Laebe siempre supo que el mundo no estaba hecho para alguien como ella. Pequeña, frágil y silenciada, aprendió a soportar el dolor en la oscuridad, entre susurros de burlas y manos que la empujaban al abismo. En un prestigioso Instituto Académico, su existencia solo servía como entretenimiento cruel para aquellos que se creían intocables.
Pero el silencio no dura para siempre. Cuando la verdad sale a la luz, el equilibrio de poder se rompe y los monstruos que antes gobernaban con impunidad se enfrentan a sus propios demonios. Entre el caos y la redención, Laebe encuentra en una promesa inquebrantable, un faro de protección y en su propia alma una fuerza que nunca supo que tenía para enfrentar los obstáculos que le impuso la vida.
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Esta historia contiene temáticas sensibles como abuso sexual, violencia, acoso, drogas y trauma psicológico. No es apta para todos los lectores, ya que aborda situaciones crudas y perturbadoras. Se recomienda discreción.
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Capitulo 6.
Al salir del edificio, ya casi no había alumnos por el campus. Laebe camino hacia la salida, notandose un tanto más tranquila después de haber desahogado todo su dolor en alguien que sentía... Podía confiar.
Mientras caminaba de vuelta a casa, comenzó a sentir una extraña sensación de ser perseguida. Miro hacia atrás sin notar nada extraño, solo gente por allí y por allá. Pensó que quizá era el estrés, y siguió caminando.
El sonido del teléfono interrumpió su andar, haciéndola estremecer. Temblorosa, miró la pantalla. Era Ángel.
Sabía por qué llamaba.
Su estómago se revolvió, la ansiedad presionando contra su pecho como una garra invisible. Contestó con voz apagada, casi inaudible.
—Ven a verme. Estoy, en el motel ***** — Fue lo único que él dijo. No hubo necesidad de explicaciones, de promesas o de amenazas. No importaba. Ella sabía que no tenía opción.
Sin fuerzas para luchar, cambio de dirección. El trayecto al motel fue un eco de noches anteriores. Las calles, la brisa fría, la tenue iluminación de los postes, todo parecía desdibujado, irreal. Cuando llegó, Ángel ya estaba allí, acompañado de los otros dos.
—Tardaste — Dijo con una sonrisa ladina. — Pero me alegra que hayas llegado, creo que debo castigarte por dejarme sin comer.—
Ella no respondió. No tenía palabras, ni voluntad para usarlas. Solo asintió con la cabeza y entró al edificio, siguiendo sus pasos como una sombra.
El pasillo olía a humedad y cigarro rancio. La puerta de la habitación se cerró tras ellos con un clic que resonó en su mente como una sentencia. Su cuerpo estaba allí, pero su mente se alejaba, flotando en un espacio vacío donde no sentía nada. Cerrar los ojos era su única defensa, su única manera de sobrevivir.
No pensó, no sintió, no resistió. Solo esperó a que todo pasara...
...
Laebe caminaba con pasos tambaleantes por las calles oscuras, apenas consciente de su entorno. Su cuerpo dolía con cada movimiento, cada respiración era un recordatorio de la agonía que intentaba ignorar. La noche era fría, y aunque su piel estaba helada, sentía que su interior ardía de vergüenza y desesperación. Sus manos temblaban, su garganta ardía con el peso de un llanto contenido, y su mente estaba atrapada en un torbellino de pensamientos oscuros de los que no podía escapar.
Cada paso era un desafío, pero logró llegar a su edificio. Apenas cruzó las puertas del vestíbulo y presionó el botón del elevador, sintió cómo su visión se volvía borrosa. Un nudo se formó en su estómago cuando, al subir, vio una figura alta esperando en la puerta de su departamento.
Kael.
Estaba apoyado contra la pared, con los brazos cruzados, pero su expresión se tornó severa en cuanto la vio. Sus ojos oscuros la escanearon con rapidez, notando la palidez de su rostro, el estado de su ropa desarreglada y los temblores incontrolables de su cuerpo.
—¿Dónde estabas? — Preguntó con voz grave. Su tono no era de reproche, sino de preocupación genuina.
Laebe intentó responder, pero en cuanto abrió la boca, sintió cómo todo su cuerpo cedía al agotamiento. Sus piernas se doblaron y el mundo pareció girar a su alrededor. Antes de que pudiera tocar el suelo, Kael la atrapó con rapidez, sosteniéndola con firmeza.
—¡Laebe! — Su voz sonó más tensa ahora, con una urgencia que rara vez mostraba.
Laebe no pudo responder. Su conciencia se desvanecía, su cuerpo se sentía pesado, como si se hundiera en un abismo sin fondo. Lo último que sintió fue la calidez de los brazos de Kael, el latido firme de su pecho contra su mejilla y el murmullo de su voz llamándola con desesperación.
Kael la cargó con facilidad, llevándola al interior del departamento sin perder un segundo. Cerró la puerta con el pie y la llevó directamente a la cama, acomodándola con cuidado. Su ceño estaba fruncido, su mandíbula tensa. Nunca la había visto así. Nunca la había sentido tan frágil entre sus brazos.
Con movimientos cuidadosos, retiró los mechones de cabello pegados a su rostro y presionó una mano contra su frente. Estaba helada. Comenzó a analizar todo en ella para encontrar respuestas.
Primero fue el aroma, con el cual dedujo rápidamente que fue lo que había pasado. Después el mismo comenzó a quitarle la ropa, con cuidado y respeto. Al quitarle aquella falda, pudo ver sus piernas cubiertas por un rastro de sangre.
Una ira enorme lo cubrió, su mandíbula se tenso y su mirada se oscureció. Apretó los puños, pero después tomo aire y se calmo. Se alejo de ella y fue hasta la cocina, dónde puso a calentar agua en una pequeña olla. La puso en un recipiente y después uso varios trapos que encontró para mojar los en el agua caliente.
Con uno de ellos comenzó a limpiar sus piernas, con cuidado y ternura. Eran tan delgadas que parecían ramas secas a punto de romperse, temía presionar de más y lastimarla. Cuando la limpio bien, le puso ropa nueva y después uso los otros trapos como compresa.
Colocó uno cuidadosamente húmedo con el agua caliente en la zona baja del vientre y otro en su cabeza. La abrigo bien y después envío un mensaje.
Fue cuestión de minutos para que alguien tocara la puerta, el salió del cuarto y fue hasta la entrada del departamento, alguien había lanzado por el espacio entre el suelo y la puerta, una pastilla. Kael la tomo y preparo un vaso de agua.
Suspiró pesadamente, observando su expresión que, incluso en su inconsciencia mostraba tanto dolor. Se inclinó un poco y, con la voz más baja que pudo, murmuró:
—No dejaré que esto siga pasando. Nadie más te va a tocar, Laebe. Lo juro...—.
Con ese juramento que iba más allá de cualquier promesa, se alejo de ella y salió del departamento. La furia en sus ojos era innegable, estaba dispuesto a matar.
Al salir del edificio, entro en los callejones, dónde uno de sus compañeros, Castian, lo esperaba.
— ¿Qué tal está la chica? — Pregunto con una sonrisa tranquila.
— Ni lo menciones.— Dijo Kael suspirando pesado para caminar de largo. Castian entendió que algo malo había pasado, y sin más siguió detrás de él...