En un futuro distópico devastado por una ola de calor, solo nueve ciudades quedan en pie, obligadas a competir cada tres años en el brutal Torneo de las Cuatro Tierras. Cada ciudad envía un representante que debe enfrentar ecosistemas artificiales —hielo, desierto, sabana y bosque— en una lucha por la supervivencia. Ganar significa salvar su ciudad, mientras que perder lleva a la muerte y la pérdida de territorio.
Nora, elegida de la ciudad de Altum, debe enfrentarse a pruebas físicas y emocionales, cargando con el legado de su hermano, quien murió en un torneo anterior. Para salvar a su gente, Nora deberá decidir hasta dónde está dispuesta a llegar en este despiadado juego de supervivencia.
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Una última esperanza
El silbato resonó una vez más por toda la base, anunciando el inicio de un nuevo día. Nora se levantó de la cama con dificultad, el cuerpo dolorido después del arduo entrenamiento del día anterior. Sus músculos protestaban, pero no tenía otra opción que continuar. Mientras se preparaba, se preguntó qué clase de entrenamiento les esperaba hoy. Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de los soldados pasando por el pasillo de las barracas, ordenándoles a todos que se reunieran en el patio principal.
Nora, aún adormecida, siguió al resto de los participantes hacia el patio. A medida que salía, notó algo diferente en la atmósfera. Había un silencio expectante entre los soldados, algo que normalmente no ocurría. Las caras de los demás participantes también reflejaban la misma confusión. Una vez todos reunidos, Argus apareció frente al grupo. Esta vez, no estaba solo. Junto a él se encontraban varios de los Padres de la Patria, figuras imponentes vestidas con túnicas negras que ocultaban sus rostros. Los murmullos empezaron a extenderse por el grupo de participantes, intentando entender por qué estaban allí los líderes.
Argus levantó una mano, pidiendo silencio. Su expresión era solemne, y su voz era más baja de lo habitual.
—Hoy será un día diferente, —dijo Argus—. Los Padres de la Patria han decidido otorgarles una oportunidad única, algo que nunca antes ha ocurrido en la historia del torneo.
Los participantes intercambiaron miradas curiosas y sorprendidas. Nora se sintió un nudo en el estómago. No sabía si esto era algo bueno o una nueva forma de tortura.
—Tendrán la oportunidad de ver a sus seres queridos por última vez antes de que el torneo comience, —continuó Argus, mirando a cada uno de los presentes—. Sabemos que muchos de ustedes han dejado todo atrás para estar aquí. Algunos de ustedes no volverán, y sus familias necesitan una despedida. Así que, por primera vez, los Padres de la Patria han decidido permitir esta reunión.
El murmullo entre los participantes se convirtió en un alboroto. Las caras mostraban una mezcla de emociones: sorpresa, alivio, e incluso miedo. La idea de ver a sus familias antes de entrar al torneo, sabiendo lo que los esperaba, era tanto un regalo como una carga. Nora sintió un calor en el pecho, una mezcla de esperanza y ansiedad. Pensó en su madre y su padre, en cuántas noches había deseado escucharlos, sentir su apoyo. Y también pensó en Nolan, su mejor amigo, que había estado siempre a su lado. La preocupación la invadió; ¿él estaría allí?
—Sin embargo, —dijo Argus, levantando la voz para hacerse oír sobre el ruido—, deben tener en cuenta que esta es una despedida. No habrá promesas de reencuentro, ni falsas esperanzas. Lo que sea que necesiten decirles, díganlo ahora. Esta será su última oportunidad.
Uno a uno, los participantes fueron guiados a través del patio hacia un área protegida, donde había varias cabinas improvisadas. Nora observó cómo los demás iban entrando, algunos con expresiones de miedo, otros con lágrimas en los ojos. Finalmente, llegó su turno. Un soldado la guio hacia una de las cabinas, y al entrar, encontró una silla y una mesa pequeña, con una pantalla delante de ella.
Nora se sentó, su corazón latiendo con fuerza. La pantalla parpadeó, y un momento después, aparecieron los rostros de sus padres. Su madre, con el cabello desordenado y los ojos enrojecidos, y su padre, con una expresión seria pero tratando de mantenerse fuerte por los dos. Al verlos, Nora sintió cómo algo en su interior se quebraba. Había estado conteniendo sus emociones durante tanto tiempo, pero ver a sus padres la hizo darse cuenta de cuánto los extrañaba.
—Mamá, papá... —dijo, su voz apenas un susurro, mientras intentaba mantener la compostura.
Su madre sonrió, aunque sus ojos reflejaban tristeza.
—Nora, cariño, —dijo su madre—, te extrañamos tanto.
Su padre asintió, sus labios apretados mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas.
