Rehén

Lo primero que Vini sintió fue la cabeza palpitando como si estuviera a punto de explotar. La luz blanca del techo cortaba su visión en láminas, forzándolo a cerrar los ojos nuevamente. Cuando intentó moverse, el sonido metálico lo paralizó: esposas.

El frío del metal contra su piel lo hizo estremecer. Estaba preso a los lados de una cama, cubierta con sábanas impecables y almohadas de seda. Todo alrededor era demasiado bonito para ser real y, aun así, lo era.

El pánico lo invadió como una ola helada. Él intentó recordar, forzar su mente a retornar a lo que había acontecido, pero su memoria estaba turbia, obstruida, como si una cortina pesada hubiese caído sobre ella. ¿Cómo fue a parar allí? ¿Qué había acontecido con él? Cada pensamiento que intentaba formar solo lo dejaba más mareado, más impotente.

Fue entonces que, al girar la cabeza, percibió la presencia de alguien más en el cuarto. Una figura parada a la distancia, observándolo con una calma perturbadora. Él intentó hablar, pero su garganta parecía apretada, seca.

—¿Dónde... dónde estoy? —La voz que salió fue un susurro débil, casi imperceptible.

La figura se movió lentamente, sus pasos apagados por la alfombra suave, pero resonando en el silencio del cuarto. La respuesta vino suave.

—No te preocupes por eso, Vini —El hombre dijo, su voz suave y controlada, mientras se aproximaba. Con un movimiento delicado, él tocó el rostro de Vini, apartando un mechón de cabello de la frente del muchacho.

Vini intentó alejarse, pero no había para dónde correr.

—¿Qué... qué quieres conmigo? —Él consiguió preguntar, la voz temblando, impotente.

El hombre rió bajo, un sonido lleno de placer distorsionado. Era una sonrisa fría, sin misericordia.

—Yo quiero todo contigo… Yo te quiero.

Vini llevó un instante para procesar aquello.

—¿Q... qué? Suéltame, por favor.

El hombre apenas ignoró y comenzó a hablar.

—De ahora en adelante vas a referirte a mí como “señor”. Tendrás tres comidas al día, siendo la primera de ellas a las siete de la mañana, la segunda al mediodía y la tercera a las dieciocho horas. Después de la última comida, vas a tomar un buen baño, pasar las cremas y aceites corporales que están en la gaveta del armario y, por fin, vas a colocar una ropa presentable y me aguardarás, pues yo siempre vendré por vuelta de las veinte horas para…

—¡NO!

¡Paf!

La bofetada fue dada con una fuerza brutal, produciendo un sonido como si algo pesado hubiese sido golpeado contra una superficie dura y el gusto de sangre invadió la boca de Vini.

—Jamás hables sin permiso o me interrumpas.

Vini, no obstante, no quería escuchar aquellas palabras. Aquello no podía estar aconteciendo.

—¡SOCORRO! ¡ALGUIEN ME AYUDA!

Stefan se carcajeó.

—Puedes gritar cuanto quieras, nadie te va a ayudar. Entonces relájate y escucha todo lo que voy a hablar, pues no iré a repetir. Tú me perteneces ahora y no tolero desobediencia, entonces sé un buen chico y todo quedará bien. Una cosa más que quiero dejar claro: a la hora del sexo me gusta ir más allá y eso puede causarte disconformidades y dolores, entonces, colabora que será lo mejor para ti.

—¿Por qué estás haciendo esto conmigo, Stefan? —lloriqueó Vini.

—Porque estoy loco por ti desde el instante en que te vi. Ahora, voy a dejarte terminar de recuperarte del viaje, mismo en jet sé que es cansativo…

—¿Jet?

—Tú aún no entendiste. No me interrumpas, chico. Pero sí, jet, o cómo iríamos de Brasil para los Estados Unidos, ¿eh?

Vini quiso gritar, sin embargo, Stefan se acostó sobre el chico.

—¿No eras tú que querías venir para los Estados Unidos? Yo te traje y ni vas a necesitar preocuparte con el inglés. Además, —continuó él, encostando sus labios en los labios del chico— tú ni vas a necesitar usar el portugués aquí, querido. Todo lo que vas a hacer no va a necesitar hablar.

Stefan se alejó, dejando a Vini más asustado a cada instante.

—¿Po-por qué yo?

Stefan suspiró y se aproximó nuevamente.

—Porque me gustaste.

—¡SU INMUNDO, SUÉLTAME! TÚ NO VAS A TOCARME.

Vini gritó y enseguida escupió en el rostro de Stefan, que quedó furioso. El gesto de Vini fue osado, una provocación deliberada, y la gota de agua para alguien que ya estaba al borde del límite. Él limpió el rostro con la mano, los músculos tensos. Sin decir una palabra, Stefan avanzó con rapidez, agarrando a Vini por el cuello y besándolo en la boca.

—Voy a explicarte de otra forma tu situación, chico atrevido —Stefan gruñó, su voz baja, pero cargada de rabia.

Él subió en la cama de forma lenta, arrodillándose entre las piernas de Vini y segurando sus caderas con fuerza.

El desespero tomó cuenta de Vini.