Voces entre las Montañas.

El aire alrededor de Erika y Tomás estaba denso y cargado de una oscuridad tan profunda que parecía devorar cualquier luz. Ya no estaban en la casa, pero tampoco en ningún lugar reconocible. Frente a ellos se extendía un vasto laberinto, con paredes hechas de piedra negra y sombras que se movían como si tuvieran vida propia. El suelo bajo sus pies estaba cubierto de una fina capa de niebla que hacía difícil ver con claridad.

—¿Dónde demonios estamos? —preguntó Tomás, su voz temblando de terror.

—No lo sé —respondió Erika, tratando de mantener la calma—. Pero definitivamente esto no es la casa. Romper ese espejo nos trajo aquí... donde sea que sea "aquí".

Miraron a su alrededor, tratando de encontrar algún indicio de qué dirección tomar, pero el laberinto parecía interminable. Las sombras en las paredes ondulaban, formando figuras espectrales que los observaban con ojos vacíos.

—No podemos quedarnos aquí parados —dijo Erika, tratando de mantener el control—. Tenemos que movernos.

Comenzaron a caminar por el oscuro pasillo del laberinto, sus pasos resonando en el eco interminable. El ambiente era opresivo, y ambos sentían una presión creciente en sus cabezas, como si algo estuviera tratando de invadir sus pensamientos.

—¿Crees que los demás están aquí también? —preguntó Tomás, manteniendo la mirada fija en las sombras.

—No lo sé, pero tenemos que asumir que están en peligro, igual que nosotros —respondió Erika, apretando los dientes—. No nos quedaba otra opción. Si queremos salir de esto, tenemos que encontrar la salida del laberinto.

Sin embargo, algo les decía que no era un laberinto común. A cada giro que tomaban, las paredes parecían moverse, como si estuvieran siendo observados y guiados hacia algún lugar.

De repente, escucharon un sonido distante, un susurro bajo y profundo que parecía provenir de todas direcciones a la vez. Una voz, que no pertenecía a ningún ser humano, hablaba en una lengua antigua y oscura.

—¿Lo escuchas? —preguntó Tomás, su rostro pálido—. ¿Qué está diciendo?

Erika asintió, sin poder descifrar las palabras, pero sabía que significaban peligro. El laberinto no solo los estaba atrapando físicamente, sino también mentalmente. Los susurros se hacían más fuertes con cada paso que daban, como si algo los estuviera acechando, esperando el momento adecuado para atacar.

Llegaron a una encrucijada donde el camino se dividía en tres direcciones. Cada uno de los caminos parecía igual de tenebroso, pero de uno de ellos emanaba un ligero resplandor azul.

—¿Qué hacemos? —preguntó Tomás, mirando hacia el camino iluminado—. ¿Seguimos la luz?

Erika lo miró, considerando las opciones. Sabía que la luz podía ser una trampa, pero también era lo único que les ofrecía una señal en la oscuridad.

—No tenemos nada más —dijo finalmente—. Vamos por la luz, pero debemos estar preparados para cualquier cosa.

Caminaron con cautela hacia el resplandor. A medida que se acercaban, comenzaron a sentir una extraña presencia a su alrededor, como si cientos de ojos invisibles los estuvieran observando desde las sombras. La luz azul provenía de una especie de altar de piedra negra, en el centro del cual flotaba un objeto: un pequeño espejo ovalado, rodeado por una energía brillante y palpitante.

—Otro espejo —murmuró Erika—. Parece que todo gira en torno a ellos.

—¿Qué hacemos con él? —preguntó Tomás, nervioso.

Antes de que Erika pudiera responder, las sombras comenzaron a moverse. Desde las paredes del laberinto, figuras humanas hechas de pura oscuridad emergieron lentamente, sus cuerpos deformes y alargados. Sus rostros eran máscaras vacías, sin ojos ni bocas, pero se movían con una precisión aterradora, rodeándolos poco a poco.

—¡Erika! —gritó Tomás, retrocediendo mientras una de las sombras se acercaba más.

—¡No te acerques al espejo! —gritó Erika, sabiendo que algo estaba mal con ese objeto.

Las sombras se abalanzaron sobre ellos, moviéndose con una velocidad que no correspondía a sus cuerpos etéreos. Erika tomó una antorcha de la pared cercana y la agitó frenéticamente, tratando de mantenerlas a raya, pero las sombras no parecían afectarse por la luz. Una de ellas se lanzó hacia Tomás, rodeando su cuello con un brazo negruzco como humo, y él empezó a asfixiarse.

—¡Ayuda! —logró decir antes de ser arrastrado hacia el espejo.

Erika, en un ataque de desesperación, corrió hacia Tomás y con un grito de furia levantó la antorcha, golpeando a la sombra con todas sus fuerzas. La figura oscura soltó a Tomás, quien cayó al suelo, jadeando por aire. Pero las sombras no se detenían. Estaban rodeados, y cada vez más cerca de ser atrapados.

Fue entonces cuando Erika tomó una decisión arriesgada. Sabía que los espejos eran clave, pero no sabía si destruírlos era la mejor opción. Se abalanzó sobre el altar y levantó el pequeño espejo ovalado.

—¿Qué estás haciendo? —gritó Tomás, todavía aturdido.

—No lo sé, pero esto parece importante —respondió Erika mientras observaba el espejo más de cerca.

Al instante, las sombras se detuvieron. Los ojos vacíos de las figuras se clavaron en el espejo, como si fuera un objeto sagrado. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Erika. Algo oscuro y antiguo habitaba ese pequeño espejo.

—Esto no es solo un objeto... —susurró Erika, sus ojos llenos de terror—. Es una prisión.

De repente, las figuras comenzaron a retroceder, desapareciendo lentamente en las paredes del laberinto. El espejo brilló con un resplandor más fuerte, y Erika sintió una fuerza invisible que intentaba arrastrarla hacia él, como si el espejo intentara absorberla.

—¡Déjalo! —gritó Tomás, poniéndose de pie tambaleante.

Pero era demasiado tarde. El espejo brilló intensamente, y en un abrir y cerrar de ojos, Erika y Tomás fueron arrastrados hacia su interior, como si la realidad misma se hubiera fragmentado.

El mundo se desvaneció a su alrededor, y lo último que escucharon fue el eco de los susurros antiguos que hablaban en una lengua incomprensible.

Cuando volvieron a abrir los ojos, ya no estaban en el laberinto, ni siquiera en la casa.

Se encontraban en un lugar entre la realidad y el vacío, un espacio infinito lleno de reflejos distorsionados de ellos mismos. Y, en ese lugar, algo mucho más oscuro los esperaba.