Laebe siempre supo que el mundo no estaba hecho para alguien como ella. Pequeña, frágil y silenciada, aprendió a soportar el dolor en la oscuridad, entre susurros de burlas y manos que la empujaban al abismo. En un prestigioso Instituto Académico, su existencia solo servía como entretenimiento cruel para aquellos que se creían intocables.
Pero el silencio no dura para siempre. Cuando la verdad sale a la luz, el equilibrio de poder se rompe y los monstruos que antes gobernaban con impunidad se enfrentan a sus propios demonios. Entre el caos y la redención, Laebe encuentra en una promesa inquebrantable, un faro de protección y en su propia alma una fuerza que nunca supo que tenía para enfrentar los obstáculos que le impuso la vida.
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Esta historia contiene temáticas sensibles como abuso sexual, violencia, acoso, drogas y trauma psicológico. No es apta para todos los lectores, ya que aborda situaciones crudas y perturbadoras. Se recomienda discreción.
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Capítulo 5
Trago saliva y camino con lentitud hacia esa banca, su mente aún estaba en ese estado de shock por el temor claro de ser descubierta. Miro hacia la puerta del salón, asegurándose que nadie vaya a entrar y después se apresuró a la mochila.
Abrió la bolsa en dónde vio a la chica guardar el dinero y los vio. Eran varios billetes, con eso podría pagar la comida de Angel. Sus manos temblaban, no quería hacerlo.
Sabía que estaba mal, completamente mal. Su respiración era irregular y sentía como las gotas de sudor caían por su rostro. Antes de poder tomar el dinero, escucho pasos. Miro hacia la puerta y allí, estaba un hombre.
Era alto, delgado. Vestía con un traje ligero bajo una bata blanca, además tenía un cabello de color blanco perfecto que iba sujetado en una trenza sobre su hombro. No lo conocía, ni lo había visto antes, pero dedujo rápidamente que era un profesor pese a lo joven que se veía.
— Buenas tardes.— Hablo él con naturalidad, su voz era tranquila y relajada. Al no tener respuesta de Laebe, camino hasta el escritorio, donde dejo algunas de sus cosas antes de tomar asiento.
Laebe, estaba inmóvil. No podía respirar ni mover un solo músculo. Sus manos ya estaban dentro de la mochila con el dinero en ellas.
El profesor acomodo algunas cosas sobre su escritorio, pero al ver a Laebe aún en esa posición se noto extrañado y se levantó.
— Disculpa, ¿te sientes bien?— Preguntó hasta acercarse a la fila de asientos donde ella estaba. Aún en shock, Laebe no respondió ni se movió.
No sabía que hacer. Su mente era un completo torbellino de emociones: el miedo del castigo por parte de Angel, el pavor de haber sido descubierta, el temor por después ser castigada y quizá expulsada de la escuela... ¿qué le harían?, ¿qué haría Ángel al terminar las clases sin haber recibido su comida? ¿qué harían las chicas a las que intento robarle cuando sepan? ¿qué harían sus padres cuando sepan que su hija es una ladrona?
Todo esto; junto a la presión en su pecho, finalmente la vencieron. Se cubrió de lágrimas y se alejo de la mochila retrocediendo hasta la pared. Él profesor se noto sorprendido y camino hasta estar a dos metros de ella.
— Tranquila... No pasa nada ¿si?, ¿estás bien?, ¿estás herida?, ¿alguien te hizo daño?— Preguntó él con clara preocupación.
Laebe no podía hablar, se llevó sus manos a la boca y lloro con fuerza. Se tumbó en el suelo recargada a la pared, incapaz de soportar todo lo que estaba pasando. Él profesor; claramente sorprendido, camino hasta ella con preocupación.
— Tranquila,— Se arrodilló junto a ella y puso una mano sobre su espalda, dándole una suave palmada.— todo estará bien. Cuentame, ¿que te pasa? Intentaré ayudarte con todo lo que pueda.— Expresó con tal sinceridad y calma, que incluso...
Por un momento, Laebe sintió calma. Sentía que alguien la estaba ayudando de verdad, se sentía tranquila y segura. Sus sollozos pararon lentamente justo cuando el timbre sonó. Ella levantó la cabeza por un momento y lo vio, su mirada realmente irradiaba preocupación por ella.
— Ven, ponte de pie.— Le indicó tomando su mano y ayudándola a levantarse.
Laebe lo siguió y se puso de pie, se limpio las lágrimas y agachó nuevamente la cabeza.
— Todo está bien ¿si?— Dijo el nuevamente palmeando su hombro en busca de darle confianza, claramente lograba calmarla. — La clase ha comenzado, al final te veré para que hablemos ¿entendido?— Le dijo con una última palmadita, antes de volver a su escritorio.
Con algo de nervios aún, Laebe camino hasta su mesa, al otro lado de dónde estaba. Por supuesto, él lo noto, pero no dijo nada más por el momento.
Cuando el aula se llenó con todos los alumnos correspondientes, él se puso de pie frente a todos.
— Buenas tardes chicos, chicas. — Comenzó él con una sonrisa. — Como quizá algunos saben, su profesor de ciencias se ha retirado. Debido a esto, yo seré su nuevo profesor de ciencias durante este y los semestres que quedan. — Explicó con amabilidad. Tenía una naturalidad para hablar que era clara en como sus alumnos estaban callados y con total atención. — Algunos ya me conocen por sus visitas a la enfermería, para los que no; mi nombre es Luciel Sinclair. Soy el médico general de esta institución y profesor de ciencias para algunos grupos.— Él continuo hablando, mientras Laebe seguía atenta a su voz, misma que le resultaba tan suave y cálida...
La clase continuo con normalidad, él explico su tema con un control total sobre el, dejando la actividad y después dejando ir a sus alumnos. Con el final de las clases, los alumnos comenzaron a irse. Laebe espero pacientemente a que todos se fueran y cuando finalmente se quedó sola con él, su corazón comenzó a latir con algo de miedo.
Luciel terminó de borrar el pizarrón cuando por fin vio que estaban solos. Dejo el borrador sobre la mesa y después camino hasta sentarse en una silla frente a ella.
— Muy bien, estamos solos. Dime ahora... ¿qué te sucedió? ¿qué hacías con esa mochila?— Preguntó él, su voz dejaba claro que no estaba buscando regañarla... Si no comprenderla. Ella trago saliva, sintió un nudo en la garganta, pero finalmente hablo.
— Yo...— La invadieron las lágrimas. — No tenía opción...—...
Por primera vez, Laebe sintió la confianza de hablar y hacer conocer su realidad. Le contó sobre los tratos de Nicolle, Angel y otras personas. También el motivo por el que quería robar ese dinero. Luciel escucho sin interrumpir ni una vez, dejando que ella desahogara todo.
Cuando ella finalmente se quedó en silencio, Luciel dió un suspiro y llevo una mano hasta ella. Revolvió sus cabellos y se puso de pie.
— Todo se solucionará... Ya verás. Ve a casa ahora, nos vemos mañana, Laebe.— Dijo volviendo a su escritorio para guardar sus cosas.
Laebe asintió con la cabeza, se limpio el rostro y se levantó para caminar hasta salir del aula. Luciel la observo irse, analizando con cuidado sus movimientos antes de suspirar nuevamente. Lamentando todo lo que ella pasaba...