Esteban es totalmente serio e incluso, un poco amargado; pero debe aceptar la derrota ante una apuesta con su mejor amigo y presentarse en una cita a ciegas en determinado lugar, donde coincide con una rubia que ya conoce.
Sabe que ella no es su cita, pero verla allí, con mirada pícara y burlona, lo hace bufar porque sabe que no demorará en molestarlo.
Soledad ha estado soltera por cinco años, así que, con la esperanza de encontrar el amor, descarga una aplicación y empieza a hablar con Sergio, con quién se verá esta noche. Aunque en su campo de visión aparece su jefe, el cual la fastidia y se odian mutuamente.
Sin embargo, la velada es una decepción para ambos, ya que sus citas no son lo que esperaban, ni lo que desean volver a ver, por lo que Esteban tratando de salvarse, se toma atribuciones indebidas con su empleada, e inventa una tonta excusa. Una que recordarán toda su vida.
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Contrato
Al siguiente día Soledad se presenta puntualmente con Esteban, quien ya la espera en su oficina.
—Quisiera volver a iniciar con la entrevista— dice él.
—Me parece bien porque ayer nos interrumpieron— asiente la rubia.
—Ya hablamos sobre sus estudios, pero no le pregunté lo siguiente, ¿cuál sería el puesto que aspira obtener aquí?
—Administración o el relacionamiento con el negocios, futuros socios, etc.
—Algo en lo que pueda aplicar sus estudios.
—Exacto.
—Actualmente, tengo el puesto de secretaria vacante. —antes de que Soledad pueda negarse, le explica sus razones— La administración y los negocios de esta empresa o la de Colombia, se verán en mi país natal. Así que aquí no necesitaré ocuparlos, por ahora. En un par de meses, seguramente y si todo va bien, los implentaré y usted será mi primera opción a considerar.
Esteban está mintiendo solamente para que Dulce crea el verdadero cuento de que, Soledad, es la secretaria, ya que el día anterior fue lo único que pensaba. Ocupar ese puesto con urgencia para evitar ese tipo de sorpresas.
—Su novia ya me lo había mencionado— acepta.
—¿Mi novia? —Levanta una ceja sin comprender.
—Creo que se llama Dulce.
—Así se llama, pero no es mi novia— avisa él con una necesidad casi intolerable.
Se acostó varias veces con la pelinegra, pero por alguna razón, en sus últimos encuentros se sintió vacío. Ella no lo llenaba de ninguna manera; no lo hacía reír, se sentía insatisfecho sexualmente e incluso le costaba tener una erección. Su amiguito ya no responde como en un inicio, el cuerpo de Dulce por más que posea voluptuosas curvas, no logran encenderlo. Su actitud caprichosa en oportunidades y sumisa en la cama, tampoco le atrae... es más, hasta le llega a fastidiar.
No quisiera ser malo, pero sabe que está aburrido de Dulce y no pudo evitarlo. Por más que intentó quererla porque sus padres no querían verlo solitario, no lo logró. Ella no despertó ningún sentimiento.
—Bien— Soledad asiente, sacándolo de su burbuja— Entonces, ¿seré su secretaria?
—Así es. Aquí tengo el contrato para dicho puesto. —se lo pasa— Léalo y digame si está de acuerdo para firmarlo.
Ella se concentra en los papeles que tiene en su mano, mientras el CEO la observa detenidamente, notando su pequeña y perfilada nariz; su pelo rubio, liso y largo hasta la cintura cayendo como cascada. Sus labios medianamente gruesos y rosados, sus manos pequeñas y su vestimenta, formal, recatada y sexy, pero para nada grotesca. Aunque lo más lindo es el color de sus ojos: en su mayoría es marrón, pero en el borde de su iris aparece el verde esmeralda.
— Estoy de acuerdo —avisa Soledad chocando su mirada con la claridad que posee Esteban.
—¿Firmará?— le tiende un bolígrafo y ella asiente, pero no tiene intensiones de agarrarlo, todavía.
—Primero debe saber que ayer, en recepción, yo esperaba un taxi y apareció la señorita Dulce— menciona con cierto disgusto porque lo menos que parece esa mujer es una "señorita"— , y quiso comprarme.
—¿Comprarla, en qué sentido?— cuestiona él acomodando sus brazos en el escritorio, bastante interesado en su reciente historia
— Hizo un cheque delante de mí por seis mil dólares para avisarle de todos sus movimientos —lo señala con el dedo índice—, yo no acepté, no se preocupe, pero téngalo en cuenta con sus empleados.
Esteban admite silenciosamente que es la primera vez en la que no se arrepiente de un contrato o una posible fastidiosa empleada, porque sí bien tiene sus ventajas y desventajas; podrá confiar casi ciegamente en ella.