—Estamos tan orgullosos de ti, —dijo su padre—. Sabemos lo difícil que esto es, pero queremos que sepas que siempre estaremos contigo, pase lo que pase.
Nora sintió las lágrimas ardiendo en sus ojos, pero las contuvo. No quería que la vieran llorar, no quería mostrarles lo asustada que estaba.
—Voy a hacer todo lo posible, —dijo Nora, con la voz más firme de lo que se sentía—. Voy a ganar, por ustedes. No quiero que pierdan nada por mi culpa.
Su madre negó con la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas.
—No pienses en eso, Nora, —dijo—. Solo queremos que estés bien, que seas feliz. No importa lo que pase, siempre serás nuestra hija, y siempre te amaremos.
Nora cerró los ojos por un momento, dejando que las palabras de su madre la llenaran de calidez. Quería aferrarse a ese momento, quería creer que todo estaría bien, pero sabía que el futuro era incierto. Abrió los ojos y asintió, sonriendo levemente.
—Los amo a los dos, —dijo, su voz quebrándose un poco.
La pantalla parpadeó y, de repente, la imagen de sus padres desapareció, dejando solo el reflejo de Nora en la pantalla. Se quedó mirando su propio rostro, viendo las lágrimas que ahora corrían libremente por sus mejillas. Sintió una mezcla de tristeza y alivio. Había sido un momento breve, pero suficiente para darle fuerzas para lo que venía.
Nora salió de la cabina, secándose las lágrimas rápidamente. No quería que los demás la vieran así. Mientras se alejaba, vio a otros participantes saliendo de sus propias reuniones. Algunos lloraban, otros parecían más determinados que nunca. Nora buscó a Nolan con la mirada. Quería verlo, aunque fuera solo un momento. Sin embargo, él no estaba allí. La ausencia de Nolan pesaba sobre ella como una piedra en el estómago. Recordó la última vez que hablaron.
—Nora, ¿estás segura de esto? Podemos irnos. Hay una forma de escapar antes de que te recluten, —le había dicho Nolan, con una mezcla de urgencia y desesperación en la voz.
—No puedo hacerlo, Nolan, —había respondido ella—. No puedo abandonar a mi familia. Ellos necesitan que gane, que demuestre que puedo hacer esto.
Nolan había apretado los dientes, frustrado.
—Entonces estás eligiendo esto en lugar de nosotros, —dijo, y Nora vio el dolor en sus ojos—. No voy a quedarme y verte marchar hacia algo que no tiene sentido.
Esa fue la última conversación que tuvieron antes de que ella partiera para el entrenamiento. Ahora, la ausencia de Nolan lo confirmaba: él no había venido. Estaba enojado, dolido porque Nora no había aceptado su propuesta de huir juntos. Se sentía traicionada, pero al mismo tiempo entendía sus razones. Aun así, una parte de ella se aferraba a la esperanza de que él estaría allí, de que no la abandonaría del todo. Pero ahora, esa esperanza se desmoronaba.
Mientras el sol seguía ascendiendo en el cielo, los participantes fueron llamados nuevamente al patio. Argus estaba allí, esperando a que todos se reunieran. Su expresión era tan severa como siempre, pero algo en sus ojos parecía suavizarse al ver los rostros marcados por la emoción de los participantes.
—Espero que hayan aprovechado esta oportunidad, —dijo Argus—. A partir de ahora, cada uno de ustedes debe centrarse únicamente en lo que tiene por delante. La despedida ha terminado. Ahora, entrenaremos como nunca antes, y aquellos que no estén dispuestos a darlo todo, pueden considerarse muertos. No habrá más oportunidades, no habrá más segundas chances.
Argus se giró, señalando hacia el área de entrenamiento.
—Divídanse en parejas y comiencen a practicar. Hoy será un día largo, y necesitarán toda la fuerza que les quede para soportarlo.
Nora se emparejó con una joven de la Ciudad de Eris llamada Lila. Era delgada, pero sus movimientos eran ágiles y precisos. Las dos comenzaron a practicar combate cuerpo a cuerpo, y Nora pudo ver la intensidad en los ojos de Lila. Cada golpe que daba era rápido, como si estuviera luchando por algo más que simplemente ganar. Era evidente que la oportunidad de ver a sus seres queridos había dejado una marca en cada uno de ellos.
Las horas pasaron lentamente bajo el sol abrasador, cada minuto se sentía como una eternidad. El calor sofocante les robaba las energías, y las raciones de agua eran mínimas. Nora bebió apenas un trago de su cantimplora, sintiendo que el líquido apenas hacía algo por calmar su sed. Sabía que tendría que racionarlo, sabía que el agua era un lujo que no podían permitirse gastar más de lo necesario