En esta historia, se encontrarán con Ángel, una niña que fue abandonada al nacer y creció en una abadía, donde un grupo de religiosas le ofreció amor y cuidado. Sin embargo, a medida que Ángel va creciendo, comienza a sentir un vacío en su interior: el anhelo de tener un padre, como los demás niños que la rodean. A pesar de su deseo, no se atreve a manifestar sus sentimientos por miedo a lastimar a quienes la han criado, y su vida tomará un giro inesperado una noche fatídica.
Una enigmática mujer aparece y le revela a Ángel un oscuro secreto: es una heredera y debe buscar venganza por la muerte de su madre. Así inicia su transformación en la Duquesa Sin Corazón, una niña destinada a cumplir con un legado de venganza que no es suyo. ¿Qué elecciones hará Ángel en su camino? ¿Podrá encontrar su verdadera identidad en medio de la oscuridad que la rodea?
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CAPÍTULO 20. LA DUQUESA SIN CORAZÓN
CAPÍTULO 20. LA DUQUESA SIN CORAZÓN
NARRA Ángel de Manchester
Regresar duele, cada piedra de esta mansión guarda un recuerdo que no me pertenece, cada lugar que piso ha sido manchado, marcado por otras risas, otros caminos, otros nombres. Mi madre transitó estos pasillos… y yo fui exiliada de ellos antes de recordar.
Hoy volví.
No como hija.
No como huérfana.
Sino como duquesa. Y aunque por dentro mi corazón latía fuertemente, por fuera permanecí inquebrantable.
El carruaje se detuvo ante las puertas del lugar que por linaje me corresponde.
El cielo estaba nublado y gris, como si incluso el cielo temiera lo que estaba por suceder, no esperé a que me abrieran las puertas.
Bajé por mi cuenta, la capa negra ondeando al viento, el cabello recogido bajo un sombrero con velo, elegante, intimidadora y muy firme. Los sirvientes me vieron cruzar el umbral como si estuvieran ante un espectro, algunos bajaron la mirada. Otros se quedaron paralizados, sabían quién era, aunque nadie se atrevía a mencionarlo.
No esperaba un recibimiento. Y, por supuesto, no lo obtuve.
Douglas apareció en el vestíbulo, como un elegante cuervo, sosteniendo una copa de vino como si aún tuviera el derecho de brindar por esta casa. No le temía. Pero lo despreciaba tanto que sentía ardor en los dientes.
—Vaya, vaya. . . —comentó mientras bajaba los escalones—. Mira quién ha llegado, la bastarda. ¿Has venido a quedarte? ¿O solo a hacer ruido?
—He venido a reclamar lo que me pertenece.
Mi voz resonó como el golpe de una campana de bronce. Firme. Irrefutable.
Al lado de él, una mujer rubia, delicada, adornada con joyas ostentosas y un vestido que brillaba demasiado para su escaso espíritu, lo miraba con temor. Sus manos temblaban. Sus ojos evitaban los míos, era su esposa, la nueva señora de un lugar de mi madre, pero su presencia no me molestó, lo que realmente me afectó fue su mirada: una mezcla de resignación, cansancio… y ruego.
—Técnicamente —comenzó Douglas, esbozando una sonrisa torcida—, este lugar aún es mío. Hasta que te cases, el ducado no es del todo tuyo.
—Sin embargo, estás aterrorizado por dentro —respondí—. Lo veo en tus ojos, en tu lengua más suelta de lo normal, y en esa copa que no dejas ir. Sabes, como todos aquí, que yo ya gobernaba… incluso antes de cruzar esa puerta.
Su sonrisa flaqueó por un instante. Pero fue suficiente, suficiente para saber que había ganado la primera ronda. Subí las escaleras lentamente, disfrutando cada paso como una victoria personal.
Al llegar a lo que alguna vez fue la habitación de mi madre, me detuve en el umbral.
El aire allí era diferente.
Más denso.
Más sagrado.
Más mío.
Cerré la puerta, me quité la capa y caminé hacia el tocador, mi imagen en el espejo me miraba con severidad, no era la pequeña que anhelaba historias, ni la joven que suplicaba por equidad, ahora era la hereda, la que busca venganza, la Duquesa de Manchester. Me senté, mis manos temblaban, lo confieso, el peso era demasiado.
Pero no lloré.
No podía.
No debía.
Mi abuela me enseñó a ponerme la armadura del silencio, a que la compasión se adquiere con justicia y que el poder nunca se implora, se toma, Fuera, la mansión seguía con el aroma de un perfume barato y vino derramado, pero pronto, todo cambiaría.
Mañana comenzarían las instrucciones, las transformaciones, las separaciones, la purificación de la línea familiar, Douglas cree que ganará tiempo, que puede emplear la ley como defensa y hasta que su apellido aún tiene valor, pero se equivoca, no vine a negociar. Vine a desenterrar a los responsables… y a derribar sus tronos.