Soledad es un poco impulsiva y atrevida con respecto al trato que tuvo con él a través de correos, pero personalmente es más... simpática o tolerante, aunque duda que "simpática" sea la palabra correcta. Tal vez solo se comporta para obtener una oportunidad laboral.
Sin poder evitarlo, una sonrisa tira de los labios del CEO, una que jamás hubiese imaginado y que hace mucho no salía por sí sola. Una real, imprevista y todo gracias a las ocurrencias que llegaron a su mente por la mujer que tiene frente a él.
—Gracias por avisarme y no prestarse a ese juego infantil.— responde con mucha amabilidad, ella toma el bolígrafo y estampa su firma en el cada hoja. —Volviendo al tema laboral, supongo que no has sido secretaria antes— ella niega— , entonces serás la encargada de mis comidas dentro de la empresa, de mi agenda personal, de las reuniones...
—¿Llevar su agenda personal no es trabajo de un asistente?— lo interrumpe sin poder evitarlo, ya que las palabras salen sin pensarlo.
—Como sabrás, me mudé hace poco y no tengo asistente, así que me avisarás sobre las llamadas personales; mis padres o mi mejor amigo, porque sé que te llamarán a ti si no respondo. Ellos son los unicos que tienen mi número privado; bueno y ahora también tú, pero te prohibo pasárselo a alguien. En caso de que esté en una reunión y ellos te digan que, urgentemente, deben comunicarse conmigo, tendrás que decirme.
—Si estoy en mi casa y usted tiene una cita romántica...
—También. Sabrás sobre esa cita y el lugar dónde estaré porque su trabajo será recordarme en qué restaurante has reservado y demás. —la interrumpe como ella lo hizo con él anteriormente— Tendrás dos opciones, me llamas insistentemente hasta que te responda o vas hasta ese lugar.
—Entendido.— Soledad asiente, aunque no tan convencida. Solo espera no tener que interrumpir cuando el CEO esté en medio de un revolcón sexual.
—¿Le molestaría empezar hoy? — cuestiona él.
—Para nada— miente.
La verdad es que sí porque no ha traído su comida y no tiene mucho dinero para poder comprarla, pero debe aprovechar su inicio laboral, en donde no se negará por un día más de sueldo, aunque pase un poco de hambre.
Su ropa y su peinado es el adecuado para cumplir con sus funciones, además de que su calzado es cómodo para recorrer todo el edificio, por lo que suspira mentalmente con tranquilidad. Sin quererlo ha llegado preparada para su labor.
—Bienvenida al negocio nacional e internacional — Esteban le sonríe y ofrece su mano para estrecharla como cualquier trato que haría con un comerciante.
Soledad le devuelve el gesto, se pone de pie y acepta su mano con alegría, ya que este será su primer trabajo fijo. Uno que conlleva un contrato de dos años, mínimo; según lo estipulado.
—Su primer orden es llevar su propio contrato hasta recursos humanos para que lo suban a la red de FITS y les brinde su curriculum, como también sus datos para depositar el sueldo. Eso es importante para el contador, a menos que desee el monto en efectivo.
— Está bien. — la rubia asiente agarrando ambas carpetas y su cartera.
—También recorra este piso para familiarizarse y traígame un café negro, sin azúcar.
—Sí, señor. ¿Algo más?
— Por ahora no, cuando tenga mi taza de café, le daré la laptop, la tablet y el celular que usará.— Ella asiente y se va.
Esteban nunca le dijo donde está ubicado recursos humanos, pero no queriendo parecer una inepta al volver para preguntar; va hasta recepción y habla con el chico que trabaja allí. El joven tiene un listado de los pisos que están ocupados y quién es el responsable de cada qué, así que le hace una fotocopia a su nueva compañera.
Soledad le agradece y continúa su camino, encontrándose con una señora mayor de cuarenta años, a quién le da ambos documentos.
Después vuelve al piso del CEO, deja su cartera en el escritorio que debe ocupar y abre las puertas blancas, descubriendo al fin la cafetería y su propio baño.
Hace el pedido de su jefe y golpea la puerta para entregárselo. Esteban le permite el ingreso, lo deja arriba del escritorio y espera por sus nuevas pertenencias.
—Gracias— dice después de probarlo— Esto es tuyo. —coloca la tecnología delante de ella—Elija una contraseña y no se la dé a nadie. Ni siquiera a mí. Usted tendrá información muy importante e incluso de las que no tengo, ni necesito tener conocimiento. En malas manos puede ser una bomba.
—Sí, señor. — reconoce que es bastante responsabilidad, pero también le parece que él exagera su preocupación. Sin embargo, lo respeta. Esteban Arango es su jefe y todo lo que diga será ley... o casi todo.