Una relación nacida de la obsesión y venganza nunca tiene un buen final.
Pero detrás del actuar implacable de Misha Petrov, hay secretos que Carter Williams tendrá que descubrir.
¿Y si en el fondo no son tan diferentes?
Después de años juntos, Carter apenas conoce al omega que ha sido su compañero y adversario.
¿Será capaz ese omega de revelar su lado más vulnerable?
¿Puede un alfa roto por dentro aprender a amar a quien se ha convertido en su único dueño?
Segunda parte de Tu dulce Aroma.
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Capítulo 4
El aire helado de la fortaleza penetraba hasta los huesos de cualquiera, pero el pequeño omega apenas lo sentía. Estaba concentrado con los músculos tensos y la respiración medida mientras seguia las órdenes de Andrei sin dudar.
Su padre lo había llamado a la zona de entrenamiento antes del amanecer y a sus cinco años, Misha ya sabía que el sueño era un lujo, que el verdadero descanso solo existía en los segundos previos a la siguiente orden. Ese día enfrentaría su primera prueba seria un combate cuerpo a cuerpo.
—Muestra lo que vales —ordenó Andrei observandolo con sus ojos grises duros como el acero mientras los demás niños aguardaban instrucciones.
Lev y Román ya habían pasado por pruebas similares, pero a los ojos de Andrei eran mediocres cada movimiento que hacían, cada salto y cada agarre eran insuficientes y patéticos. En cambio Misha, el pequeño omega, lo sorprendía.
Desde que tenía memoria había aprendido a blandir cuchillos y armas blancas poseía un instinto agudo, una capacidad casi animal para anticipar movimientos y reaccionar con precisión. Su pequeña figura se movía como un felino entre la nieve, esquivando y atacando siempre un paso adelante, incluso cuando Román en un intento desesperado por impresionar a su padre se lanzó contra él con todas sus fuerzas.
—Más rápido —gruñó Andrei—. No hay tiempo para titubeos.
Misha obedeció al instante algo en su interior le decía que desafiar a ese alfa le costaría demasiado caro, sentía la adrenalina recorrer sus venas, el frío mordiéndole la piel y el dolor clavándose en sus huesos cada vez que caía, pero sabía que no podía ceder y que cada error traería castigos.
Ya los conocia demasiado bien, los azotes y las noches a la intemperie sin comida ni abrigo.
—¿Volverás a equivocarte? —preguntó Andrei con frialdad, señalando la tierra cubierta de escarcha—. Levanta la cabeza, omega. ¿Qué aprendiste?
Misha tragó saliva podía sentir su corazón repiqueteando en las costillas, pero sostuvo la mirada de su padre sin bajar los ojos. Algo estaba cambiando en su interior el miedo, pena, tristeza… todo se mezclaba con un instinto primitivo. Era como si su mente infantil comenzara a desvanecerse y a ser reemplazada por una voz interna que le gritaba "sobrevive, no caigas, no muestres debilidad".
Con el paso de los días, el entrenamiento se volvió más brutal. Aprendió a desplazarse por la nieve sin dejar huella, escalar muros helados con las manos desnudas, moverse en silencio y atacar sin dudar. Las armas eran una extensión de su cuerpo y la violencia un lenguaje que comprendía mejor que las palabras.
Sus hermanos incapaces de aceptar que el omega los superara, comenzaron a sabotearlo y movían objetos para hacerlo tropezar, desviaban su atención durante los ejercicios. Andrei lo veía todo, pero nunca intervenía para él aquello era parte del entrenamiento.
Y Misha en lugar de caer encontraba el camino siempre completaba los entrenamientos aunque terminara cubierto de cortes y moretones.
Cinco años pasaron con una rapidez inexorable y a sus diez años, Misha ya era un soldado en miniatura. Su cuerpo estaba marcado con cicatrices que jamás sanaban del todo y sus músculos endurecidos por la exigencia constante lo sostenían en jornadas imposibles. Cada error era castigado con severidad, pero ya no sentía dolor. El dolor había dejado de ser un enemigo, se había convertido en su maestro.
La compasión, la ternura, la curiosidad infantil… todo eso había muerto en él.
Andrei lo observaba desde la distancia con una mezcla de orgullo y satisfacción. Sus métodos eran crueles, sí, pero necesarios un omega común sería un lastre y su hijo debía convertirse en algo más, debía convertirse en una joya mortal.
—Muévete, Misha. —Arrojó un cuchillo al suelo cerca de sus pies—. Lánzalo, pero si fallas perderás algo más que solo puntos.
El pequeño se inclinó para recoger la hoja helada y la lanzó con precisión perfecta a la diana marcada en la madera. La punta se incrustó justo en el centro.
No hubo emoción en su rostro, solo la una mirada fría que delataba un instinto que ya no era humano.
—Bien —murmuró Andrei con una sonrisa apenas perceptible—. Aún hay mucho que pulir, pero veo potencial.
Misha apenas inclinó la cabeza para ser honesto no había orgullo ni alegría, solo la certeza de que fallar nunca sería una opción.
Desde lejos, Lev y Román lo observaban con rencor porque no importaba cuánto se esforzaran, jamás alcanzarían el nivel de su hermano menor y ese sentimiento de inferioridad se iba transformando en resentimiento que crecía como veneno en sus entrañas.
Los entrenamientos diarios se mezclaban con pruebas de supervivencia donde tenían que pasar noches enteras sin cobijo, días sin comida en misiones imposibles.
Y Misha nunca cedía y si caía, se levantaba. Si sangraba, continuaba. Su cuerpo resistía, pero era su mente lo que más había cambiado. Cada intento de sabotaje solo reforzaba su instinto de depredador.
Una noche mientras los demás dormían, Misha permaneció despierto bajo la luna el viento helado le cortaba la piel, pero él no se movía. Sentía un vacío en su interior y un silencio extraño no podía llorar aunque lo intentara, ni podía quejarse porque se había olvidado de cómo hacerlo, lo único certero era que la debilidad era castigada.
Y él, no era débil.
Incluso Babushka, la anciana que lo había cuidado de pequeño lo miraba ahora con temor. Sabía que ese niño era distinto desde el inicio, pero ahora le parecía que ya no era un simple niño, Andrei lo había logrado ya no era un omega común, finalmente lo había convertido en un asesino a sangre fría.
Andrei también lo sabía y se regocijaba con ello.
—Recuerda esto, Misha. No eres un niño y mucho menos eres un omega común. Eres mío y algún día cuando alcances tu límite, serás más de lo que cualquiera podría imaginar.
Misha se detuvo un segundo con los dedos clavados en el hielo y asintió en silencio. No había emoción en sus ojos, solo un brillo extraño y salvaje.
No sentía nada más que respeto y temor por ese alfa, había visto lo peor de la humanidad, al menos hasta ese momento, no había nada que lograra atravesar la gruesa coraza que se había forjado a punta de golpes.
Ya no importaba si sentía frío, hambre o dolor, pues el cometido ya estaba hecho. Su parte humana y sensible había muerto, bajo la nieve y los azotes, Misha fue forjado como un arma.