Y si debo convertirme en la duquesa sin sentimientos para lograrlo. . .
Que así sea.
La muerte me arrebató a mi madre.
La traición me robó mi niñez.
La falsedad me alejó de mi hogar.
Pero ahora…
Yo estoy de regreso.
Y el reino aprenderá que
la sangre puede ser más fuerte que el fuego.
AL DIA SIGUIENTE.
Las cortinas de terciopelo estaban cubiertas de polvo por los vicios, las alfombras tenían el aroma barato de mujeres que nunca debieron estar en este lugar, las paredes estaban… despojadas. No había un retrato de mi madre, no había ni una sola referencia a ella.
La mansión entera era una profanación. Unas horas después, llamé al mayordomo en la sala principal, él un hombre de edad, pálido como el mármol, se presentó con papeles en las manos, temblando como si la muerte lo hubiera convocado.
—Quiero el informe completo de ingresos y gastos del último año —le dije—. Necesito saber a dónde va cada moneda del ducado.
No protestó. No pudo.
Al revisar los documentos, sentí una nausea intensa, cada línea reflejaba un saqueo,
Douglas vivía como un rey.
—¿Trescientas botellas de vino en un solo trimestre? —le pregunté al mayordomo sin levantar la vista.
—Son… celebraciones, mi lady. Banquetes. Compromisos sociales…
—¿Compromisos sociales en la mansión privada de su amante?
Silencio. Lo sabía. Ya lo había visto en las facturas: alimentos, joyas, ropa, flores, hasta pañales… todo enviado desde esta mansión a una finca en las afueras de la ciudad, la casa de su amante sostenida con el dinero de mi madre.
—Esto se acaba —dije, cerrando el libro de cuentas de golpe—.
A partir de ahora, todos los pagos a esa dirección están detenidos. Quien no cumpla, será despedido. Y tráiganme al administrador del ducado. Ahora.
Cuando ese hombre entró, supe al instante lo que era, un sirviente de Douglas, un traidor, que cubría sus robos descarados. Se quedó de pie, sudando, apenas respirando.
—¿Cuánto te paga por tu lealtad? —le pregunté.
—Mi lady, no entiendo a qué se refiere…
—No necesito que me lo expliques.
Estás despedido y sal de mi casa en este momento.
Ni él ni el mayordomo se quejaron, sabían que no había lugar para súplicas, no con una duquesa implacable a cargo, esa tarde, di instrucciones para que comenzara la restauración completa de la mansión.
—Quiero que cada salón, cada cuadro, cada flor huela como cuando mi madre vivía aquí —le dije a la nueva ama de llaves—. Encuentren los retratos originales. Si fueron destruidos, restáurenlos, quiero a mi madre en cada pared y en cada rincón, como si nunca hubiera muerto.
La mansión cobró vida, las órdenes comenzaron a fluir, los pasillos, que antes estaban llenos de murmullos y perfumes baratos, empezaron a resonar con el sonido del cambio y el miedo. Las sirvientas agachaban la cabeza, los mozos caminaban en silencio, yo pasaba… y todos se apartaban, algunos me comparaban con mi madre, esperando calidez, ternura, dulzura, pero yo no era Ángela, yo era su legado, su hija nacida del fuego, no del abrazo y eso se notaba en mi mirada.
Esa noche, la tensión era densa como el humo, Clara, la mujer de Douglas, se movía por los pasillos como si fuera un espectro, la veía desde lejos, notaba cómo su mirada se esquivaba de la mía, y cómo su cuerpo temblaba cuando me acercaba, no era por mí, no era por temor a mi poder, sino por el miedo a quien la poseía a quien la mantenía cautiva. Y no pasó mucho tiempo antes de que llegara.
Douglas entró a la mansión con la fuerza de una tormenta.
—¿Quién te autorizó a revisar mis cuentas? —vociferó desde la entrada.
No me moví, no respondí, no le debía explicaciones, solo debía enfrentar las consecuencias, le demostraría que su momento había llegado, pero más tarde esa noche, los gritos resonaban desde el lado este. Puertas que se golpeaban con furia, lamentos apagados y el silencio cómplice del personal, nadie la ayudaba, nadie la salvo, me sentí mal por ella, pero por ahora no podía intervenir.
Yo lo sabía, la mujer vivía en un infierno y ese hombre era un animal, pero mañana, Clara tendría una visitante y esa mujer, tan destrozada como su apellido, tendría una decisión que tomar. Porque si alguien pensaba que llegué para heredar un título, se equivocaba, no vine solo a tomar posesión, vine para deshacer y rehacer y por supuesto cobrar deudas que no son monetarias, deudas que solo se pagan con sangre y no será la mía, de eso estoy segura.
La mansión, por primera vez en una década, recuperaba su esencia de Manchester.
Y yo…
la hija del silencio,
la nieta del acero,
la duquesa carente de corazón…
había asumido el control.