Una noche ardiente e imprevista. Un matrimonio arreglado. Una promesa entre familias que no se puede romper. Un secreto escondido de la Mafia y de la Ley.
Anne Hill lo único que busca es escapar de su matrimonio con Renzo Mancini, un poderoso CEO y jefe mafioso de Los Ángeles, pero el deseo, el amor y un terrible secreto complicarán su escape.
NovelToon tiene autorización de Li.m para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
#06
Vaya mala suerte.
Anne se quedó paralizada en su sitio, viendo como el grupo de hombres se acercaba a la entrada del corredor, ingresaban y doblaban justo hacia donde estaba ella. María, al notar que Anne no estaba a su lado, apenas giró la cabeza para buscarla y la contempló con preocupación. Sin embargo, no volvió por ella pues no se habría atrevido a interrumpir el paso de aquel grupo de hombres.
Renzo Mancini los encabezaba. Se veía mucho más elegante que aquella vez, cuando Anne se lo topó en ese cuarto de hotel; vestía un traje Armani negro y una camisa gris con corbata de seda en el mismo tono. Su cabello oscuro y su piel perfectamente rasurada destacaban su origen ítalo-americano. Pero sus ojos dorados era lo que más llamaba la atención; eran como los de un león, el rey del mundo. Al verlos, Anne se puso muy nerviosa; esos ojos lo veían todo a su alrededor y de seguro no se les escapaba detalle.
“Espera Anne”, razonó la chica por dentro, "Él no puede haberte visto desde el otro lado del vidrio; está polarizado. Además, ese hombre no debe recordarte, no puede… Cálmate, no vienen por ti…”
Automáticamente, Anne se arrodilló junto a su cubo de fregona y fingió limpiar un manchón en el piso. Los hombres se acercaban; eran como siete sumando a su jefe. Aunque intentará calmarse, el corazón de Anne palpitaba con un temor irracional.
— Hemos realizado cambios en la decoración del salón privado —oyó decir a una voz masculina. Era el dueño del lugar, él les acompañaba — Espero sea de su agrado, Señor Mancini.
Anne cerró los ojos. No quería enterarse si la estaban viendo o no…No quería verlos, mucho menos a ese hombre de ojos dorados. Tan solo recordar lo que había ocurrido aquella noche con él le generaba un vacío horrible en el estómago…¡Dios! ¿Cómo pudo ser tan desvergonzada, tan atrevida? Esa maldita droga...
El sonido de los pasos de aquel grupo mafioso eran más cercanos y se mezclaban con los latidos en su pecho. El resto del mundo a su alrededor se había apagado, la música, las voces…
Los nervios de Anne fueron más fuertes. Sin querer, hizo un movimiento brusco al fregar el suelo y volcó el balde con agua.
Los pasos se detuvieron. El pecho de Anne se paralizó. Hubo un silencio espantoso.
Agua. Agua por todas partes.
—¡Qué es lo que has hecho, mujer torpe!
Anne sintió que alguien la agarró del codo y la obligó a ponerse de pie. Era su jefe, el dueño del lugar, quien no paraba de regañarla. Del otro lado, los hombres callaban y contemplaban la situación; Anne sentía todos los ojos sobre ella.
Al levantar la vista, Anne notó a María en el otro extremo, viendo con cautela. Su mirada contenía pena y parecía intimidada.
—Los zapatos de Renzo Mancini están sucios — habló un hombre casi tan elegante como Renzo, con el cabello peinado hacia atrás y los ojos grandes y negros. Era Guido Vitale, su asistente.
Se produjo un silencio sepulcral. Renzo no decía una palabra y eso era peor para Anne, quien no se atrevía a levantar la cabeza.
—¡¿Qué no oíste?! — increpó el jefe de Anne — ¡Límpialos! ¡Ahora!
Anne recogió su trapo del suelo y, lentamente, se arrodilló ante Renzo. Contempló sus zapatos de cuero negro; era obvio que era un par sumamente costoso. Poco a poco, la joven caía en cuenta de la clase de tipo al que había ofendido (y con el que se había acostado).
“Mierda…” , pensó Anne, castigándose por su torpeza. Por dentro, rogaba con todas sus fuerzas que Renzo Mancini no la reconociera.
Apenas Anne limpió la punta de uno de los zapatos, Renzo sintió repulsión; el trapo le pareció algo sucio y él era un obsesivo de la limpieza, más tratándose de su persona.
—Ni se te ocurra tocarme con eso — le advirtió a Anne con voz grave e intimidante, retirando el pie con asco. Anne obedeció, quedándose paralizada con el trapo en la mano— Tráiganme otro par ¡Ahora! —ordenó a sus hombres.
Anne se levantó de un salto. Tenía que huir de allí, era lo único que le decía su cabeza. Al menos, sabía que ese hombre no la había reconocido, de otro modo, las cosas serían mucho peor.
Dio un paso al costado, alejándose, mientras el dueño del local le pedía mil y una disculpas a Renzo Mancini. Sin embargo, al notar que Anne quería huir, éste la atrapó de nuevo por el brazo.
—¡¿A dónde crees que vas, niña estúpida?! — vociferó el hombre — ¡Discúlpate con el Señor Mancini!
Sin darle oportunidad, el jefe de Anne la arrastró justo frente a Renzo. El jefe mafioso solo le prestó atención a las fachas que traía; el aspecto de la chica le resultó tan cursi que se sintió aún más incómodo.
—¡Anda! ¡¿qué esperas?!— insistió el dueño del local, casi ensordeciendo a Anne con su gritito nervioso.
Anne sintió que se le heló la sangre. ¿Disculparse? Por más que quisiera, no podía hacerlo. Si ese hombre escuchaba su voz, tal vez sí la reconocería.
...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...