera por un ascensor sin frenos.
Levanto lentamente la mirada hacia Seraphine.
Ella está haciendo caras, está algo molesta pero no evita que la situación le ha causado gracia.
—¿Qué pasa? —pregunta, ladeando la cabeza.
Trago saliva.
—Creo que… —respiro hondo— tú y yo vamos a trabajar juntos.